sábado, 13 de febrero de 2016

CARTA A MARIANA, DONDE SE DEMUESTRA CÓMO LA LETRA MANUSCRITA ES MÁS BONITA QUE LA LETRA DE MOLDE



Con un abrazo respetuoso para la familia
Siliceo Guillén, por la ausencia física de doña Panchita Guillén de Siliceo.


Querida Mariana: Ahora todo mundo escribe con letra de molde. Hubo un tiempo en que los alumnos aprendimos a escribir con letra cursiva. Llama mi atención la forma en que nombramos a los actos. ¿Mirás qué simpático resulta decir letra de molde? ¿De molde? Un poco como si habláramos de pan o de gelatinas o de paletas. ¿Por qué de molde? Un amigo mío hace figuras con moldes de yeso.
¿Y la letra cursiva o manuscrita? Yo estudié la educación primaria en la Escuela Fray Matías de Córdova. Ahí aprendí, como dicen los clásicos, las primeras letras (tampoco sé por qué dicen así, como si luego hubiesen las segundas y terceras letras). Aprendí a escribir con letra manuscrita, que es una escritura bien bonita porque cada letra va enlazada con la otra. Toda la palabra va unida. El lápiz no se despegaba del papel hasta el fin de la palabra. Era un trazo continuo, sin interrupciones. Los niños de estos tiempos escriben letra por letra, cada vez que terminan el trazo de una letra levantan el lápiz.
¿Aprender a leer y escribir es un proceso sencillo? Sí, no es un proceso complejo. Millones y millones de personas en el mundo saben leer y escribir. ¿Por qué, entonces, muchas personas no poseen este conocimiento? México es un país con grandes índices de analfabetismo. El tío Eugenio, dueño del rancho “La ilusión”, me contaba que, de todos los empleados que había en la finca, nadie sabía leer y escribir. De nada había servido aquella obligación moral y responsabilidad constitucional que Rosario Castellanos menciona en su novela “Balún-Canán” y que fue decreto del presidente Cárdenas, un presidente que procuró una mejor existencia a los campesinos.
José Vasconcelos es un personaje que admiro. Lo admiro por dos acciones: la primera, porque en algún momento dijo que abandonaba la tertulia con sus amigos, porque sólo le servía para beber cerveza y perder el tiempo, tiempo que mejor invirtió en crear una obra imperecedera. Dijo que sus amigos hablaban de la gran novela que escribirían, pero nunca lo hicieron. ¡Cómo!, si todo su tiempo lo malgastaban en la tertulia. Cuando, hace muchos años, leí tal decisión pensé que haría lo mismo, no malgastaría mi tiempo en tertulias. Desde entonces, en lugar de estar en el café o en la cantina con los amigos, destiné mi tiempo a la lectura y al acto de crear obras a través del dibujo, de la pintura o de la escritura. Puedo decir que me he sentido más pleno, he sido más feliz. La segunda acción por la que admiro a Vasconcelos fue porque, cuando fue Secretario de Educación, se dio cuenta que las declaraciones de algunos generales revolucionarios en el sentido de que se aplicaría pena severa a quien no aprendiera a leer no fue tomada en cuenta por la sencilla razón de que no había escuelas ni libros donde se pudiera aprender. Entonces él se empecinó en suplir esta carencia haciendo grandes tirajes de obras clásicas. Ya te conté que mi papá (en buena hora) una tarde llegó a casa y me obsequió los dos tomos de la obra “Lecturas clásicas para niños”, libros que fueron distribuidos por primera vez en 1924, en un tiraje que se repartió por toda la república mexicana.
El otro día, en el Centro Comiteco de Creación Literaria leímos una leyenda japonesa que viene en el tomo número uno: “La mujer de nieve”. Este relato tiene toda la belleza y sencillez de la cultura japonesa. Al término de la lectura todos los asistentes coincidieron en que era un texto muy bello. Bueno, pues esa clase de lectura era la que Vasconcelos propició para la niñez mexicana, convencido de que los niños debían leer a los clásicos, porque eran lo suficientemente inteligentes para acercarse a la gran literatura. No está de más decir que en los dos tomos hay textos de Homero, de Cervantes, de Rabindranath Tagore, de Goethe, de Shakespeare, de Óscar Wilde, de Gabriela Mistral, de… ¡pucha!, decenas de grandes escritores. Claro, estoy hablando de Vasconcelos. ¿Qué lecturas tienen los niños de hoy, los niños que crecen en el ejercicio de alguien que se llama Aurelio Nuño? Perdón, querida Mariana, pero hay como cien abismos entre la calidad moral de Vasconcelos y la propuesta intelectual de Nuño. Ya te platiqué el otro día que un amigo me dijo que ahora los libros de texto traen chistes como propuestas de lecturas. Ahora hay menos analfabetismo, pero de nada ha servido para el crecimiento intelectual de nuestra niñez y juventud porque los textos que las autoridades proveen son textos sin sustancia para el desarrollo espiritual.
Chiapas es uno de los estados de la república con menor índice de aprovechamiento en educación. Aún existen muchísimos analfabetas. A estas alturas del partido, el marcador menciona: Analfabetismo 8, Chiapas 0. ¡Una señora goliza! No obstante (paradojas de la vida) en nuestro estado florece la poesía como margaritas en el campo. Hay muchos poetas, por fortuna; también hay muchos que se creen poetas, por desgracia. Pero los primeros nos han dado motivo de gran satisfacción: Chiapas ha dado al mundo grandes poetas: Joaquín Vázquez Aguilar, Efraín Bartolomé, Balam Rodrigo, el multicitado Jaime Sabines, Marirrós Bonifaz y muchos más. Cuando Quique, Jorge, Miguel, Roge, Rodolfo y yo estudiábamos en la Ciudad de México, después que tomábamos dos o tres cervezas y dos o tres cubas libres, acompañadas por butifarra de Comitán que alguna de nuestras mamás había enviado en una cajita, y la nostalgia por nuestra tierra y por nuestros afectos afloraba, alguno de nosotros se paraba y, sin decir agua va, como un baldazo de agua fría, para terminar de remover el sedimento de la nostalgia, recitaba “Canto a Chiapas”, de Enoch Cancino Casahonda. Nuestros ojos no podían evitar las lágrimas, porque la voz, también quebrada del declamador medio bolo, decía que “Chiapas es en el cosmos lo que una flor al viento, es célula infinita que sufre, llora y canta…” y más adelante nos emocionábamos de más con los siguientes versos: “…y surgió inadvertida, como un rezo de lluvia entre las hojas…”. ¿Mirás, rezo de lluvia entre las hojas? ¡No, no! Estas palabras eran como un puñal de fuego que nos acariciaba el espíritu. El declamador era interrumpido y alguien le daba un agregado comiteco: “Cotz con tío Mingo” y levantaba el vaso y tococheaba el chincaste de ron que tenía. “…y supe además que a ratos era una fiesta en el barrio…” y nosotros pensábamos en la feria de San Caralampio, en los puestos de las zacatecas, olíamos la juncia y llorábamos y nos metíamos otro pitutazo de trago. ¿Cómo un estado tan jodido en educación ha procreado tantos hijos tan sublimes?
Sin duda que don Enoch escribió su famoso poema con letra manuscrita. En esos tiempos la gente comparaba a la letra manuscrita con el deslizamiento de patinadores (tal vez sobre hielo). ¿Con qué comparamos ahora la letra de molde, de imprenta? Los niños escriben levantando la mano a cada rato, cada vez que terminan una letra, como si fuesen caballitos huichitoperos. Los viejos nos acostumbramos a no levantar la pluma hasta que terminábamos de escribir la palabra. Para que nuestra escritura no fuera escritura de doctor, recibíamos clases de caligrafía, con cuadernos con rayado especial. Claro, hubo gente que ni así, gente que escribía como si una cucaracha hubiese pasado por encima del papel. Dicen (y ahí están los originales para comprobarlo) que nuestra famosa Rosario Castellanos se distinguió por su letra fea y difícil de entender. Escribía bien jodido, pero, en compensación, escribió obra literaria excelsa (yo me quedo con sus colaboraciones periodísticas que son muy disfrutables).
Como en todo México había mucha gente que escribía como Rosario Castellanos, las autoridades decidieron que el Sistema Educativo cambiara la enseñanza de la escritura a letra de molde. Ahora todo mundo escribe de manera entendible, pero, habrá que consignarlo, con menor belleza. Porque así como hubo gente que escribía muy feo, hubo gente que escribía de manera sublime, con una letra muy elegante, porque la escritura manuscrita permitía que la palabra fuese casi casi un ideograma de gran belleza.

Posdata: Ahora vivo en el pueblo. Ya no tengo la nostalgia de la lejanía. No obstante, a veces, subo al mirador, veo a mis pies el caserío y, en voz baja, para que no piensen que estoy loco, digo el verso: “surgió inadvertida, como un rezo de lluvia entre las hojas” y me emociono con la palabra de don Enoch, palabra exacta, sublime, gloriosa, y la aplico a Comitán: esta ciudad nació “como un rezo de lluvia entre las hojas”.