domingo, 21 de febrero de 2016

INVENTOS DEL SIGLO XXI




El tío Eusebio no podía creerlo. Fue preciso que su nieto Armando le sirviera una cerveza y un caballito de tequila y que luego lo llevara a su carro. Subí, abuelo, dijo Armando. El tío subió, metió la llave, prendió el auto y éste, en automático, se paró y no volvió a prender jamás, a pesar de que el tío insistió mucho. El tío preguntó si el auto se había ahogado, si la gasolina había terminado. No, dijo Armando, el carro detecta tu aliento alcohólico y por eso se inmovilizó. ¿Imaginás lo que esto significa? El abatimiento de los índices de accidentes causados por conductores borrachos. El tío se asombró y cuando se reunió con sus amigos en la banca del parque central contó lo que había visto. Los viejos también se asombraron y don Eulogio recordó cuando el compadre Chemingo murió la tarde en que bautizaron a su nieto Elías. Habían estado muy contentos, debajo del árbol de jocote, debajo del manteado. Habían comido chicharrón, tostaditas con carne deshilachada, frijolitos refritos con chile de Simojovel. Habían brindado con la botella de comiteco, auténtico, que don Romualdo había traído. Cuando Chemingo se despidió todos salieron a la tranca y desde ahí le dijeron adiós. No sabían que lo estaban despidiendo por última vez. En la curva de La dentada, ahí Chemingo se quedó dormido y se fue al voladero. La comadre Arminda lo lloró más de cien tardes. Cada que recordaba el accidente renegaba de Dios y decía que el trago era hijo del diablo. Todos los amigos del tío Eusebio quedaron en silencio, escuchando el rebumbio de los pájaros a la hora que buscan su alojamiento. Todos quedaron ensimismados, recordando, tal vez, sus años de adolescentes: los tiempos en que se reunían con los amigos para ir a tomar la cerveza en el restaurante “Tono Gallos”.
Todo mundo, igual que el tío Eusebio, reconoció que ese invento era ¡el gran invento! Hasta que los reclamos asomaron. El auto se inmovilizaba cada vez que detectaba un olor a alcohol en el carro. En ocasiones, aunque el chofer estuviera sobrio el auto detectaba el aliento alcohólico de un pasajero y se paraba. Los genios de la Volkswagen (inventores del auto maravilloso) estudiaron el caso y lograron que el auto sólo se inmovilizara cuando el chofer era quien estaba pasado de copas. El auto volvió a tener el prestigio inicial y, en efecto, los índices de accidentes bajaron de manera sorprendente. El Presidente de Alemania condecoró a los inventores y los propuso como candidatos del Nobel de la Paz. Su principal argumento fue que la tranquilidad en las carreteras contribuía a la armonía de las sociedades. Cuando el tío Eusebio vio la noticia en la televisión, llamó a Armando a gritos y le dijo que viera. Armando dijo que era lo más sensato que había escuchado. El tío fue al refrigerador, sacó dos cervezas y ofreció una a su nieto. Hoy no saldremos de casa, dijo el tío, sonrió y destapó su botella. ¡Salud!, dijo. Salud.
¿Y qué hay de nuevo?, preguntó el tío, después de dejar la cerveza en la mesa de centro y tomar, con un palillo, un trozo de queso enchilado. Y el nieto contó que el mundo estaba conmocionado con el más reciente invento de la IBM. Había levantado tal polémica, que grupos feministas habían marchado por todo el mundo exigiendo la destrucción del nuevo invento, porque ya era el colmo de la intromisión de los derechos humanos. El tío se meció en su mecedora de mimbre y mostró interés. Armando tomó, con los dedos, una aceituna, la llevó a su boca y limpió su boca y mano con una servilleta de papel. Dijo que así como la Volkswagen había inventado el detector de alcohol e inmovilizaba el auto, la IBM había inventado un aparato que detectaba a las personas que habían tenido relaciones sexuales en el lapso de cinco horas. El tío se sorprendió y, con las manos levantadas, como si se abanicara, pidió que su nieto explicara más acerca de ese invento. Sí, dijo Armando, quien se echó hacia adelante. Haz de cuenta que yo me acuesto con mi novia y subo a mi carro, éste se inmoviliza de inmediato. No puedo subir a un taxi, porque éste se inmoviliza de inmediato. Así pues debo caminar hasta mi casa. ¿Imaginás si fui a un motel a las diez de la noche? ¿A qué hora voy a llegar a mi casa, caminando? El abuelo abrió los ojos como claraboyas de trasatlántico, dio otro sorbo a la cerveza y dijo que eso era una perversión. Claro, dijo el nieto, es lo que las mujeres de todo el mundo están diciendo. Pero, preguntó el tío Eusebio, ¿no es posible evitar que el dispositivo lo coloquen en tu auto? No, dijo el nieto. El aparato no está en el auto. La IBM lo colocó en los satélites artificiales, inmoviliza los autos desde el cielo. Ya podrás imaginar, dijo el nieto, la de historias que se han dado en el mundo. Ayer salió en la prensa (su personal no pudo evitarlo) la noticia de que la superiora del templo de la Santa Asunción subió a su auto y éste se inmovilizó. Ella se sorprendió, juró a su asistente que no había tomado ni una gota de alcohol. El asistente nada dijo, pero cuando éste llegó a la cocina del convento, con risa de ardilla saltando de rama en rama, dijo que el auto de la superiora se había inmovilizado. Sí, dijo, en medio de la risa de todas las cocineras, el auto del señor obispo también se inmovilizó.
¡Ay, Señor!, dijo el tío Eusebio, tomemos otra cerveza. Hoy no saldremos a casa. Sin decirlo en voz alta, pensó que tener ochenta y dos años era una ventaja, pues ya sus ímpetus juveniles habían cesado. Sonrió. Dijo salud. Imaginó la cantidad de historias que irían brotando en el mundo entero, la de tragedias que asomarían. En voz alta dijo: Tienen razón las feministas, es un invento perverso.