viernes, 25 de mayo de 2018

PARAGUAS DESCOMPUESTO




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que son como el pelo del gato y Mujeres que son como un paraguas desarmado.
Ustedes la conocen. La mujer paraguas desarmado siempre tiene la cara de cielo gris, como de punto a llover.
Cualquier sicólogo diría que ella tiene baja autoestima, pero su mamá sabe que ella nació con la mesa de su espíritu un poco pandeada. Cuando nació, ella lo hizo con los ojos cerrados, como si tuviera miedo de ver lo que le esperaba. La mamá explica que ella, en su vientre, no pateó alguna vez, como es costumbre en las niñas divertidas. La mamá dice que su hija era como una gatita viendo a través de la ventana. La mamá la imaginaba con los ojos abiertos viendo hacia el techo de su pancita y, mientras crecía, la mamá pensaba que su hija pedía a todos los santos nonatos suspender su crecimiento a fin de que no tuviera que salir al aire de todos los días. La mamá supo que su hija nunca estaría tan bien como cuando estuvo en su vientre. Ahí la sentía contenta, con los ojos cerrados, sin hacer algo. Dedicaba todo su tiempo en dormir y en escuchar los sonidos de afuera, esos que se daban en el entorno de la madre. La niña escuchaba el paso del camión del gas, con su cadena arrastrando sobre el asfalto; la niña oía la plática de su mamá cuando ésta iba al mercado y pedía un kilo de pechuga de pollo y la vendedora, mientras quitaba la piel a la carne de gallina, le contaba que a una de sus sobrinas la habían violado en un callejón la noche anterior; la niña escuchaba las carreras de los niños mientras jugaban a las escondidas en el sitio de la casa de la abuela; la niña oía el aleteo de las palomas, cuando la mamá les echaba granos de maíz en la plaza del parque, mientras las campanas del templo convocaban a misa; la niña oía el deslizamiento del lápiz mientras los niños hacían la tarea, la sirena de la ambulancia en madrugada, el estruendo del trueno a la hora en que el cielo se desgajaba, el paso lento de los rezos de la abuela en el oratorio de la casa, el jolgorio de una bandada de loros, el sonido de una bola cuando choca a otra en una mesa de billar, el chorro potente de un trailero que se bajó a orinar a orilla de carretera. Esto y muchos más sonidos escuchaba la niña mientras estuvo en el vientre materno, los escuchaba tenues, sencillos, afectuosos. Sólo se dedicaba a oír. Ella estaba calentita, protegida adentro de la pancita.
La mamá cuenta que su hija cambió mucho el primer día en que salió a la luz del aire exterior. Todos los sonidos que había escuchado a través de una campana protectora, se mostraron desnudos, brutales. La mujer paraguas desarmado escuchó el chirriar de las llantas de una camilla que llevaba, en el pasillo del hospital, a un herido en accidente vehicular; escuchó los lamentos del herido, sus quejidos, las voces de la esposa que le decía que no se preocupara, que todo estaba bien, que sus hijos estaban fuera de peligro, pero la esposa lo decía como si su voz saliera de un cristal quebrado, la voz salía llena de grietas, caían a un pozo profundo y el eco sonaba a libro deshojado.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que son como el cacahuate que no ha sido dorado en el comal y Mujeres que son como una coca cola tibia y sin gas.