domingo, 1 de noviembre de 2015

MISA DE PÁJAROS




Garrincha y su plebe lo hicieron por travesura. Una tarde amarraron a don Alfonso en el confesionario. Jugando jugando lo llevaron hasta el confesionario y, en bolita, lo amarraron, le pusieron una cinta en su boca y le dijeron: “¡Volvemos!”. El pobre viejo se retorcía como lombriz, mientras los cuatro muchachos corrían por la nave del templo que, a esa hora, estaba sin fieles. Hay una hora en que los templos se quedan solos y sólo se escucha el chisporroteo de las velas. Forzaron las armellas, quitaron el candado y, como si fuese soldados, subieron marchando por la escalera de ladrillos húmedos. “Uno, dos, uno, dos”, hasta llegar al campanario. Ahí, con una tenaza, cortaron la cadena que sostenía el badajo de la campana que, todas las tardes, don Alfonso usaba para dar los repiques llamando a misa. En lugar del badajo colocaron un revoltijo de lazos. Garrincha y su plebe lo hicieron por travesura. La idea nació una tarde en que platicaban y fumaban en una banca del parque, a la hora en que cientos de pájaros se arremolinaban en busca de cobijo para pasar la noche. Ah, qué bulla tan de fiesta, hacían los pájaros.
El tripas dijo que le gustaba el sonido de las campanas, dijo que había crecido con ese sonido, porque su casa estaba a una cuadra del templo. El chanfaina, que siempre ha sido el más molestoso de la plebe, puso su mano sobre el frente de su pantalón y dijo: “Acá está tu badajo, papacito” y todos gozaron la leperada. Fue cuando Garrincha preguntó qué sentían los sordos a la hora que tocaban las campanas. Nada, dijo El Tripas, qué van a sentir, si nada oyen. Y de nuevo, El chanfaina se tocó y dijo: “¿Querés sentir?”. Ya nadie festejó su gracejada, porque Garrincha preguntó cómo sería una campana para sordos. La pasita dijo que era una estupidez pensar en una campana para sordos, para qué serviría. Garrincha sacó una cajetilla de cigarros, tomó uno, lo prendió y echó el humo sobre la cara de La pasita, dijo que los sordos sienten las vibraciones. El chanfaina, ¡ah, qué obsesivo!, volvió a tocarse y dijo: “Acá está tu vibrador, papito”. Todos volvieron a ignorarlo, porque El tripas contaba que vio una película en donde un sordo ponía las manos sobre una bocina para sentir la música. Claro, dijo La pasita, el sonido está compuesto de ondas. ¡Qué onda!, dijo El chanfaina y le pidió un cigarro a Garrincha, quien no le hizo caso, porque estaba viendo la torre del templo y miraba a don Alfonso que, con una mano apoyada sobre la pared y con la otra en el lazo, iniciaba el primer toque para misa de siete. Fue cuando tuvo la idea. ¿Y por qué no hacemos una campana para sordos? Sí, dijo El tripas, hagamos una campana para Emiliano, que por una vez en su vida sienta cómo es el sonido de una campana. Y fue cuando Garrincha dijo que subirían a la torre, quitarían el badajo, harían uno con lazo y llevarían a Emiliano para que pusiera sus manos y sintiera el sonido de una campana para sordos. El tripas levantó los brazos y dijo que sería la primera campana para sordos del mundo. Garrincha tiró la colilla y dijo ¡manos a la obra! La tarde siguiente esperaron que don Alfonso prendiera los cirios y, en bolita, lo llevaron hasta el confesionario. Al principio, don Alfonso rio, pidió que no lo molestaran, pero todavía seguía el juego al que lo obligaban los muchachos; cuando éstos hicieron más pequeño el círculo y tomaron al viejo de los brazos, inmovilizándolo, el viejo comenzó a gritar (sin decir palabras altisonantes, pues no podía ofender al Altísimo), fue cuando La pasita (como lo habían planeado) sacó la cinta de la bolsa trasera de su pantalón y le cubrió la boca. Ya luego, El tripas y El chanfaina lo ataron, como si fuera un tamal de bola, lo llevaron hasta el confesionario y lo aventaron como si fuera un bulto de maíz en una troje. Garrincha, con señas, llamó a Emiliano y los cinco muchachos subieron al campanario. Emiliano nunca había estado ahí arriba, miró el cielo, las frondas de los árboles y los cientos de pájaros que hacían sus circunvoluciones en el aire limpio de esa tarde. Dejó que La pasita le pusiera las dos manos sobre un costado frío de la campana de bronce y esperó, esperó que Garrincha, con una cuerda llevara de un lado a otro el badajo de lazo. Este revoltijo de lazos comenzó a golpear las paredes internas de la campana y el golpeteo leve hizo que el cobre lanzara vibraciones sobre las palmas de Emiliano que sintió un escozor como si cientos de hormigas caminaran sobre sus manos. Emilio sintió cosquillas. El Tripas señaló a Emiliano y, sonriendo, dijo que éste estaba oyendo la música de la campana. El chanfaina dijo que era la primera vez en la historia que sucedía algo semejante y agregó que eso se debía a ellos, que eran unos chingones y abrazó a Emiliano, mientras éste seguía con las manos sobre la campana que seguía resonando por el movimiento del badajo de lazo. La pasita oyó un ruido como de viento y miró hacia el cielo y vio cientos de pájaros que se dirigían al templo, a la entrada. La pasita se hincó, puso las manos sobre el pretil y sacó su cabeza por el arco del campanario y vio que esos cientos de pájaros entraban al templo, en un hecho insólito, más insólito que el propio sonido de la campana de sordos. ¡Están entrando a la iglesia!, gritó La pasita y todos vieron los cientos de aves que volaban y entraban al templo. Garrincha dejó su oficio de campanero, Armando se hincó al lado de La pasita, El tripas dijo que no podía creerlo y el chanfaina dijo que eso también era la primera vez que ocurría en el mundo. La pasita dijo que era como si los pájaros hubieran sido convocados a misa.
Bajaron. Vieron cientos de pájaros. Todo estaba en silencio. Las aves se movían, pero apenas batían las alas. Estaban parados sobre las bancas de madera, sobre los respaldos, sobre los asientos; otros cientos estaban posados en los arremetidos de los ventanales; y cientos, casi miles, estaban en el piso de madera, como si buscaran comida sin buscarla, porque sus cabezas estaban dirigidas hacia el altar. Todas las aves veían hacia el altar. Cualquier creyente podría decir que miraban hacia donde estaba la paloma que, cuentan, simboliza al Espíritu Santo. Era impresionante ver que el único lugar que no había sido invadido por los pájaros era la mesa de mármol donde, cada noche, oficia misa el padre Óscar.
La pasita tomó del brazo a Garrincha y, en voz baja, dijo: Ya es hora de sacar a don Alfonso. El tripas y el chanfaina entraron al confesionario, desamarraron a don Alfonso. Cuando éste estuvo libre abrió la boca para proferir la primera maldición, pero se quedó mudo cuando vio cientos y cientos de pájaros adentro del templo.