miércoles, 3 de febrero de 2016

EL GATO PESSOA




Romeo subió y, como si me aventara un balde de agua fría, dijo: “¡Los gatos tienen siete vidas!”. Yo seguí poniendo piezas al rompecabezas. Sin levantar la vista dije: “Ya lo sé”. Entonces Romeo, al ver que no festejaba su descubrimiento, se sentó a mi lado y me ayudó a armar la figura de la Torre Eiffel. Me pasó todas las figuras que estaban en azul, para que completara el cielo, el cielo de París, desde Comitán. ¿Cuántos años teníamos? ¿Ocho, nueve?
¿Por qué Romeo decía eso? Días después, en casa de tía Sofía (dueña de Satín, Hildebrando y Gostita, tres gatos siameses), me atreví a preguntarle, mientras ella regaba un poco de leche en sus platos personalizados. Mi tía dijo que, en efecto, los gatos tenían siete vidas, porque se salvaban siete veces de ir a la muerte. Y me contó de una vez que Hildebrando cayó al pozo, pero, con tan buena suerte, que lo hizo sobre una madera que flotaba y así ni se mojó ni menos se murió. ¡Esa fue una de sus vidas! Le quedaron seis, dijo, sentenciosa, mientras caminó hacia la cocina y fue a servirme un pedazo de pastel de chocolate, que le salía muy rico.
Ahora, con cincuenta y nueve años de vida (la única que tengo), puedo decirle a Romeo que, en efecto, tuvo razón: ¡los gatos tienen siete vidas!, pero no como decía tía Sofía. Ahora a la tía puedo decirle, por mi experiencia de convivir muchos años con El Misha, que los gatos tienen siete vidas, pero paralelas. Nada de que acá termina una vida y comienza la siguiente. ¡No! Los gatos viven sus siete vidas al mismo tiempo; es como decir que tienen siete personalidades, que son siete gatos en uno (tal vez valga decir: siete animales en uno); un poco como si fuesen como ese poeta Pessoa que tuvo muchos heterónimos.
Una mañana, mi Paty bajó una jaula del estante que está en el cuarto de tiliches, la llevó al patio de servicio y, con una manguera, la lavó. Dijo que doña Chelo le daría una cotorrita australiana. “Se llamará Guazú”, dijo Paty, y dejó la jaula a mitad del patio para que se secara. El Misha bajó de su silla, husmeó, olió la jaula y se echó a su lado. Paty dijo que El Misha no sabía que era gato, lo dijo no con la suficiencia de Romeo, sino con la sencillez de quien mira un atardecer. Ahí fue donde descubrí que el gato era gato, pero, además, era otro animal; es decir, una de sus siete vidas era la de ser gatito (sus maullidos diarios me lo aseguraban), pero, usaba otra de sus vidas en ser otro animal. Cuando Paty llevó el Guazú a casa estuvo a punto de ocurrir una tragedia. Mientras colocaba el contenedor de agua, de plástico (de color amarillo), el pajarito salió de la jaula, aleteó en toda la estancia y se fue a parar (¡ay, Dios mío!) justo en donde dormía el gato. Paty gritó, corrió, el gato despertó, vio a la cotorrita y volvió a cerrar los ojos. Paty dejó al pajarito, quien, también, no hizo algo para volar, se quedó ahí, petrificado, no sé si por la impresión de ver a semejante animal o porque (¡Ay, Señor!) el pájaro también tiene heterónimos parientes del león o del jaguar. Ahí supe que, en efecto, El Misha era, también, un pájaro. Paty, todas las tardes, saca al Guazú de su jaula, le da besos, lo coloca al lado del gato y éste no hace ni el más mínimo intento de atacarlo; es como si en un alambre de luz estuviesen dos pájaros, digamos un zanate y un garbancero, y se ignoraran olímpicamente, porque se sabe que pájaro no come pájaro.
Siempre que llegó a casa por la noche, guardo el auto, cierro el portón y, a la hora que abro la puerta de la sala, El Misha sale al patio sin saludarme. Da una vuelta al auto, luego, frente a la llanta delantera izquierda, mueve la cola como si fuese un sacudidor y sube al cofre del auto. Se echa, levanta la vista y se pone a mirar el cielo. ¿Qué ve? Ahí supe que, además de gato y pájaro, también es un astrónomo, siempre pendiente de la próxima lluvia de estrellas.
Pero no sólo gato, pájaro y astrónomo, también masajista. Paty se coloca una frazada encima de los muslos, echa ahí al gato y éste, sin ninguna indicación, con sus dos manitas comienza a espulgar la tela. Al principio creí que era un movimiento en cámara lenta que imitaba el movimiento de cubrir sus excrementos, un poco como si echara tierra a los desechos, pero Paty me aclaró que su movimiento es como de un molino que mueve sus aspas al ritmo de un río de aguas lentas, puras, diáfanas. El movimiento es de tal perfección que basta verlo unos minutos para sentir que el cuerpo se relaja. “Se siente bien sabroso”, dice Paty. Cuando le pregunto si no tiene miedo de que saque las uñas y la lastime, ella me recuerda que El Misha no sabe que es gato. De donde colijo que si el gato no sabe que es gato, entonces otro de sus vidas es la de ser personaje del cuento infantil escrito por Alexis De la Fuente donde todos los animales no saben quiénes son.
Está bien que El Misha sea personaje de cuento infantil, astrónomo, gato, pájaro y gurú de La India, pero ayer me provocó una inquietud. Lo vi metido en una caja de tomates. ¡No!, pensé, que no se esté convirtiendo en un tomate. Me di ánimos diciendo que los tomates son rojos y él es blanco,pero un segundo después pensé: ¿y si el gato está comenzando a congelarse, ya que este producto es de exportación? A Paty nada le he dicho. Ella sonríe y le toma fotos al gato adentro de la caja. Yo no puedo hacer más que dejarlo todo en manos de Bastet, la diosa gata egipcia, protectora del hogar y de la felicidad. Ayer le prendí una veladora a Bastet y le pedí que haga el milagro de que El Misha no use una de sus vidas en convertirse en un simple tomate.
Romeo tenía razón, la tía ¡no!