miércoles, 25 de noviembre de 2015

JUEGO PARA CUANDO HACE FRÍO




El juego era muy sencillo: decir dos palabras y elegir una. Margot fue al estante y sacó una película en devedé: “Luna de papel”, clásica película con Ryan O’neal y su hija Tatum (por cierto que esta niña obtuvo el Óscar de ese año, por su actuación). Margot dejó la caja sobre la mesa de centro, al lado de la taza de café y del trozo de pay de queso, abrió las manos y, como si sus palmas fueran los platillos de una balanza, mostró la izquierda y dijo: Luna; luego mostró la palma de la mano derecha y dijo: Papel. Por supuesto que nada llevaba en las manos, pero Elena dijo: “Luna”, extendió su mano izquierda y, con los dedos índice y pulgar, hizo como que si tomara la palabra, la llevó a su pecho y la untó. Por supuesto que nada había sobre su blusa blanca con hilos de oro, pero Margot acercó su rostro, abrió tantito los labios y, como si ahí, sobre el pecho de Elena, hubiese una luna hecha en papel, tomó la palabra entre sus dientes y fue a depositarla en la taza de café. Nada existía, pero yo, que era testigo presencial de juego, casi casi vi que la luna de papel flotaba sobre el café, como si fuese una barca, como si estuviese hecha de papel impermeable.
El juego era muy sencillo: decir dos palabras y elegir una. Salí de la casa de Margot, me subí el cuello de la chamarra y caminé por la subida de Guadalupe. El viento proveniente de la Ciénega golpeaba mi cuerpo. Apresuré el paso para ver si algo de calor comenzaba a circular por mi pecho friolento. Ya eran las siete de la noche. Iba a mitad de la subida cuando una muchacha bonita (le calculé diecisiete o dieciocho años), con un vestido raído, apareció de un remetido y me dijo: “Una moneda” y extendió la mano. Lo dijo con voz apenas audible, como si fuese un pajarito desprotegido y la madre no le hubiese llevado el gusano del desayuno para dejárselo en el pico. Eran dos palabras: una y moneda. Ahí, con el frío inclemente y en la penumbra, porque la lámpara alumbraba la esquina, le mostré mi palma izquierda y dije: ¡una!; luego enseñé mi palma derecha y dije: ¡moneda! Ella se quitó un mechón que tapaba su cara, tomó mi mano derecha y la llevó a su pecho, cubrió mi mano con su mano y la mía quedó cubriendo su pecho izquierdo. Sentí su respiración, su pecho subía y bajaba como si fuese un caballo de tiovivo. Ahí dejé mi mano un buen rato. Un auto asomó en la esquina de abajo y sus luces iluminaron la escena, volví la mirada y miré que la chofer me veía, se detenía tantito, como para comprobar que era yo y que mi mano estaba sobre la teta de la muchacha bonita. ¡Asqueroso!, gritó. No había posibilidad de elección, sólo había dicho una palabra: ¡asqueroso! La chofer siguió su camino, aún la vi que husmeaba por el retrovisor. Mi mano seguía acunando ese pecho adolescente, sentía una tersura y un calor que estaba lejos de todas las demás partes de mi cuerpo que seguía expuesto al viento helado de La Ciénega. No moví mi mano derecha, dejé que fuera como un pajarito en su nido, en su nido cálido. Metí mi mano izquierda a la bolsa del pantalón, abrí la cartera, vi que tenía dos billetes, uno de quinientos y otro de veinte, le dije a la muchacha bonita que tomara el billete de veinte. Ella tomó un billete, me besó en la mejilla y, donde había estado mi mano, se metió el billete, en ese movimiento infinito que hacían las mujeres del mercado a la hora que buscaban el monedero para dar cambio. Ella hizo sus pasos para atrás y quedó en el remetido oscuro, apenas podía verla. Adiós, dije. Ella no respondió. Seguí subiendo hasta llegar al templo de Guadalupe. El frío era intenso, pero mi mano derecha estaba tibia, como si la hubiese puesto sobre el fogón donde la abuela ponía a calentar las tostadas.
Llegué a casa, entré al baño y me lavé las manos. Busqué mi cartera, la abrí y me di cuenta que no estaba el billete de quinientos que llevaba, sólo estaba el billete de veinte. Me vi en el espejo, me vi perfectamente porque los focos dejaban ver mi rostro en su totalidad, abrí los labios y dije: ¡Pendejo, pendejo! Eran dos palabras pero no había elección.