lunes, 30 de noviembre de 2015

RELECTURA




Un día leí “Palinuro de México”. Ese día, en un departamento de la ciudad de México, entendí lo que era la desmesura. Estaba recostado en la cama, dejé el libro por un instante, me paré, fui a la ventana y miré la calle. Esa calle (Campeche, de la colonia Roma) era muy diferente a las calles de mi pueblo y, sin embargo, era tan semejante. El paso de los autos y camiones era constante. Desde el quinto piso del edificio donde vivía miraba a la gente como si fueran hormigas yendo de un lado a otro. El sonido de los pregones y los ruidos de los vendedores de gas o de los que ofrecían frutas subían desde la calle y llegaba hasta mis oídos, como si fuese una niebla levantándose.
Decir que un día leí Palinuro de México es una desmesura. Ningún lector agota esa lectura en un día. Es sólo una forma de decir que comencé a leer el libro en ese mismo espacio donde la novela se genera, porque Palinuro es de México, aunque, ese primer día, me enteré que fue España el primer país donde se publicó tal novela, porque los editores mexicanos no le dieron su aval. ¿Qué pensaron los editores mexicanos de esta novela? ¿Que era la desmesura total?
Cuando avancé en la lectura y apareció la Plaza de Santo Domingo, abrí el closet, saqué un suéter, dije: Vuelvo más tarde, subí a un camión urbano (que aventaba toneladas de humo) y llegué hasta el centro mismo del corazón de esa inmensa ciudad. Caminé por calles, traté de estar pendiente de los ruidos que definían a esa ciudad, traté de pepenarlos y embarrarlos en mi memoria. Al llegar a la plaza supe que ahí, en ese mismo espacio donde estaba parado, Palinuro había caminado y, tal vez, sólo tal vez, Fernando del Paso había estado ahí también, tal vez haciendo la misma operación que yo hacía: ver y oír, pero él (sabio) no siguió la recomendación de la nana Chilita de ver, oír y callar. Fernando no calló, habló como si el tiempo del Apocalipsis estuviese a la vuelta de la esquina (ahí donde un hombre, en el sillín de la bicicleta, tenía una canasta con tacos, los famosos tacos de canasta. Ah, qué ricos los tacos de chicharrón con salsa verde). Fernando pensó que debía ver, oír y no callar, debía hablar como si el fin del mundo fuese una nube cerniéndose sobre el mundo a punto de vomitar el silencio infinito de donde brotó un día el Big Bang. Y entonces Fernando fue la desmesura total, porque no puede contrarrestarse el silencio eterno si no es con el bombardeo continuo de la palabra, de la palabra que es como una lanzadera en telar de madera. Siempre es sorprendente ver cómo la simple lanzadera va tejiendo arcoíris sobre la tela. Y ahí, parado a mitad de la plaza entendí la desmesura de este país y de sus habitantes. Porque fue necesario que leyera “Noticias del imperio”, del mismo Fernando del Paso para que entendiera la historia de México, de este nuestro país que, pareciera, nació signado por el infortunio y la miseria. Ahí, en esa plaza, parecía estar concentrada la esencia de nuestro espíritu. Yo había escuchado que si alguien deseaba un título sin pasar por el aula universitaria podía acudir a ese espacio y los magos de la impresión podían elaborar, en cosa de minutos, un documento que avalara la mediocridad que es signo indiscutible en esta patria. Acá, en este país, la desmesura es cosa de todos los días, siempre y cuando no se manifieste en el talento. La desmesura es aplaudida, siempre que esté aplicada a la corrupción y a la medianía. Vivimos en la desmesura de la palabra falsa. La palabra de Fernando, quien recientemente fue reconocido con el Premio Cervantes, es el fuego de artificio que se da en los cielos de las plazas a la hora del festejo; es la palabra arrastrada, pero jocosa, que pronuncian los bebedores en las pulquerías.
Un día, es un decir, releí “Palinuro de México”, y al estilo del papá del poeta Óscar Oliva, que avisaba el número tal de la relectura de El Quijote, salí a la calle y dije que, ahora, emprendería una nueva lectura, ahora, ya lejos de la ciudad de México, sólo para hacer el contraste, sólo para decir que en todos los territorios de la patria la desmesura es como un pájaro que debemos perseguir, no para cortarle las alas, sino para echarlo a volar por los más altos cielos.