lunes, 22 de febrero de 2016

TODAVÍA




El tío Ernesto decía: “Still beautiful”, como medio mundo dice buenas tardes o buenas noches. Era su saludo y era, también, como una invocación, porque subía los brazos y miraba hacia el cielo. A mí me causaba gracia y a él también le resultaba gracioso cuando llegaba a su casa y lo imitaba (el pedacito de gente) y alzaba las manos y decía Still beutiful, sin saber qué significan esas palabras, que luego, meses después, la tía Emerenciana se encargó, a la hora de servirme un pedazo del pastel de manzana que le salía riquísimo, decirme que eran dos palabras en inglés y que significaban “Todavía bella”.
El tío lo decía, pero como si fuera parte de una oración, como si rezara el inicio del padre nuestro, porque siempre quedaba como esperando que otras palabras llegaran a su boca.
Yo lo aprendí e igual que él lo decía a todas horas, en el salón de clases, en la calle, en el mercado y en la casa. A la hora que Sara me llamaba para servirme dos tortillas con nata y una taza de café con tostada adentro, yo, en lugar de decir gracias, decía Still beutiful, ella reía y yo le explicaba que eso era inglés y lo que significaba. Yo veía que Sara se sonrojaba tantito, como si su rostro tomara un ligero reflejo de la brasa del fogón y comenzaba a silbar una tonada, en tono muy bajo.
La vez que me conmocioné fue una tarde que visité a los tíos. Ya estudiaba en la Universidad Nacional Autónoma de México. Siempre que estaba de vacaciones en mi pueblo, pasaba a su casa para saludarlos. Mi tía me abrazó, me hizo una seña con el dedo para que callara y me llevó hasta la ventana que daba a la sala. ¡El tío bailaba! Iba de un lado a otro, hacía un lado una silla, levantaba los brazos y las piernas, uno, dos, uno, dos. Mi tía rio. El tío nos vio, abrió los brazos como si me abrazara y luego movió la mano para que fuera con él. Lo abracé muy fuerte. Escuché que la canción decía: “Still beautiful”. El tío se sentó, sacó un pañuelo, se limpió la frente y me preguntó cómo estaba. ¿Así que es una canción?, dije, y él mencionó que recién la había descubierto, que Mónica le había llevado el disco, que el cantante era Chris Rea, un cantante inglés. Mónica, igual que vos, dijo el tío, siempre oyó que decía Still beautiful y ahora se ha convertido en mi canción favorita. ¿La has oído? Dije que no, que nunca. Ah, es una canción muy bella. Yo dije: Todavía bella. Él rio. Dijo que me invitaba a comer. Llamó a mi tía y le pidió que preparara algo sabroso para mí. Cuando salió la tía le pregunté por qué siempre decía esas dos palabras. Me contó que lo había encontrado en un poema que leyó siendo niño, en clase de inglés. Dijo que había llamado su atención la sonoridad de esas dos palabras y cuando la maestra (así como mi tía lo había hecho conmigo) le dijo el significado pensó en su mamá: aún bella. El tío dijo que su mamá fue una mujer bellísima y, a pesar del paso del tiempo, conservaba una dignidad de vitral de catedral europea. Por eso, dijo, mientras abría una cerveza y me la ofrecía, siempre he pensado que la vida, a pesar de toda la mierda, aún es bella. Y rio, rio con una carcajada de bocina a todo volumen.
“Still beautiful” se convirtió en la canción predilecta de mi tío. Desde niño había presentido que algún día un autor compondría la canción que él invocaba a toda hora. En la Ciudad de México me enteré que la tarde de su entierro, la tía, antes de salir de casa para ir al panteón donde fue la misa y luego el entierro, puso el disco de Chris Rea y bailó como si estuviese con él. Todos los que la vieron no pudieron reprimir el llanto. Dicen que fue una imagen bella, “todavía bella”, antes de la niebla gris en el panteón.
Desde entonces supe que todo mundo debe reconocer la canción que lo acompañará toda la vida. Aquélla que, igual que la tía Francisca, le haga bailar aún en medio de la lluvia fortísima. Una vez vi a la tía Francisca ir de un lado a otro del sitio de su casa, bailando en medio de un torrencial. Estaba como iluminada, plena, sublime. En el tocadiscos de la sala, a todo volumen, sonaba su canción favorita, una que no recuerdo cómo se llamaba, pero que era interpretada por Celia Cruz, salsera de lujo.
Mi papá también tenía su canción favorita: Vereda Tropical. Nunca vi que la bailara, pero lo vi cientos de veces, con la camisa arremangada en los brazos, abrir la consola, colocar el disco y sonreír a la hora que los primeros acordes, como si fuesen el sol, asomaban por su horizonte. Tomaba la regadera y regaba las plantas del corredor de la casa. Cuando la canción terminaba, mi papá silbaba la tonada, así terminaba de regar, así, silbando, se sentaba al comedor y esperaba que Sara le sirviera el desayuno.
Ahora que el Internet nos brinda el prodigio de tener tanta música a la mano, a las cuatro de la mañana me pongo los audífonos y escucho Vereda Tropical; escucho el ritmo como de olas que vienen y van, el órgano que baila al lado de un clarinete y la voz de Lupita Palomera: “…hazla volver a mí, quiero besar su boca, otra vez junto al mar, vereda tropical…” y es como si viera a mi papá, en el corredor, en mangas de camisa, regando los helechos que había en los corredores de la casa; y escucho la voz ronca de Chris Rea, voz como de agua adentro de un tonel: “…and you are still beautiful, you are still beautiful, in this cold white nigth…” y es como si viera a mi tío levantando los brazos, bailando de un lado a otro de la sala. Y solo, mientras escribo párrafos de una novelilla, silbo una partecita de Vereda Tropical y digo still beutiful y sonrío. Solo. Solo, en la madrugada, aun en busca de la canción que me acompañe el resto de mi vida.