viernes, 26 de febrero de 2016

IMAGINÁ QUE TE LLAMÁS ATARDECER




Imaginá que te llamás atardecer. Que sos atardecer. Imaginá las ventajas. A diferencia de los niños que no los dejan salir de casa, vos podrás salir a jugar todas las tardes, en el patio, en los parques, en los atrios de los templos, en los restaurantes y en las cantinas. Claro, si jugás en estos últimos espacios debés ser muy cuidadoso con los bebedores porque a esa hora ya caminan como barcos en medio de una tormenta y algunos de ellos zozobran y quedan embrocados sobre las mesas o tirados sobre el piso. Así que si llevás patines no es recomendable que caminés por las cantinas. Además, en las cantinas hay mucho ruido, como de mil pájaros bobos hablando de política o de venganzas o de infidelidades. Por eso, mi recomendación (en caso de que aceptés ser atardecer) es que jugués en los parques donde los pájaros vuelan y hacen su jolgorio en las frondas de los árboles que son, siempre, como una oración a la vida.
Imaginá que te llamás atardecer. Que sos atardecer. Ah, cuántas niñas se enamorarán de vos, porque serás capaz de encaramarte sobre las montañas y, como si cabalgaras en un caballo de color, pintarás los cielos con los colores más hijos de los renuevos. Serás como un Van Gogh (¡ah, qué de cielos en espiral, de cielos alucinados!); serás como un Cézanne o como un José María Velasco. Los macizos de flores que, por lo regular, reposan en los campos, vos los pondrás sobre la línea de horizonte y harás enramas en los cielos de todos los cielos. Dejate amar a la hora que las niñas suspiren por vos cuando estés lleno de naranjas, grises y azules; dejá que ellas suspiren como si fuesen peces afuera del estanque a la hora que el sol asume su cara por en medio de tu cara de persiana; dejá que algún iluso aprendiz de pintor te haga un apunte que le sirva para hacer, luego, un retrato tuyo; dejá que las niñas se tomen la selfie a tu lado, porque jamás olvidarán tu rostro de ardilla infinita.
Si te gusta jugar juegos de imaginación y aceptás ser atardecer aceptá que cuando la niña hechicera aparezca vos tendrás que despedirte de esa burbuja libre y decir: hasta mañana. Aceptá que la vocación de la hechicera de la noche es tender la tela de sombra sobre todas las montañas, campanarios, techos y colocar manteados sobre todos los patios de las casas. A esa hora, tendrás que sentarte sobre una banca, quitarte los patines y correr hacia tu casa, donde, tu mamá, siempre iluminada con rayos de sol dorado, ya tiene preparada tu pijama y el agua de la tina, para que te bañés y, luego, ya con tus pantuflas puestas te sentés ante la mesa y cenés una rosquilla chuja con una taza de chocolate bien caliente. Hacé silencio y escuchá las campanas del templo de Santo Domingo que convocan a los grandes a misa de siete.
Imaginá que te llamás atardecer. Que sos atardecer. Imaginá que sos la cinta de aire que se expande como papalote. Aceptá que de todos tus primos (excepto el mediodía) vos serás el que menos oportunidad tendrá de estar fuera de casa pateando latas en la calle o columpiándote en los columpios que el tío Eiber cuelga en las ramas más altas de aquel ciprés que sembraron juntos cuando vos eras muy crío. Tu prima madrugada dura afuera el mismo tiempo que vos. La mañana sí es más juguetona, porque permanece en la calle más tiempo. ¡No se diga la niña hechicera! Ésta es la más lúdica, la más misteriosa. Aparece cuando ya vos estás de regreso a casa y no vuelve a la suya hasta que la madrugada, como si sentara en una banca del templo, la empuja con sus caderas. La niña hechicera es tu prima más rebelde, la oveja negra de la familia. Su mamá siempre le pregunta ¿Dónde estuviste? ¿Qué hiciste?, y siempre le echa en cara que anda en malos pasos, porque no sólo camina en las plazas y en los pórticos de los templos, sino, también, retoza por callejones y en cuartos de prostíbulos y, como si fuese un delincuente, salta bardas de residencias y espanta a niñas que se cubren con sus chamarras en sus camas, porque tu prima niña hechicera tiene ojos que son oquedades sin brillo, como si fuesen huecos de cráneos desnudos.
¡Ah, qué bonita vida la tuya! Siempre sentite orgulloso de ser atardecer, porque, ya lo dijo el sabio, en el atardecer de la vida aflora la sabiduría, así que, con tantita suerte, llegás a ser reconocido como lo que sos: ¡una bendición!, porque cuando vos jugás en el parque y en las calles los pájaros están de regreso; asimismo, de regreso, está el obrero, y vos sabés que no hay cosa más reconfortante que saber que los de casa están de regreso. A la hora que vos retozás, la abuela se dispone a descansar, corre la cortina de su cuarto y toma el rosario para rezar y pedir que la potestad divina ponga su mano sobre todos los de la familia; mientras el abuelo, en el viejo gramófono, pone el disco de Agustín Lara, cierra los ojos y se mece en la mecedora de mimbre.