lunes, 28 de mayo de 2018

ELOGIO AL TEXTO ESCRITO




¿Digo una obviedad? ¡Todo mundo habla! Bueno, hay algunos que no lo hacen, pero son minoría. En cambio, no todo mundo escribe. Hay una mayoría de analfabetos, sobre todo en países miserables, como el nuestro.
Y de esa minoría que escribe, no todos lo hacen con corrección. En cambio, la mayoría de hablantes lo hacen, si no de manera correcta, sí con gracia. Romeo siempre dijo que las buganvilias eran “bombambilias”. Lo decía porque así lo había escuchado. Era tan simpático oírlo, mientras echaba abono a los arbustos: “Ah, mero bonito que van a crecer las bombambilias”. Cuando lo decía su boca estallaba al decir ¡Bom! ¡Bam!, era como un restallido de sonidos, ante el restallido de colores.
Por ello, el otro día me dio risa cuando alguien dijo “Es tan tonto que lee”. Lo dijo en un mitin político. El aludido, en lugar de improvisar su discurso, sacó un texto y lo leyó. Lo leyó con corrección, despegando la vista del texto y dirigiéndose a su audiencia. No obstante, el crítico pensó que leer su participación lo hacía menos, mucho menos, que los otros tres oradores, quienes improvisaron sus discursos.
¿De veras el lector era tan tonto? ¿Era menos que los hablantes improvisadores? No lo creo.
Pensé en el tiempo que el lector había destinado a escribir su participación; pensé en la precisión para hallar la palabra exacta.
Los otros improvisaron. Como buenos oradores sus discursos fueron de calidad, pero fueron improvisados.
En la actualidad, la sociedad enaltece esos discursos improvisados, glorifica la capacidad mental de improvisación.
Yo, como escritor, reconozco más mérito en la persona que escribe su discurso, que en aquel que improvisa su pieza oratoria.
Si alguien me obliga a elegir entre un discurso de Fidel Castro y el discurso que Martin Luther King leyó aquella mañana gloriosa ¡elijo el maravilloso discurso “I have a dream”! Lo elijo, porque lo esencial del mensaje fue leído. Luther King leyó redactó un texto prodigioso con las palabras precisas, sabiendo que la historia recogería cada palabra y la sembraría en su corazón para siempre.
No cambio ningún discurso improvisado de los grandes oradores por la gloria de los discursos escritos que han leído los ganadores del Premio Nobel de Literatura, y que han leído antes de la ceremonia. Sus textos han contenido la gracia de la palabra exacta.
Cuando alguien lee un texto sé que eligió las palabras, de la misma manera que mi mamá elige las mejores flores en el jardín para colocar en la tumba de mi padre. Cuando alguien lee un texto sé que eligió las mejores nubes para construir su cielo.
Nunca coloco por encima del lector al orador. ¡Jamás! La improvisación, en muchas ocasiones, no es más que mero fuego de artificio. Las palabras restallan en el cielo con luces prodigiosas, pero luego dejan un tufo quemado, una nube de humo.
En los debates que ahora se realizan con motivo a las futuras elecciones ha existido mucha improvisación. La audiencia se queja de una falta de compromiso social. Los debates se han circunscrito a un mero alarde de palabrerío insulso. En Chiapas, muchas personas aplaudieron el discurso bobo y simpático de Alejo Orantes; en México, muchas personas volvieron relevantes las frases de El Bronco. ¡Discursos vanos! ¿Qué sucede con las propuestas que interesan a los mexicanos para el desarrollo de la nación?
Los debates tienen como característica esencial la improvisación y la inmediata respuesta ante un argumento. Por eso, en México, son tan vanos, tan sin sustancia.
Alabo los textos escritos, los que fueron escritos en la burbuja de la soledad y de la reflexión; los que eligieron la palabra precisa, los que respetan a su audiencia. Alabo los textos que piensan en la dignidad del presente y reconocen la calidad del futuro.
Todo mundo habla. Hay personas que hablan hasta por los codos. Esto último es cierto, por eso sus discursos se mueven de manera confusa en medio de laberintos.
No todo mundo escribe. Y de los pocos que escriben hay muchos que redactan con los pies.
Como se ve, hay muchos discursos que no provienen de la mente, sino del codo y del pie.