jueves, 15 de diciembre de 2016



MEMO ZANAHORIA

Murió Guillermo Samperio, escritor mexicano. Sólo una vez lo vi, a lo lejos, en una mesa de lectura. Nunca platiqué con él. Nunca me acerqué. Jamás pedí un autógrafo.
Yo estaba al fondo del auditorio, auditorio lleno de jóvenes. Memo leía un cuento, su cabello parecía mojado, algunos cabellos caían sobre su frente y formaban ligeros círculos que, maravilla, parecían dos lentes, como reflejo de los lentes que usaba para leer.
Hubo un instante, a mitad del cuento, que suspendió la lectura. Toda la audiencia hizo silencio. Nadie entendía el comportamiento de Memo. ¿Por qué había suspendido la lectura cuando todo mundo estaba pendiente? Yo busqué, desde la última fila donde estaba sentado, si había algún niño que hubiese alterado el momento de lectura. Pero no, pronto, todo mundo de ahí se dio cuenta la razón del suspenso: Memo sacó un cigarro y un encendedor rojo (de esos Bic, que no saben fallar), prendió el cigarro, lo llevó a su boca, le dio una fumada, soltó el humo que, por un instante, difuminó su rostro, como si estuviera en medio de la niebla, volvió a tomar el libro y continuó con la lectura. Una muchacha, con huaraches y blusa bordada por alguna mujer oaxaqueña, comentó con su pareja (otra mujer), a la que tenía cogida de la mano y la acariciaba continuamente: “Este chavo es la onda”. El chavo era, por supuesto, Memo, y la definición correspondía a la personalidad del escritor: Memo Samperio era ¡la onda!
Y era la onda, porque aunque a mí no me satisfacen sus textos, muchos lectores jóvenes lo siguen con emoción y con pasión. Fue cultivador del cuento fantástico, un género que ahora está en franca decadencia. Memo, apasionado lector de Cortázar, decía que el cuento fantástico debía continuar creando mundos imaginativos.
Y era la onda porque de la vez que hablo, de la ocasión en que suspendió la lectura de un cuento para prender un cigarro, él tenía el cabello del color que, sin duda, tuvo desde su nacimiento, un cabello negro, ya un poco matizado por cintas blancas, por la edad; pero años después, en la televisión (en el canal Once) vi al escritor en una entrevista que una periodista le hacía con motivo a su participación en la Feria del Libro, de Guadalajara, y el escritor había abandonado (como si fuese una serpiente mudando de piel) el color negro y blanco de su cabello y mostraba una cabellera color zanahoria. ¿Quién, ¡Dios mío!, se pinta el cabello de color oro? ¡Memo Samperio! Sólo él. Su frente se había ampliado, parecía un campo desértico, pero al fondo brotaba un campo lleno de pelos de elote. Tenía un camino a la mitad de la cabeza y de ahí, de ese centro, se desgajaban, a ambos lados, chorros de líneas de bronce.
Murió Memo Samperio y sé que los cientos y cientos de jóvenes que lo seguían y lo admiraban estarán tristes y tomarán sus libros de cuentos de los libreros y leerán algunas piezas, las más inolvidables.
El otro día, un comentarista del Canal Once dijo que este año había sido implacable con la vida de algunos famosos. En apenas quince días el mundo del arte mexicano se enteró del fallecimiento de Tovar y de Teresa (Secretario de Cultura); de la cantante de blues, Betsy Pecanins; y, ahora, los lectores y escritores se enteran de la muerte de Guillermo Samperio.
Memo era la onda. Creó su fundación y ahí impartía cursos de cuento. Ahí llegaban muchos chavos que sueñan, también, algún día, convertirse en la onda.
Memo se transformaba. En algún momento de su vida pensó que debía mudar su físico y se pintó el cabello con un tinte zanahoria. ¿Cuántos escritores mexicanos entran en esta categoría de transformación? Pocos. Los que lo hacen, lo más que hacen es raparse o dejarse la melena larga y, es muy de intelectuales, hacerse una cola. Algunos otros se tatúan o esconden su mirada detrás de lentes insólitos, pero nadie, nadie (hasta donde sé) se pintó el cabello con el color zanahoria como sí lo hizo Memo. ¿Algo nos dijo a través de esa transformación? ¿Algo les decía a los personajes fantásticos que, a veces, se convierten en conejos? ¿Algo le decía a Van Gogh al momento de pintar los fantásticos campos sembrados de amarillo trigo?
¿Memo Samperio? ¡Memo era la onda!