sábado, 26 de mayo de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE ESTÁ PACHECO EN UNA FIESTA DE NIÑOS




Querida Mariana: ¡Sí, ya reconociste la sonrisa del personaje que aparece en la fotografía! ¡Claro! Es José Emilio Pacheco. La librería de la UNACH, que está en Tuxtla Gutiérrez, lleva su nombre.
El otro día fui a Tuxtla. Sabés que no me gusta ir a Tuxtla. Fui porque me invitaron a participar en un homenaje dedicado a Rosario Castellanos. Ir a Tuxtla me provoca una especie de urticaria mental. El calor me agobia. Ahora sólo fui a comprobar lo que muchos habitantes de allá sostienen: La ciudad está más caótica y sucia que nunca. Pobres los tuxtlecos. La mayoría ama a su ciudad, pero la ven hacerse pedazos frente a su mirada y frente a su corazón. Estuve en el Centro Cultural Jaime Sabines. Este edificio no se salva de la imagen general de Tuxtla. El Sabines (pobre reconocimiento al poeta) está también sucísimo, no hay sanitarios, el polvo y las telarañas cubren todo el techo. ¿No hay alguien que pueda limpiar esta imagen? No, no hay alguien, dicen todos. ¡Qué pena! Sí, querida mía, duele que la capital de Chiapas tenga esta imagen tan deteriorada.
Pero la vida me compensa. Entro al Museo de la Marimba y ahí Socorrito Trejo y su esposo Fer me prodigan su afecto. Ellos son como ese aire fresco que se enreda en los árboles del parque de La Marimba, ahí donde hay una escultura de Zeferino Nandayapa, con bolillos en la mano, tocando el aire. La vida me compensa: en el auditorio del Sabines saludo a Violeta Pinto y ella también me enreda con su chal afectuoso; y luego leo ante una audiencia de cuarenta o cincuenta estudiantes de la Escuela de Trabajo Social y veo como se columpian como niñas en el parque o como pájaros arracimados sobre las frondas de los árboles. La vida me compensa cuando entro a la librería José Emilio Pacheco, de la UNACH. ¡Ah, qué diferencia con lo que afuera sucede! Estoy seguro que los tuxtlecos quisieran que su ciudad tuviera este aire limpio que es como el pulmón de esta librería.
En la librería que lleva su nombre está adosada a una pared esta fotografía. Esta fotografía es muy bella. El escritor algo ve hacia abajo y tiene una sonrisa que es como una paloma que apenas extiende sus alas para iniciar el vuelo. Ahí está el gran escritor mexicano (a mí me encanta su novela “Las batallas del desierto”); ahí está, venciendo la cruel línea del tiempo, la de la vida y la de la muerte. Él murió hace años, pero cuando le dije al chofer del taxi que me llevara a la librería José Emilio Pacheco, fue como si volviera a respirar, como si volviera a ser un barco navegando por el río del Sena.
Dejá que te cuente por qué tomé esta fotografía. Lo hice por lo que está debajo de la fotografía y está encima de la mesa. ¿Ya viste qué es? ¡Sí! ¡Es una mesa de regalos!
A mí me da risa cuando aparece una participación de matrimonio y la pareja contrayente dice que su “mesa de regalos” está en Liverpool o en el Palacio de Hierro. Me da risa, porque la mesa es una mera figura retórica. La sala, el refrigerador y la lavadora que eligieron para regalos no están sobre la mesa, ¡no caben! Los contrayentes debían, en honor a la verdad, decir más o menos lo siguiente: “El piso de regalos está en Liverpool”, así los amigos podrían poner los pies en la tierra, sacar el guardadito y comprar la recámara elegida por los novios y ofrecérselas como augurio de una feliz y eterna luna de miel.
Lo que hallé en la librería Pacheco me llenó de gusto. Sí era un verdadera Mesa de Regalos, porque los libros son objetos tan maravillosos que caben en una mesa.
Fui feliz imaginando el rostro de Enrique Fabián la tarde en que celebre su cumpleaños y todos sus amigos lleguen con un libro de regalo. Enrique, ¡sin duda!, es un gran lector. Así lo indica esta mesa de regalos.
En la librería me indicaron que la dinámica es muy sencilla y enriquecedora. Enrique Fabián llegó una tarde y se dedicó a buscar en los libreros aquellos títulos que le agradaban, los sacó, los vio, los acarició y se los fue dando a un empleado para que él los llevara a la mesa. Cuando tuvo un bonche suficiente (veinte o treinta libros), Enrique Fabián vio cómo el empleado acomodaba de la manera más visible todos los libros para que cuando llegaran los amigos del festejado pudieran tener la oportunidad, ellos mismos, de elegir el regalo que ofrecerían a su amigo.
La dinámica es muy sencilla: Enrique Fabián invitó a sus amigos y parientes más cercanos y, en el texto de la invitación, les dijo que en la Librería José Emilio Pacheco están los libros que él desea que le regalen. Cuando estuve frente a la mesa de regalo de Fabián casi pude ver su felicidad cuando sus amigos toquen la puerta de su casa, él abra, y ellos lo abracen y le entreguen su regalo, regalo que, sin duda, no será un balón ni un par de calcetines, porque sus amigos escucharon su mensaje: “¿Quieren hacerme feliz el día de mi cumpleaños? ¡Regálenme un libro! Uno de los que dejé apartados en mi mesa de regalos.”
En una carta pasada te conté que los regalos que más recuerdo en la vida fueron (entre otros, por supuesto) los cómics y los libros. Una vez, Tere, la secretaria de mi papá, llegó a mi cumpleaños y me dio un paquete envuelto en papel de china de color amarillo y moño rojo. Lo abrí de inmediato, vi que eran cinco revistas de monitos (cuentos les llamábamos en ese tiempo, cómics les llaman ahora). ¡Ah, qué lucha interna se me presentó! Deseaba mandar a volar todo el protocolo de la quebrada de piñata, la apagada de la velita, las mañanitas y la partida de pastel. Deseaba, con todo el corazón, sentarme en la gradita del corredor para comenzar a leer los cuentos. Recuerdo con emoción una de esas revistas, contaba el viaje de Marco Polo a la China. De igual manera recuerdo los libros que me regaló mi tía Emelina, quien fue una de las personas que más impulsó mi afición por la lectura (Dios la bendiga siempre). Todos los que me han obsequiado libros me han dibujado una sonrisa perenne en el corazón. Aquella tarde de mi cumpleaños, qué pena, deseaba que se retiraran ya todos mis amiguitos, para sentarme en la grada del corredor y disfrutar las cinco revistas que me había obsequiado Tere.
En mis tiempos de niño no existía la costumbre de la mesa de regalos. Los amiguitos te regalan lo que deseaban o lo que podían. Pienso que si me hubieran dicho en qué negocio deseaba poner mi mesa de regalos, hubiese optado por lo mismo que optó Enrique Fabián, les habría dicho a mis amigos que fueran a la Proveedora Cultural y que compraran muchas revistas ilustradas y muchos libros y me los regalaran para que yo fuera feliz.
Los demás regalos de cumpleaños se echaron a perder. Digo, los carritos se quedaron sin llantas y perdieron su vocación; las pelotas se poncharon; las canicas se perdieron en los albañales; las revistas también se humedecieron y los libros se deshojaron, pero estos últimos permanecen intactos en mi mente. Aún puedo oler su aroma de revistas nuevas, intocadas; su aroma de libros jamás tocados. Recuerdo los instantes de alegría que me propiciaron los carritos y las pelotas y las canicas, pero, por encima de esos instantes, están los recuerdos de las revistas y de los libros. Si alguien, como en mítico juego, me preguntará ¿qué recuerdos me llevaría a mi isla infinita? Respondería, sin dudar: los recuerdos de las revistas leídas y de los libros leídos. Me llevaría, pegado al corazón, todas las horas de lectura (que han sido miles) porque con ellas podría sobrevivir en esa isla eterna. ¡Son tantas historias! Historias conmovedoras, graciosas, violentas, amables, amorosas, dramáticas, llenas de nubes y algunas otras embarradas en mierda. Estas historias son las que me formaron, las que me hicieron el hombre que ahora soy. Esto que digo es sensacional, porque me reconozco un ser humano pleno. He sido feliz con tanto libro a la vuelta de la esquina y a la vuelta de mi mano.
El viaje a Tuxtla fue compensado con el saludo siempre afectuoso de mi amigo Héctor Cortés Mandujano, quien, siempre generoso, me obsequió su novela más reciente: “Estanislao Musni lo contó un día”; fue compensado con el volado que me ganó un hombre con el que no jugaba, él jugaba baraja en el parque Cinco de Mayo, jugaba en una mesa improvisada detrás del asiento donde un muchacho lustraba mis zapatos. Cuando metí la mano a la bolsa del pantalón para sacar las monedas y pagar la boleada, se cayó una moneda de cinco pesos. El hombre, de inmediato, dijo: “¡Águila!” y sonrió. Me puse los lentes, me agaché y vi que había caído águila. Extendí la mano y se la di. Él la tomó y dijo: “Es usted un jugador bien derecho”. Sonreí.
Posdata: Imagino a Enrique Fabián recibiendo “Dragones en el cielo” y “El libro de ideas”. ¿Mirás cuántas historias lo acompañarán el día de su cumpleaños? ¡Qué maravilla! ¡Ojalá que su casa siempre esté llena de libros, que es como decir llena de felicidad! ¡Feliz cumpleaños al estilo José Emilio Pacheco!