domingo, 28 de febrero de 2016

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE UNA NIÑA POSA SUS LABIOS SOBRE UNA MANO




A Mariana llamó su atención la mezcla. Una mezcla, dijo, que no es común. Dijo que esta niña, de lunes a viernes, por la mañana se sienta en una silla de madera o de plástico en la escuela; llega a su casa y se sienta en una silla de madera para comer; asimismo, a la hora que hace la tarea la hace en la misma mesa donde una hora antes comió. Mariana juró que la niña lava su ropa y lo hace en una batea de madera y cuando juega al columpio lo hace en el columpio que cuelga de una rama del árbol de jocote y sobre la asiento de madera que el papá ató a dos cuerdas.
A Mariana llamó su atención el hecho de que la niña estuviera recargada sobre una banca del parque, una banca de fierro. Por un lado, dijo Mariana, la niña está segura porque el respaldo es rotundo. La niña se hincó sobre el asiento de fierro, se apoyó sobre el respaldo y, como si estuviese en un barco y se recargara contra la barandilla, miró la superficie tranquila de ese mar de laja.
Si uno ve con la misma atención que ella ve el piso, hallamos que la plancha forrada de laja está desierta, todo es una nube de silencio que asfixia el espacio.
La mezcla llamó la atención de Mariana. El hecho de que los pétalos tiernos de la piel de la niña estuviesen en contacto con el frío metal. Mariana dijo que en pocas ocasiones los seres humanos tenemos contacto con el metal. En ocasiones, cuando uno sube a un transporte urbano no queda más que apoyarse en los tubos o en los respaldos de los asientos. Los respaldos tienen un soporte metálico en la parte superior, tubos como de sanitario descuidado. Por lo regular esos tubos están oxidados, expelen un aire de humedad podrida. Mariana siempre lleva un gel en su bolso. En cuanto se sienta abre el bolso, saca la botella y se limpia la mano. El otro día, después de hacer la operación de limpieza me dijo: “Huele” y puso las palmas de su mano frente a mi nariz. Yo tomé su mano izquierda de la muñeca y la acerqué a mi nariz, olía a alcohol, pero por encima, o por debajo de este aroma, aparecía un hilo oloroso a fierro. Cuando vio mi reacción, Mariana dijo: “¿Verdad que sigue oliendo a mierda oxidada?”. Sí, ahí seguía el hedor del óxido, del tubo corroído. “No lo soporto”, dijo Mariana e hizo una cara como cuando a una niña la obliga su mamá a comer la sopa de lentejas. Por esto, cuando Mariana vio a la niña de la fotografía recargada sobre la banca de hierro, dijo que era una fortuna que ese material no se corroyera como el de los autobuses, pero que la niña, de todos modos, había advertido la dureza de ese material y por ello había posado sus labios sobre el dorso de su manita, un poco, como si sus labios fueran la mamá y dijeran: “Ya, ya, todo estará bien”.
Mientras Mariana se levantó para ir a comprar un vaso de esquites, al lado de las gradas de acceso de la Casa de la Cultura, yo pensé en las ocasiones en que estoy cerca de objetos hechos con metal. Me di cuenta que son pocas las ocasiones. Cuando Mariana volvió le dije que jugáramos a imaginar que todos los objetos estaban hechos con metal. ¿Por qué tal castigo para los humanos?, preguntó ella y yo dije que era porque los hombres y mujeres estamos contaminando los ríos. ¡Bien aplicado el castigo!, dijo ella y comenzó por decir que el cepillo de dientes tiene cerdas de metal. Sí, dije yo y reviré con decir que la taza de baño está hecho de fierro. Mariana puso cara de colibrí sin alas y dijo que no quería imaginar sentarse para hacer pis en una madrugada de invierno. Luego, mientras elegía unos granos de elote para llevárselos a la boca, dijo que el colchón de mi cama estaba hecho con hierro. Yo, para desquitarme, dije que su brasier y pantaleta estaban hechos con fierro retorcido. Ella rio. Sí, dijo, como si fuese la época medieval. Bueno, dije yo, tendría la ventaja de que no podrías ser infiel de manera tan sencilla. Bobo, dijo ella, y comentó que los autos estaban hechos con tubulares, del mismo material herrumbroso con que están hechos los asientos de los autobuses urbanos. El cepillo para el cabello también está hecho con cerdas de hierro; y los envases de los refrescos están hechos de fierro. Mariana se llevó una mano a la boca e hizo una cara de asco. Dijo que jamás volvería a tomar un refresco, pero le dije que los ríos ya no llevaban agua en su cauce, que eran hilos de metal los que corrían hacia el mar. Sí, dijo, el mar también está hecho con residuos metálicos y las personas que van a Acapulco no se meten al mar, simplemente se tiran en la playa y, como si estuviesen en un spa, se broncean con los reflejos del sol contra el metal.
Íbamos a seguir jugando, pero Mariana se quedó con la cuchara de plástico a medio camino y ya no comió porque la niña había desaparecido. No vimos el instante en que ella (qué bueno) se despegó de ese barandal, bajó y, como Jesús, caminó por la superficie del mar.
Mariana dijo que, cuando menos, ella había posado sus labios sobre su piel y reconoció que no hay nada más afectuoso que la caricia de una mamá. Luego rio, rio mucho y agregó: Bueno, siempre y cuando no tenga brackets.