jueves, 17 de mayo de 2018
DEFINICIÓN DE CUATRO
Los expertos en literatura de Julio Cortázar tal vez puedan orientar acerca de una probable afinidad del escritor por el número cuatro.
El número cuatro es un número un tanto relegado en el mundo. Desde que se supo que el mundo no era una superficie rectangular, el cuatro perdió su hegemonía.
En las escuelas nadie lo menciona. Los alumnos desean obtener diez (aunque no se lo merezcan). De no ser posible la calificación máxima comienzan a conformarse con un nueve o con un ocho. Cuando la situación es alarmante, los alumnos encuentran en el siete un asidero maravilloso. Y ya, cuando todo es negro como la situación de un país de cuyo nombre no quiero acordarme, el seis tiene una luz que es iluminadora.
La situación escolar se mueve entre el anhelado diez y el odiado cinco. ¿Quién habla del cuatro? ¡Nadie! Desde el sistema educativo, tal número fue casi casi eliminado.
Menos mal que el pueblo sigue conservándolo, aunque sea en frases como “Le pusieron un cuatro”; es decir, le tendieron una trampa. Ah, pobre cuatro. Sirve como sinónimo de trampa.
Los triángulos se volvieron más interesantes que los cuadrados y que los rectángulos. No hay más cuadrado que el cuadrado y no hay más rectángulo que el rectángulo. Por el contrario, el triángulo se da el lujo de ser escaleno, equilátero e isósceles. Lo que diré a continuación no tiene algo que ver con lo tratado, pero ahora que escribí lo que escribí recuerdo que en Tuxtepec, Oaxaca, conocí a un muchacho que despachaba en una vinatería y que cuando le pregunté cómo se llamaba dijo: Me llamo Isósceles. Pensé que había escuchado mal, insistí y él insistió. Su nombre era Isósceles. Cuando subí al carro y comenté, asombrado, el asunto, María dijo que su papá lo bautizó con tal nombre porque él se llamaba Escaleno. Reímos. Mientras el carro se desplazaba por la carretera que parecía exudar vapor, por tanto calor, pensé que, sin duda, el muchacho era objeto de mil burlas, pero luego Rodrigo dijo que no, que no era cierto, que, sin duda, el muchacho había sido quien se burló de mí. ¿Cómo podía creer que alguien tuviera ese nombre? Ahora que recordé esto, pensé en lo que me dijo Rodrigo y pensé que, tal vez, el muchacho me había puesto un cuatro.
Mi tío Joaquín siempre compraba planas de cachitos de lotería, en número que terminaba en cuatro. Jamás obtuvo un premio mayor, siempre debió conformarse con premios de poca monta. La tía Eugenia, su esposa, siempre insistió que él debía cambiar de número, le sugería el nueve. La tía aseguraba que el número cuatro es un número de mal agüero. ¿Qué no había leído lo que se decía de las cuatro plagas que invadieron Egipto? Cuando el tío le decía que no fueron cuatro sino diez, la tía hacía más polvo con su escoba y decía que entonces no eran las plagas, sino las cuatro maravillas del mundo. El tío ya no se atrevía a rectificar el número de las maravillas, porque, sin duda, la escoba pasaría de barrer el piso a barrer su espalda. Al final, el tío le dio la razón a la tía, el cuatro no le había prodigado el premio esperado. Dejó de comprar las sábanas de costumbre y sólo para no perder ésta compraba un cachito cada semana. Cambió al nueve. Bastó un mes para que el tío leyera en el periódico, emocionado, que el premio mayor coincidía con su cachito. La tía entonces sí cogió la escoba y la despedazó en la espalda del tío. ¿Por qué no había comprado un entero?
Incluso el diccionario de la Real ha sido discriminatorio con respecto al número cuatro. ¿Saben cómo lo define? De la siguiente manera: “Tres más uno”. ¡Ah, el presuntuoso tres no lo deja respirar!