miércoles, 9 de mayo de 2018

MUNDO INCOMPLETO




Estaba en la sala de la casa de mi sobrina Pau. Afuera se oía los cláxones de los autos. Tal vez el tráfico era intenso. Pau leía, con las piernas arriba del sofá. Yo la miraba sin decir algo. De pronto ella soltó el libro y dijo: “¡Qué bobos!”. Le pregunté si no le había gustado la historia. Dijo que no, que la historia estaba bonita. Dijo que los bobos eran los que hacían los libros y explicó que los libros, todos los libros, debían tener una lamparita integrada. ¿Qué pasaba si el lector estaba a mitad de la selva y quería leer de noche? Además, dijo, los libros, todos, debían tener un par de lentes, por si algún lector anciano los había olvidado en su cuarto. Los libros, sentenció, siempre están incompletos. Y ya, en forma de broma, dijo que también debían tener pliegos de papel sanitario, por si el lector se hallaba en el baño y el papel había acabado. Bromeamos. Estuvimos de acuerdo, porque se sabe de casos en los que al usuario del baño no le queda más opción que arrancar dos o tres hojas del libro. Pau dijo que en este último caso siempre es mejor elegir páginas de en medio, porque si el lector, en su enojo, corta las hojas finales, el próximo lector se quedará sin saber quién fue el asesino. Volvimos a reír. Le dije a Pau que se acercara, que le enseñaría una foto recién tomada. Le mostré la foto de la mesa con el destapador integrado y le dije que el constructor de esa mesa sí había pensado en la necesidad de los otros, porque a la hora de tomar una cerveza nadie se quejaría. Además, dije, la mesa tiene una gaveta donde, sin duda, hay cuchillos tenedores, navajas, cucharas, servilletas. ¡No!, dijo Pau, al constructor de la mesa se le había olvidado agregar una hielera. ¿Dónde se ha visto que en Comitán alguien tome una cerveza al tiempo? Recordé que una empresa cervecera tuvo la genial idea de integrar en el culo de la botella un “desenroscador” que permitía quitar la corcholata de otra botella. Pero, al final, tuve que darle la razón a Pau, las cervezas deberían traer integrado un sistema de enfriado automático. Coincidimos en que el mundo está incompleto. Entonces jugamos a ver qué le hacía falta a los objetos y a los seres. Pau dijo que los niños deberían nacer con pañales desechables y con un dial para bajarles el volumen cuando lloraban mucho; y dijo que los venados deberían venir con una pistola para que cuando un cazador los tuviera en la mira, ellos también pudieran defenderse. Yo dije que los libros deberían venir con un altoparlante para que, con el simple acto de oprimir un botón, los ancianos y ciegos pudieran escuchar la historia. Pau dijo que los niños deberían venir con parches integrados para cuando se rasparan las rodillas al saltar la cuerda. Yo dije que los autos deberían venir con burbujas protectoras, para que a la hora de un choque, la burbuja se expandiera y evitara que los viajeros sufrieran daños físicos. Pau dijo que las casas, todas, deberían tener un sistema que les permitiera alzarse; así, cuando hubiera un terremoto, las casas levitarían y nadie saldría herido. Yo dije que los chayotes deberían tener un sistema de pelado automático después de ser hervidos a fin de no espinarse a la hora de pelarlos. Pau dijo que las bolsas de palomitas de maíz deberían tener un sistema de calentamiento integrado a fin de que las palomitas estallaran sin necesidad de meterlas al horno de microondas. Yo dije que los dientes de los seres humanos deberían ser de “Quita-pon”, para que cuando alguna muela ya estuviera careada se pudiera eliminar dando paso a un nuevo diente. Pau dijo que las bolsas de las mamás deberían tener un sistema automático de fabricación de billetes para que las mamás pudieran comprar todas las cosas que desearan las hijas. En eso entró la mamá de Pau y dijo que las casas debían ser como las cabinas de radio, porque el claxonerío de afuera seguía en todo su esplendor.
Dije que ya era hora de irme. Tomé el libro que había llevado y lo puse debajo de mi brazo. Pau dijo que mañana seguiríamos jugando a eso del Mundo Incompleto. Dije que sí. Martha me acompañó a la puerta, me dio un beso en la mejilla y dijo que las tardes deberían traer relojes integrados para hacerlas infinitas. En la calle ya pasaban pocos carros. El cielo estaba espléndido. Nada le faltaba.