sábado, 19 de mayo de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE HAY AVISO DE LLUVIAS




Querida Mariana: Me topé con este aviso preventivo: “¡Cuidado! ¡Está cayendo mezcla!”. Los constructores pensaron en los peatones y colocaron una especie de espantapájaros en territorio lleno de cemento.
Agradecí el aviso. Lo agradecí porque en este país padecemos una gran carencia de señales preventivas. En las carreteras, por ejemplo, existe muy poca señalética vial. El martes pasado fui a la comunidad Carmen Shan. Una amiga me dijo que la entrada estaba en la comunidad Lázaro Cárdenas. Cuando llegué a Cárdenas tuve que preguntar con una señora qué camino debía seguir para llegar a Carmen Shan. No había ni una miserable tablita que indicara el camino.
Algo similar existe en las instituciones públicas. Hay muchas que carecen de croquis informativos. ¡Señorita, señorita, ya me gana, necesito saber en dónde están los sanitarios! No, joven, yo no trabajo acá. Yo estoy buscando el departamento de quejas. ¡Uf! Qué calamidad.
Por eso agradecí el aviso de los constructores. Alertaba acerca de una lluvia de mezcla. Lamenté que días antes no existiera un aviso preventivo similar en el parque de San Caralampio. Te cuento: Compré unos esquites en el parque central y decidí ir a comerlos a La Pila. Me gusta escuchar el sonido de los chorros de agua. Después de cerrar los ojos y extasiarme con ese andar húmedo, en puntillas, decidí sentarme en las gradas del templo. Para no molestar a los fieles que entraban me senté en un extremo, donde está una columna gruesa. Me senté y comencé a disfrutar los esquites (vos sabés que los pido sólo con un poco de limón y un poco de sal). Dos palomas volaron y se posaron en el piso. Aventé un granito de maíz. Una parvada salió quién sabe de dónde y se acercaron a mi espacio temporal. Aventé otro granito. Se lo disputaron. Aventé más. Mientras aventaba un grano comía diez. ¡Ah, qué ricos! Estaba divertido, emocionado. Me sentía casi casi como si estuviera en la Plaza de San Marcos, en Venecia. Cuando, sin decir agua va, una plasta verde, ligosa, líquida, me cayó sobre el hombro. ¡Ah, qué chubasco de caca de paloma! El Sindicato de Palomas de La Pila no tuvo la atención de poner un letrerito que indicara: “¡Cuidando! ¡Está cayendo caca de paloma enferma!”, porque la coloración y la cantidad que me cayó del cielo era inusual. Veo a las esculturas que son cagadas por palomas y las veo con unos ligeros lunares blancos. Me levanté de inmediato y fui a los chorros a buscar un poco de agua. Por fortuna comprobé aquel viejo dicho que dice: “La caca de paloma ni huele ni hiede”. Ahora, procuro sentarme en un lugar donde no haya alguna paloma acurrucada en la cima de una columna gruesa.
De lo que te cuento se colige que hay las normales lluvias de agua (con granizo incluido, en ocasiones), lluvias de caca de paloma y lluvias de mezcla. Pero, la ciencia nos advierte que también (¡qué pena!) hay lluvias ácidas.
De las lluvias mencionadas se ve que sólo la lluvia normal es bendición, todo lo demás es nefasto. Por eso, pensé en lluvias que tienen la sonrisa del mundo. Me cuentan que en algunas iglesias hay algo que se llama lluvia de textos bíblicos y eso se me hace genial. Lo mismo sucede con los maestros que en las aulas provocan lluvias de ideas. ¿Mirás qué concepto tan bonito? ¡Lluvia de ideas! Pero hay más lluvias bondadosas, lluvias generosas que se alejan de esas lluvias de mezcla o de caca de paloma que ensucian la ropa y el ánimo. Por ejemplo, ahora, pienso en una lluvia de confeti. ¡Ah, qué alegría, que jolgorio! Pienso en la lluvia de pétalos que los amados sueltan desde los balcones a sus muchachas bonitas. Pienso también en la lluvia de hojas secas que crea alfombras de colores sugerentes. Pienso en la lluvia de canciones que los muchachos de antes desgranaban en los balcones de sus amadas, cuando les llevaban serenata con marimba.
El mundo debe inventar más lluvias generosas. Lluvias que compensen las lluvias ácidas que se dan en el mundo. Una vez, leí un cuento alucinante (basado en un hecho real), donde en un poblado de la costa italiana ocurría una lluvia de peces (ya pescados). Nada presagiaba el hecho, la mañana era luminosa, de pronto los techos de las casas y las calles se llenaron de cientos de pescados que caían, literalmente, del cielo, como si los peces hubiesen tenido alas y hubieran decidido dejar el mar y darse una vueltita por el centro del poblado. Creo que esa lluvia no fue tan desastrosa, tal vez hubo dos o tres personas que salieron con sus sartenes, echaron dos pescados, los frieron en casa y dijeron: “Esto fue el maná que Dios nos envió”.
¿Qué clase de lluvias te gustaría? Creo que los niños de dos años de edad, cuando se acuestan tienen lluvia de sueños placenteros. A veces he visto a Luisa (que tiene un año de edad), acostada en su cuna, bien tapada con colchas de color rosa, con la carita viendo hacia el cielo. Sonríe. ¿Por qué sonríe? Porque, sin duda, una lluvia de imágenes gratas están pasando frente a su memoria: gorriones saltando de una a otra nube; unicornios bañándose en riachuelos de agua pura; gatitos que cantan un aria de Bach; un grupo de conejos que, sobre el escenario de Bellas Artes, interpreta la Quinta Sinfonía de Beethoven.
Al mundo le hace falta lluvias de arco iris; lluvias de sonrisas de colibríes; lluvias de historias fantásticas; lluvias de caricias de madres para sus hijos; lluvias de atenciones para las viejitas que siguen prodigando vida en las casas, a pesar de que se desplazan apoyadas en bastones cansados.
Rosario dijo una vez, en broma, por supuesto, que lo que sí sería una tragedia, sería que los elefantes volaran y hubiera una lluvia de su popó. Con una cara de limón agrio preguntaba: “¿Imaginan la pestilencia?”.
Agradecí el letrero de los constructores. Ellos estaban trabajando en el segundo nivel de un edificio y repellaban la pared. El movimiento de repello es formidable: el albañil se convierte en un tenista y, con gran maestría, mueve la cuchara como si devolviera la pelota con una raqueta. La mezcla queda pegada a la pared, pero hay restos de mezcla que tienen la vocación de suicidas y se avientan al vacío. Si la gente que camina no tiene precaución puede terminar con la chamarra llena de mezcla, de igual manera que mi chamarra quedó llena de caca de paloma.
Agradecí el letrero de los constructores, porque, a final de cuentas, resultó ingenioso. Si mirás bien verás que la base es un bote lleno de arena donde hincaron un palo y sobre éste colocaron una camiseta roja. El color no es gratuito. Todo mundo sabe que es el color preventivo por excelencia. En las vialidades de las ciudades civilizadas hay semáforos donde la luz roja indica Alto. Acá el color de la camiseta (muy visible) funciona de igual manera, dice: “Peatón, hacé favor de tener cuidado. Caminá por la otra banqueta para que no te vayás a llenar de mezcla.”
El mojol fue el sombrero (que funciona a manera de casco, de esos que acostumbran en las grandes construcciones). El mensaje está completo. Luis, que a todo le encuentra, me dijo que no estaba de acuerdo, dijo que las letras estaban pintadas de un color muy tenue. Dijo que una viejita se iba a acercar para ver qué decía el letrero y a esa hora iba a caer un kilo de mezcla. Tal vez Luis tenga razón y para la otra, los constructores pinten un letrero más visible, uno donde el mensaje se distinga desde muy lejos. Sí, ahora que lo pienso mejor, Luis tiene razón. Los letreros preventivos deben ser claros y escritos con letra grande para que sean efectivos. En Chiapas hay la costumbre de colocar letreros en las carreteras que dicen: “Tope, ¡aquí!”. Es una estupidez.
Hay lluvia de piedras, lluvia de mentadas, lluvia de enojos. Hacen falta más lluvias afectuosas. Por ejemplo, ahora pienso que un día de estos una garza sobrevuela los cielos de Chiapas y suelta una lluvia de poemas envueltos en nubes. Los poemas son de Quincho Vázquez, son poemas que nos recuerdan la majestuosidad con que él envolvía el papel de china de su diccionario.
Posdata: Hacen falta lluvias de palabras luminosas e iluminadoras. Estamos llenos, sobre todo en estos últimos tiempos, de palabras huecas lanzadas de manera indiscriminada por los políticos. Hacen falta lluvias de palabras que huelan a menta, que tengan la luz de las veladoras del oratorio. Hacen falta lluvias de palabras que nos digan que un mundo mejor es posible. Hacen falta lluvias de palabras que contengan el dulce de las paletas de chimbo y el sabor único de los panes compuestos. Como dijera el cantautor: “Que llueva café”. Sí, que llueva la sonrisa de Dios a mitad de los campos.