domingo, 22 de noviembre de 2015
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA CON MENSAJE PARA NECIOS
¡Ay, la necedad de algunos! ¿De verdad, los necios no entienden? El dueño de este local comiteco debió colocar un mensaje dirigido a los necios que no entienden que esa grada del negocio no es para sentarse. Ya imagino la escena con los necios. Y la imagino, porque esta negociación está al lado de un local donde venden hamburguesas. Es fácil imaginar la escena: la señora, entrada en kilos, con un trasero respetable, se acerca al carrito y pide una hamburguesa doble a la mujer, igual de rechoncha, sudada, que prepara las hamburguesas. La parrilla está llena de grasa, los olores de la carne son como niebla y van de un lado a otro de la calle. Los vegetarianos y las embarazadas se tapan la nariz porque el olor es desagradable; los carnívoros se soban el estómago y dicen que tienen hambre. Quienes son débiles en voluntad, igual que la señora, se acercan al carrito y piden una hamburguesa hawaiana, con un trozo de tocino.
Cuando la hamburguesa de la señora, entrada en kilos, está lista, la cocinera la coloca en un plato de unicel y, a cambio de veinte pesos, la entrega. La señora pide un refresco y, como en acto reflejo, busca dónde sentarse. Y he aquí que, por obra de San Wich (que, dicen los irrespetuosos, es el santo abogado de los gordos), la mujer advierte esa grada que pareciera dispuesta para que ella pueda asentar su trasero desparramado. Se le hace tan natural y de tan buen gusto que, saluda al propietario del negocio, y se sienta así, como si estuviese en el andador San José y se sentara ante una mesa del restaurante La Techumbre. Y es que es tan agradable comer frente a la calle, porque se puede ver la gente que por ahí camina y los carros que transitan. Mientras la mujer le da la primera tarascada a la hamburguesa que escurre aceite por todos lados, el propietario del negocio le dice que ahí no puede sentarse, que está prohibido, que ese espacio es la entrada para su negocio y que la señora interrumpe el paso. La mujer pronuncia algo que suena como Mmmm, sí, mmmm, pero no se levanta. La esposa del dueño del local, con esa clásica ironía de las mujeres comitecas cuando están enojadas, dice (viendo hacia otro lado): “Vamos a mandar a llamar a la grúa para que la saquen”, pero la mujer (que tiene cabús de tren que transporta cerdos) sigue dándole con fe a la hamburguesa. La mujer no sólo ha manchado con aceite sus manos y parte de su blusa, sino que también ha manchado el piso (con losetas amarillas), porque a la hora que el aceite se ha escurrido en todos sus dedos, ella, con indiferencia fingida, ha limpiado su mano sobre el piso. Esta acción ha aceitado el piso y llenado de polvo la mano de la mujer que, con fruición, sigue entrándole a la hamburguesa que ya está a punto de ser consumida en su totalidad. “¡Qué necia es la gente!”, dice la esposa del dueño del local, en voz alta. La mujer come hamburguesa que se ve no se crió en buena cuna habla con la boca llena y dice algo que suena como “Sí, la gente es muy necia y pendeja, no deja comer a una con tranquilidad” y se lleva a la boca el último fragmento de la hamburguesa, se chupa los dedos y luego vuelve a limpiar sus manos sobre los mosaicos amarillos de la negociación; se levanta, se alisa la falda y lanza un eructo que, en la cultura árabe significaría un acto de satisfacción, pero que en la cultura comiteca significa una afrenta que obliga a la esposa del dueño a lanzar la última imprecación: “¡Necios!”.
Sí, la necedad es la madre de todos los hijos que no entienden. Por esto, el dueño del negocio se vio precisado a colocar un mensaje, escrito en comiteco para ver si así ¡lo entienden!: “Entendé, respetá. No te sentés”. Pero ya se sabe que ante una prohibición, el deseo de infligir la norma se apodera de los espíritus más zafios.
¡Ah, la necedad! Los necios son muy firmes en sus comportamientos ingratos. Acá se nota que si bien un tipo no se sentó, pasó a dejar la lata vacía del jugo que tomó, sólo como mofa. El espacio lo convirtió en un basurero. ¡Ah, qué pena!