martes, 29 de mayo de 2018
MARIMBA EN EL CIELO
¡Así! Tocando en el aire. Como si el espacio fuera la marimba. Como si el viento fuera un hilo de madera de hormiguillo.
¡Así! En medio de la arboleda, al lado de las frondas donde los pájaros saltan de rama en rama.
¡Así! En el vapor que exhala el cuerpo amoroso de Tuxtla Gutiérrez.
El maestro Zeferino Nandayapa toca el aire. Toca el aire con cuatro baquetas, simples bolillos.
Basta un oído atento para escuchar lo que el maestro Nandayapa interpreta. Ahí, en esas lianas de viento están enredados Bach y Beethoven, y los hermanos Domínguez, y Agustín Lara y el bolonchón. Ahí, en esas tiras de incienso están arracimados los rezos de los templos de San Juan Chamula y de Zinacantán. Ahí están las tiucas, los loros y los cenzontles.
Ahí está la selva con su alharaca de mil monos aulladores, con su batahola de chicharras que piden lluvia de sonidos.
Me tocó sentarme en una banca del Parque de La Marimba y escuché lo que el maestro interpretaba, lo hacía con la maestría que le fue concedida por los dioses. Cerré los ojos y escuché. Cerré los ojos para no ver lo que veía: Una fatal hilera de cables detrás de la estatua del marimbista; escuché el sonido brutal que vomitaba una bocina instalada en la contra esquina del parque, ahí donde hay un local que presta dinero. Por eso cerré los ojos. El ideal hubiese sido cerrarlos para extasiarme con el sonido del aire, tocado por Nandayapa. Pero ¡no fue así! Cerré los ojos para no ver el cablerío. Así hubiese querido cerrar mis oídos para no escuchar el sonido infernal de esa bocina que vomitaba algo como un reggaetón.
Y pensé que la autoridad debería limpiar ese espacio. Pensé que ya es hora que los espacios públicos rescaten su dignidad.
El Parque de La Marimba es un orgullo de los tuxtlecos, un orgullo de los chiapanecos. En buena hora, a alguna autoridad se le ocurrió abrir el Museo de La Marimba frente al parque. El Museo es una institución que preserva la historia de dicho instrumento. Eso fue como cerrar el círculo con un broche de oro. Entonces, para que exista congruencia total, la autoridad tuxtleca debe limpiar esos cielos, debe quitar todo el cablerío que contamina (hacerlo subterráneo) y decretar que todos los negocios que están alrededor del parque sólo pongan música ambiental en marimba.
En el mundo existen pocos espacios como éste. Es un privilegio de Tuxtla el contar con un parque y un museo dedicados de manera exclusiva a preservar ese rasgo esencial de identidad. Si los comerciantes y negociantes de la periferia aplican de manera correcta la mercadotecnia, hallarán muchos elementos que les permitirá hacer una campaña promocional que hará que el turismo nacional e internacional vuelvan los ojos hacia ese espacio. Pero para ello, es necesario dignificarlo. De principio eliminar ese cablerío, que es un nefasto contaminante visual; y, en seguida, eliminar todo vestigio de música estruendosa. La autoridad municipal debería emitir un bando en el que prohíba bocinas en los negocios y coloque bocinas en todo el parque, en las que la marimba de Nandayapa deleite el espíritu de todos los que lleguen hasta ese espacio.
Imagino un espacio donde yo pueda cerrar los ojos y escuchar el prodigio de las manos de Nandayapa tocando el aire de Tuxtla, convirtiéndolo en un rebozo para cobijar el alma.
Imagino un espacio donde yo no tenga que cerrar los ojos para no ver esa telaraña de cables que infecta la mirada; imagino un espacio donde yo no tenga que cerrar mis oídos para no escuchar el reggaetón que vomita una bocina en un local de la esquina, justo a veinte metros donde está el Museo de La Marimba, de la capital de Chiapas.