viernes, 12 de febrero de 2016

PORQUE HAY PÁJAROS ASÍ




Margoth y yo caminábamos quitados de la pena. La tarde era bella. El sol se desparramaba como si caminara en puntas.
¿Cómo camino? Viendo hacia el frente, hacia los lados y hacia el piso (pendiente de las lajas resbalosas). Esporádicamente veo hacia el cielo. Fue Margoth (la llevaba cogida de la mano) quien gritó y me señaló la altura: “Mirá, tío, mirá, un Molinari”. Entonces vi el cablerío y la catazumba de pájaros equilibristas, como si fuesen corcheas en un pentagrama. Vi lo que Margoth vio, el pájaro que estaba alejado de la parvada. Ese pajarito solitario fue el que llamó la atención de Margoth y dijo que era un pájaro Molinari, porque estaba alejado de la multitud.
Sí, dije, sonriendo. Sí, pensé, ese soy yo. Ahí está la multitud unida, conversando, chanceando, haciendo planes, mientras yo, el solitario, estando sin estar, observo, hago mi propia lectura. Estoy donde los demás están, pero estoy distante. Escucho la algazara y disfruto verlos felices. Participo incluso de su felicidad, pero no me integro, porque me cuesta trabajo estar donde los demás están. No lo hago (siempre lo he sostenido) porque sea un pedante, sino porque mi naturaleza me empuja a ser escaso. ¿Por qué este pájaro Molinari -casi mi alter ego con alas- estaba alejado de los demás? Le pregunté a Margoth. “Ah, tío, porque así sos vos”, pero cuando insistí, ella dijo que era porque era el vigilante. “¿Mirás cómo mira para todos lados?”. El solitario, en efecto, movía su cabecita a la izquierda, a la derecha, y, sobre todo, miraba el cielo. Estaba pendiente de algo superior, acaso un aguilucho. Nos quedamos parados, sin molestar, para que la parvada no se alborotara y levantara el vuelo. Poco a poco nos hicimos para atrás y nos apoyamos en la pared. Si hablábamos lo hacíamos en voz baja. La multitud, fiel a su vocación, era una fiesta, porque hacían un alebrestado jolgorio, como si platicaran, como si contasen todo lo que habían visto y hecho durante la mañana, porque la noche ya no tardaba mucho en llegar. Pero el solitario estaba callado, miraba, miraba hacia los lados y hacia arriba. Jamás lo vimos ver hacia el piso, como sí lo hacían dos o tres de la parvada (tal vez estos buscaban algunos gusanos todavía). El pájaro solitario estaba muy pendiente del cielo. ¿Qué esperaba ver? ¿No le preocupaba tanto el cazador del piso como el cazador de las alturas? ¿Cuál es el principal temor de los pájaros? ¿Qué les preocupa? Margoth dijo que ese pájaro solitario era el vigía, que era como el marino que se sube a lo más alto del palo mayor en un barco y es quien está pendiente de la línea del horizonte. Pero, entonces, ¿por qué estaba parado sobre un alambre inferior? Parecía que la hipótesis de Margoth no era correcta. Se lo dije. Ella no lo pensó mucho, dijo que yo era un tontito. ¿No habíamos quedado en que él no miraba hacia abajo sino hacia arriba? Sos un bobo, dijo Margoth, los vigías del barco suben a lo más alto porque ven hacia abajo; los vigías Molinari bajan a los infiernos para ver el cielo. ¡No, no podía ser! ¿Esto había dicho Margoth? Sí, y como había levantado la voz tantito, ya emocionada, el pájaro solitario había movido sus alas y todos, todos, la parvada completa, inmensa sombra, había levantado el vuelo. Había sido un estruendo instantáneo. Luego todo quedó en silencio. Como no pasaba carro alguno todo había sido como estar en un lugar alejado del mundo. Margoth señaló con su dedo índice y dijo: “Mirá, tío, el Molinari, a la hora del vuelo, se integra a la parvada”.
Pensé entonces que ese pájaro solitario era diferente a mí. Pensé, asimismo, que los demás pájaros que caminan por estas calles de Comitán también son diferentes a esa parvada: yo no me integro ni en el vuelo, y ellos, mis amigos, conocidos y paisanos, no vuelan en grupo. A veces ni siquiera alcanzan el vuelo.