lunes, 15 de febrero de 2016

LA MEMORIA QUE SE DILUYE




Dichosos los que son fieles. Lo digo porque desde siempre he convivido con una infiel: mi memoria. Ésta es una muchacha que en cualquier esquina me abandona y vuelve cuando quiere y a la hora que quiere. Sé que quien está en la fotografía es Manolo (espero no equivocarme) y creo saber que durante algún tiempo su mamá, doña Esperancita, tuvo a su cargo la cafetería de la Casa de la Cultura. Tal vez por esto, Manolo, con gran desparpajo, está sentado en ese espacio. Si esto es real Manolo tuvo un privilegio non: convivir en ese espacio que es sagrado para muchos (ahora, la cafetería ha vuelto y nuevas generaciones podrán apropiársela).
Si una mañana de éstas se me ocurriera ir a tomar una fotografía en ese espacio, hallaría algo similar (bueno, Manolo ya no tiene esta edad): las mesas ahí están, los arcos también. Sólo algo (y por ello mi comentario) ya no existe: el murete divisorio. Ahora, ese espacio no tiene división. Las personas suben y bajan a través de los arcos sin ningún impedimento. Alguien podrá decir que eso es una gran ventaja. Pero nosotros, los preparatorianos que a principios de los setenta estudiamos en la gloriosa escuela Preparatoria del Estado, sabemos que eliminar ese murete fue una de las más grandes afrentas que alguien hizo a nuestra sociedad. Es una pena que a cada rato las autoridades (por caprichos) modifican la traza urbana y nos quitan elementos que apuntalan nuestra identidad. Una tarde tiraron la manzana de la discordia, años antes (en la década del cuarenta) alguien mandó a tirar la estructura que estaba en La Pila y que, en semejanza a la pila de Chiapa de Corzo, tenía cuatro arcos y en medio un tanque donde fluía el agua. Una de las mayores afrentas fue la ocurrencia de un presidente municipal que decidió “modernizar” las calles de este pueblo y decretó que cada vez que un vecino remodelara su casa debía “meterse” un metro. Imaginó (qué imaginación tan pobre) que un día todas las calles se podrían ampliar. Así, cada vez que un vecino pidió autorización para el arreglo de su casa debió tirar la fachada para cumplir con la disposición presidencial. ¿Cuál fue el resultado? Treinta o cuarenta años después vemos que las banquetas son un zigzag y apreciamos que las fachadas perdieron su belleza auténtica y original. Ah, cientos de balcones y puertas soberbias se extinguieron para siempre.
El murete de la Casa de la Cultura (anteriormente Preparatoria del Estado) conservaba la celosía que nos da identidad. Las personas se acodaban ahí y veían la calle (además, los niños y adultos no corrían peligro de dar un paso en falso y caer a la banqueta). Rosy me enseñó el otro día lo que resulta de hacer una figura en papel que simula esta celosía triangular. Tomó una hoja de papel, cortó un pedazo e hizo el acordeón que imitaba esta estructura, lo paró sobre la mesa. Pero el asombro fue cuando ella tomó el papel con triángulos y lo unió: la resultante fue ¡una estrella! Rosy dijo que esa celosía eran las nueve estrellas extendidas que siempre nos protegen.
Dichosos los que son fieles. Muchos comitecos han sido fieles con su ciudad: siguen conservando sus tradiciones, siguen regando el árbol de nuestra identidad. Pero, ¡ay, Señor!, muchos otros, igual que mi memoria, han sido infieles. Y si uno de estos infieles (o varios) llega a tener el poder de decidir ya vemos lo que le sucede a nuestra ciudad.
¿Qué ganan los que modifican nuestras plazas y nuestros edificios simbólicos? ¿Qué ganan los que tiran parte importante de nuestra historia? Parece que lo único que ganan es afirmar su carácter de infieles. (Cualquiera dirá que ganan paga y que por eso inventan modificaciones).
Una tarde, Manolo se sentó en una silla del Café de la Casa de la Cultura (¿tenía algún nombre especial?). Doña Esperancita (su mamá) colocaba, sobre ese murete, ollitas de barro que funcionaban como macetas. Por esto Rosy me decía que ese murete era la síntesis exacta de nuestra personalidad: ahí estaban las estrellas que resguardan a este Comitán de las Flores. ¿Ahora? Ahora nada. La nada es la tónica. Ay, los infieles, cuánto daño nos hacen.
Mi admiración infinita para los que son fieles y, además, leales.