miércoles, 10 de febrero de 2016

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE HAY UN HOMBRE IGNORADO




Los seres humanos somos vanidosos. Unos más que otros, pero todo mundo quiere ser admirado por el de enfrente. Nadie quiere ser ignorado. Es difícil ser sometido a la Ley del Hielo. No obstante, este hombre vive en un mundo de hielo, porque vende paletas y nieves. Ricas paletas y nieves: helados americanos.
Uno sabe que son tiempos de globalización y hasta los helados ya no son autóctonos. Las nieves locales han cedido su lugar de preminencia a los helados de marcas trasnacionales. Acá se ve un carrito de helados que, de alguna manera, remite a la bandera norteamericana, los colores, las estrellas (ya no son las nueve de Balún-Canán) y la forma del helado que, siempre, termina en una punta coqueta. Pero, pobre hombre, en esta ocasión se ve que ha sido ignorado rotundamente.
Digo que todo mundo es vanidoso, pero acá no se trata de vanidad, el hombre (de lentes oscuros y gorra que tiene inscrita una frase en inglés) necesita ser visto para que alguien se acerque y le pida un helado o una paleta. Pero acá, a pesar de que hace todo el intento, no logra ser visto por alguien. Todo mundo está pendiente del paso del desfile y nadie, ni siquiera por caridad, mira al pobre hombre. El calor está en su punto y cualquiera diría que caería bien un helado, pero ni siquiera la niña de la blusa rosa insiste con la mamá para que le compre un helado.
Los encargados de imagen de las grandes empresas dirían que el hombre de los lentes negros no está vendiendo de manera correcta su producto. Todo mundo del Comitán de los setenta recuerda al famoso paletero que empujaba un carrito similar al de la fotografía y, con la voz gangosa, gritaba: “Paletas, paletas de limón, de vainilla y de rábano”. Todo mundo se acercaba a preguntar por las de rábano. Este hombre no tiene una estrategia parecida, es más, si apreciamos su rostro veremos que más que estar presente en el desfile de carros alegóricos de inicio de feria, debía estar en la procesión que los vecinos de Nicalococ hacen cada año, por el rostro de viernes santo que el calor le ha impuesto.
El hombre empujó su carro frente a toda la audiencia que veía el desfile y nunca hizo un intento de decir: ¡paletas, paletas, acá están sus paletas de chocolate, de vainilla y de fresa! Pasó como si fuese parte de algún contingente y nadie de la multitud levantó la mano y pidió un helado.
A mí siempre llama mi atención el hecho de que en lugares donde hay helados naturales propios de la región, la gente consuma los productos trasnacionales. Entiendo las intensas campañas que realizan para promocionar sus productos y la fragilidad de las voluntades de los consumidores, pero, por el amor de Dios, ¿quién, poseedor de todos sus sentidos, prefiere un producto cremosito artificial a un helado de tequila (en el centro del país) o una paleta de chimbo (en esta tierra de Dios)?
Tal vez este hombre fue ignorado porque lleva veintiuna estrellas en su carrito. Tal vez se equivocó (tiene horma de extraterrestre) y no supo que en Comitán las estrellas siempre son nueve. Si los telespectadores no ven los programas del Canal de las Estrellas es porque siempre nos ofrecen estrellas también artificiales y artificiosas.
Tal vez este hombre fue ignorado porque parecía primo hermano de Will Smith. Más de uno, sin verlo directamente, se preguntó si no era uno de los Hombres de Negro. Parece que el niño que está detrás de la niña de blusa rosa sí se hace la pregunta y está a punto de levantar la mano, no para pedir una paleta de fresa, sino para pedirle un autógrafo.
¿Por qué nadie lo ve? ¿Por qué todo mundo parece ignorarlo?
Pasó empujando su carrito de helados y, metros más adelante, se confundió entre los integrantes de una batucada y ya no volvió a aparecer.
Los seres humanos somos vanidosos. Nos encanta saber que somos vistos y aclamados. Nos encanta imaginarnos en la alfombra roja y pasar frente a todos y escuchar sus vítores y aplausos. Es feo cuando uno pasa frente a una multitud y todo mundo nos ignora.