sábado, 6 de febrero de 2016

CARTA A MARIANA, PARA DAR TESTIMONIO




Querida Mariana: ¿No te molesta si vuelvo a mencionar a Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura 2015? Ella nació en Ucrania. Una tierra un poco lejana de la nuestra. Para compensar mencionaré a Guillermo Bermúdez Domínguez, quien nació en el barrio de La Pila, de nuestro Comitán.
Estoy seguro que Svetlana, de muchacha, no imaginó que una mañana su nombre estaría en boca de todo el mundo. El nombre de Guillermo no está en boca de todo el mundo, pero sí en boca de muchos comitecos; a veces para bien y otras sólo como mero chisme.
¿Por qué ahora relaciono a la ucraniana con un pileño? ¿Qué tiene que ver una cultura con la otra? ¿Qué punto de contacto existe entre alguien que creció en terrenos donde los osos y los paisajes helados no son infrecuentes y alguien que creció en medio del canto de los cenzontles y nadando en ríos de aguas templadas? Bueno, todos sabemos que los seres humanos tienen las mismas aspiraciones y temores, sin importar el lugar del mundo en que vivan. El mayor punto de contacto de un ser humano que vive en el otro lado de la tierra con otro que vive de este lado es, precisamente, su condición de humano. Los seres que habitan en la selva de La Amazonia también gozan, sufren, ríen, hacen el amor y celebran rituales, así como lo hacen los ucranianos o los comitecos. Claro, los seres de La Amazonia (lo mismo que nosotros) nunca han padecido los horrores de una guerra mundial, como sí la padecieron los ucranianos. Pero nuestros temores y nuestras desgracias están todos contenidos en el mismo hoyo del infierno.
Relaciono a Memo con la Aleksiévich porque esta última logró el máximo premio de literatura gracias a los libros que ha escrito donde da a conocer testimonios de vida. Dos de sus libros más famosos son “Voces de Chernobil” y “La guerra no tiene rostro de mujer”; el primero cuenta la tragedia ocurrida en la planta nuclear de Chernobil, el segundo narra la participación de mujeres en la Segunda Guerra Mundial. Lo importante es que lo narra a través de las voces de hombres y mujeres que contaron sus propias experiencias.
¿Y nuestro Memo comiteco, qué tiene que ver en esta historia? Resulta que, como parte de un trabajo de investigación universitaria, Gustavo de Jesús Gordillo Gutiérrez (estudiante del cuarto semestre de la licenciatura en Trabajo Social, de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar) le pidió un testimonio de vida. ¿Por qué Gustavo le pidió esto a Memo? Porque Guillermo fue su maestro en primaria. Tal vez Gustavo no sabe que el trabajo que realizó (salvadas las distancias profesionales) es el mismo trabajo que Svetlana realiza: hacer que la voz de un personaje se exteriorice y quede grabada para siempre. Gracias al trabajo de la ucraniana, ahora, todos los lectores podemos “escuchar” las voces de quienes padecieron, por ejemplo, el horror del desastre nuclear de Chernobil. El lector, querida Mariana, siente la cuerda de fuego que viven quienes deben habitar un territorio contaminado. ¿Podés imaginar lo que significa vivir en un terreno que está expuesto a la radiación? Vivir en esas condiciones debe ser como vivir en el límite, en la orilla del vacío, sin saber si en esa tierra puede sembrarse algo, porque la cosecha puede ser como una granada de fragmentación. A veces pienso en esos niños de Europa que juegan tranquilos y sonrientes hasta que alguno de ellos pisa una mina enterrada en tiempos de la Segunda Guerra Mundial y todos mueren por la explosión. Sólo lo imagino, porque nunca he vivido en un territorio de guerra. Pero imagino que debe ser dramático vivir así. Si vivir donde vivimos ahora es un problema ¿qué podemos decir de aquellos territorios? Ahora nos da temor vivir en un espacio que tiene ríos que no contienen agua limpia, como antes, sino que son cauce de sustancias contaminadas. Es triste caminar por las orillas del Río Grande y ver que está lleno de caca.
Así como muchos personajes bielorrusos contaron su testimonio a Svetlana, Memo contó su testimonio a Gustavo y éste nos entrega una historia que cuenta las emociones y tragedias de un personaje muy cercano a nosotros. El testimonio de Memo está salpicado de anécdotas simpáticas y de anécdotas dolorosas. Como ejemplo de las primeras te paso copia de una: “En mi juventud me practicaron la circuncisión, corrí con la mala suerte que a media operación se fue la luz y no tenían hilo para costurar, recuerdo que a esas horas fueron a conseguir una lámpara de cacería para que pudieran continuar con la operación. Lo más simpático del caso es que al llegar a la escuela, después de varios días, el profesor Humberto Bautista me dijo: > ¿Cómo estás Bermúdez? ¿Te operaron? <. Sí, profe, y luego me dice: > ¿Y es cierto que con el cuerito te mandaste a hacer un par de botas? <, y mis compañeros soltaron las carcajadas”.
Lo que narran los personajes de los libros de Svetlana da cuenta de las miserias humanas provocadas por los mismos humanos. Esos testimonios son como alambres de púas que ahogan y terminan por asfixiar. Si no fuese por el trabajo inteligente de la escritora, esos testimonios de vida se hubiesen extraviado y los seres humanos olvidaríamos. Preservamos la memoria porque es la prueba de la existencia. Si Gustavo no hubiese entrevistado a su maestro (muchos años después de que fue su maestro) la historia de Memo hubiera sido como esas lluvias que caen en el desierto y sólo alimentan a dos o tres cactos. Por fortuna, una tarde, Gustavo se sentó ante su maestro y, con una taza de café escuchó la voz de Memo, y esta voz se riega como agua de represa por muchas comarcas: “Hubo cosas tristes que las recuerdo con mucho dolor, porque, ahora que conocemos ese tema tan sonado del bullyng, me tocó ser víctima en varias ocasiones de este problema y quedaron grabadas, porque me pasaron dos situaciones difíciles de superar. En una ocasión un compañero me reclamaba que le había derramado un frasquito de Resistol y lo cobraba quitándome a diario mi gasto o la fruta que me ponía mi madre, llegó a tal grado que me acosaba en la esquina de mi casa. Una mañana me mandaron a comprar las tortillas y ahí estaba él y me dijo que si no le llevaba cinco pesos me iba a matar y llegó con una navaja, me dio mucho miedo; a mi mamá no le decía del problema, me llevó casi a rastras a la escuela y allá sí tuve que decir la verdad y me costó mucho superar esa situación…”
Los hombres contamos lo que vivimos, lo hacemos para dar constancia de la vida. Entre todos escribimos el gran libro de la humanidad. Ningún testimonio es menor. Todos son importantes. La Historia (con mayúscula) nos ha acostumbrado a conocer las biografías de los grandes personajes, de los héroes, y ha menospreciado las vidas de los modestos, de quienes, a final de cuentas, han participado en las grandes hazañas de los grandes. ¿Conocíamos las historias de las mujeres sencillas y comunes que, en la trinchera, en los pabellones, participaron en la Segunda Guerra Mundial? ¡No, hasta después de los libros de Svetlana! Conocíamos, sí, las historias de los mariscales y de los personajes principales. ¿Cuál testimonio es más valioso? ¿El testimonio de quien, en palacio, detrás de un escritorio, declaró la guerra, o el de quien, en un foso, tomó el fusil y apuntó al enemigo, sin saber bien a bien por qué debía matarlo? No sé qué pensés, Mariana. Yo digo que ambos testimonios son valiosos para conocer los pensamientos de los seres humanos y de sus comportamientos. De igual manera creo (insisto, proporciones guardadas) que el trabajo de Gustavo es igual de valioso que el de Svetlana, porque el testimonio que Memo le regaló preserva parte de nuestra identidad. La historia de Memo Bermúdez es la historia de un comiteco que creció en este pueblo, nuestro pueblo. Al inicio del testimonio, Memo dice: “Mi nombre es José Guillermo Bermúdez Domínguez. Soy originario de Comitán de Domínguez, Chiapas. Nací el 23 de agosto de 1957, en el barrio de La Pila, calle del Resbalón…”. ¿Mirás, querida Mariana, qué maravilla? ¡Calle del Resbalón! La simple mención del nombre hace que la identidad de este pueblo halle acomodo. ¿Qué haríamos los comitecos si algún día extraviamos esos tesoros lingüísticos que son como chimbos para nuestra alma? Hoy (es una pena) el letrero que existía en esa calle ya no está. Tal vez a alguien, algún día, se le ocurra pintar una lámina pequeña con ese nombre y pida permiso al propietario de la casa para devolverle ese nombre tan original a la calle. No creo que autoridad alguna se opusiera a rescatar esos pequeños rasgos de nuestra identidad. Mientras llega el momento, ya Gustavo y Memo nos han obsequiado una tableta de manía que endulza nuestro espíritu.

Posdata: Memo dice que cuando iba al rancho de su abuelo materno, a los más chicos los metían en un tambito, uno de cada lado en un caballo. Así fue esta historia, Memo fue en un tambito y Gustavo en el otro. Gracias por invitarnos a este fabuloso viaje de vida.
(Nota: La presentación del cuadernillo será el lunes 8 de febrero, a las once de la mañana, en las instalaciones de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar, barrio Los Sabinos.)