martes, 22 de mayo de 2018

DEL CUENTO Y OTROS AJOS



Las autoridades del Museo de La Trinitaria me invitaron a dar una plática. Fue mi privilegio participar al lado del licenciado Diego Gordillo, quien disertó el tema: “Haciendas y hacendados”, y al lado del maestro José Luis Escalona, quien compartió el tema: “El sonido a través de la música regional”. Ambos conferenciantes hicieron brillantes exposiciones de sus temas. A mí me tocó hablar acerca del cuento. Paso copia del textillo que leí. Gracias.
DEL CUENTO Y OTROS AJOS
Me invitaron para hablar del cuento; es decir, me invitaron para hablar del prodigio de la vida. A muchos de ustedes, lo sé, les pasó lo mismo que a mí. Una tarde de lluvia, en que no tenía permiso de salir, mi abuela me dijo que me sentara a su lado y dijo que me contaría un cuento. Al principio, la lluvia me había molestado, porque había hecho que yo permaneciera como un canario enjaulado, pero conforme transcurrió el relato de mi abuela olvidé la lluvia, olvidé la calle, olvidé el motivo que me haría abandonar la casa esa tarde, y disfruté como nunca el cuento que me contaba mi abuela, que era el cuento de una niña que deseaba conocer el mar.
Mi abuela fumaba, así que esa tarde, yo veía cómo soltaba nubes de humo, como si su boca fuera una de las chimeneas de un barco, de esos barcos que navegaban por el río Amazonas, uno de los ríos más grandes y caudalosos del mundo.
A todas las personas, de todas las edades, de todos los países, les encanta escuchar cuentos, porque los cuentos son la puerta maravillosa que, cuando se abre, da a mil calles. ¿Pueden ahora ustedes imaginar cuántos cuentos se han contado en el mundo? Si ahora yo les preguntara acerca de sus cuentos favoritos, alguien podría mencionar el cuento del pollito al que le cayó una hoja seca del árbol y creyó que el cielo estaba cayéndose; o el cuento del águila que hizo volar a un elefante; o el del extraterrestre que se hizo amigo de una hormiga terrestre; o el cuento del delincuente que no tenía manos; o el cuento del avión sin alas. Miles y miles de temas que provocan miles y miles de historias, historias tristes, alegres, chistosas y dramáticas.
Dejen que les cuente que cuando era niño, a las revistas con monitos, las revistas que hoy se llaman cómics, les llamábamos cuentos. Así, todos los niños de los años sesenta crecimos leyendo cuentos. Los cuentos eran tan lindos, que nos aficionamos a ellos. En la Proveedora Cultural, que era un negocio donde vendían libros, periódicos y papelería, era frecuente encontrar más niños que en los billares o que en las canchas de básquetbol. En ese tiempo, los niños comitecos adoraban leer cuentos. Era tanta la afición que, en la feria de agosto, uno de los puestos más visitados era el que instalaba un señor de bigotes que rentaba cuentos. Los niños llegaban y buscaban entre las columnas de revistas las de Tawa, las del Diamante Negro, las de Chanoc, las de la Familia Burrón.
Muchos teóricos y analistas han estudiado la importancia del cuento. Ellos, los expertos, han elaborado teorías fantásticas acerca del por qué, durante siglos y siglos, los seres humanos nos hemos maravillado ante esas pequeñas historias. ¿Vale la pena acá repetir esas teorías iluminadoras? Creo que no. Y digo esto, porque cada uno puede, perfectamente, dar dos o tres argumentos por los cuales somos seducidos por los cuentos del mundo. Basta abrir un libro de cuentos para comprobar que las historias que ahí se cuentan nos divierten como pocas cosas en el mundo.
Permitan que les comparta un texto del libro más reciente del escritor turco, Orhan Pamuk, quien, gracias a contar historias de una manera sensacional, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 2006. Este libro es una novela. Cuenta la historia de un pocero (un hombre que se dedica a abrir pozos) y la relación con un joven aprendiz. Cuando terminan su jornada, el pocero, que se llama Mahmut Usta le cuenta historias al joven. Cuando leí esto me acordé de mi abuela. Mi abuela me contaba historias en la sala de la casa o en la cocina, junto al fogón donde Sara, la sirvienta, ponía a calentar la jarra de barro con el café.
Un día, los papeles se invierten y el joven aprendiz le cuenta una historia al viejo Mahmut Usta. Le cuenta, nada más y nada menos, que la historia de Edipo, el rey griego. El escritor Pamuk lo cuenta con tal pericia que esta síntesis tiene todas las características de un cuento. ¿Me permiten que se los lea?
(NOTA: Acá leí la síntesis prodigiosa que Pamuk realizó en esta novela.)
¿Qué tal? ¿Verdad que es fascinante? Mi abuela se sentiría muy feliz al ver que ahora se invierten los papeles y que es su nieto quien cuenta los cuentos, de la misma manera que el joven aprendiz le contó la historia al maestro.
El cuento de la niña que quería conocer el mar terminaba cumpliéndole su deseo. Una tarde llegó un circo al pueblo y la mamá de la niña la llevó y le dijo que el hombre, con saco rojo que apareció en la pista, montando un elefante, era su abuelo. Cuando la función terminó el abuelo dijo que el siguiente pueblo que visitarían era Arcadia, un pueblo que se levantaba al lado del mar. La niña, entonces, le pidió al abuelo que la llevara y el abuelo dijo que sí. La niña conoció el mar y se hizo trapecista y conoció muchos lugares. El fin del cuento cuenta que la niña, junto con el abuelo, la madre y los cirqueros, suben a un barco porque irán a Europa, desde América, ya que el abuelo firmó un contrato para presentarse en las ciudades más importantes de aquel continente. Como si fuese una imagen de cine, se ve cómo el barco se aleja en el horizonte, a la hora que el sol se oculta. En la baranda de proa se ve al abuelo abrazando a la hija y a la nieta y se alcanza a ver la cabeza de un elefante que asoma desde un hueco.
¿Para qué queremos teorías acerca del cuento? Para nada. Ahora y siempre, los lectores y los escuchas, tienen suficientes elementos para decir por qué los cuentos han jugado un papel importante en el desarrollo intelectual del mundo. Bastaría decir que los cuentos estimulan la imaginación y que la imaginación es la que, desde siempre, ha movido al mundo. Los avances tecnológicos que ahora tanto nos sorprenden, como los teléfonos celulares y el Internet, nacieron de mentes que imaginaron tales maravillas. Sin duda que esos genios tuvieron el estímulo de los cuentos cuando eran niños.
(En la fotografía aparecen: el licenciado Gordillo, el maestro Escalona, y el moderador.)