domingo, 14 de febrero de 2016

CON TODOS LOS COLORES DEL UNIVERSO





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como una penca de nopal y mujeres que son como un bordado en el cielo.
La mujer bordado en el cielo siempre tiene las mejillas llenas de color sol, como si hiciese mucho calor, como si estuviese en la cocina donde el fogón calienta la estancia; como si acabara de recibir a su amado; como si, minutos antes, hubiese corrido diez kilómetros sobre la pista de tartán; como si ella fuese la brasa que calienta el mundo y deshiela los témpanos del Polo Norte.
Siempre ríe como si fuese un arco iris y las nubes no fuesen más que un mero pretexto para tejer las grecas de mil colores que son herencia de las mujeres mayas, de quienes, por primera vez, echaron las tortillas al comal.
A la mujer bordado en el cielo le sobresalen las venas de las manos, las venas no están ocultas, son como tzucumos que, orgullosos, caminan por todas las veredas de sus brazos, de sus piernas y de sus muslos. Cuánta dignidad en esas venas resaltadas. Ahí, los amados juegan a que sus dedos caminan por las mañanas y las noches para ir al huerto, al lugar en donde se siembra la luna para que dé el fruto de la luz y del misterio. Porque la mujer bordado en el cielo hila sus grecas con las figuras que descubre en el cielo y en la tierra, a la hora que hace el amor. Porque esta mujer reconoce el significado completo y absoluto de la palabra coger. Porque sabe que para apropiarse del universo es preciso coger las estrellas, los caminos y las enramadas que conforman la piel del amante. Ella, a la hora que desnuda a su amado, sabe que deja al descubierto el manantial donde brota el agua, sabe que abre la esclusa para que el agua caliente inunde los valles y las oquedades de su cuerpo; sabe que el agua bendice cada porción de terreno, porque en donde el amado sostiene su cayado, ahí está la semilla de la esperanza. Cada bordado de su piel y de su espíritu es como ala de un pájaro niño. Cada cinta de una blusa o de un chal es el camino que abre el aire para marcar el destino. Porque la mujer bordado en el cielo tiene como misión sembrar árboles de sal en medio de los mares del mundo.
Reconoce la riqueza de cada uno de los colores, pero elige (cuando le es permitido) los colores tierra, los que combinan a la perfección con las tonalidades que son como la música de una marimba o de un tololoche.
Su vocación es intentar bordar el árbol de la vida en el cielo de todos los cielos, a fin de que el universo sea un solo plano, un lugar donde el hijo de la tierra pueda subir por las ramas, como si fuese chango o mico, y salude al hombre que vive en los planetas distantes. No es menor su vocación: es la de unir al hombre terrícola que se cree único con el hombre de la otra dimensión que, tal vez, también se cree único.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como un agudo de trompeta y mujeres que son como el espejo que nada refleja.