miércoles, 2 de mayo de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA MÍNIMA HISTORIA DE UN CACHORRO




Querida Mariana: Tenía como cuarenta años de no releer “Los cachorros”, de Mario Vargas Llosa. Ayer busqué en el librero y lo releí, motivado por lo que había dicho un muchacho en el parque.
Estaban sentados frente a la fuente, ahí donde están las gradas frente al templo de Santo Domingo. A leguas se veía que eran turistas, eran como nueve o diez muchachos, entre hombres y mujeres (cinco mujeres, bonitas, con short y playeras pegadas al pecho). La tarde comiteca estaba brillante. Los muchachos recibían el viento en sus caras. Yo estaba sentado ahí también, debajo de la sombra del framboyán. Los oía reír, los veía aventarse, uno de ellos fumaba y los demás lo molestaban, le decían que ahí era un espacio libre de humo y de fumadores. Los oí jugar al ¿Quién no te gustaría ser? Una chica, la del short de mezclilla, blusa blanca y cabello corto, dijo que no le gustaría ser Hitler; un chico dijo que no le gustaría ser Carlos Slim y, ante el reclamo unánime de todos, dijo que debe ser muy feo saber que nunca tendrás una carencia material, cuando estás lleno de carencias espirituales. ¡Ya, ya, bájale!, dijo otro, el del tatuaje del lobo en el lado izquierdo del cuello, te moriría por ser la décima parte de Slim. A mí no me gustaría ser Madonna, dijo la chica del turbante rojo y quien tenía los pechitos más breves, casi como nidos de colibríes. Cuando todos la quedaron viendo se sintió obligada a decir que debe ser horrible andar pavoneándose de virgen cuando ha estado refocilándose en decenas de camas. A mí no me gustaría ser Peña Nieto, dijo otro muchacho, el que fumaba y que ya había apagado el cigarro en una de las lajas y había guardado la bachita en la bolsa de su camisa. A mí, dijo la chica que tenía unas calcetas rojas y que le llegaban justo donde comenzaba la orilla inferior del short, sí me gustaría ser la Paloma. El del cigarro apagado la albureó. Ella puntualizó que se refería a la esposa de Peña Nieto y la del turbante le aclaró que la esposa del presidente se llamaba Gaviota. El del cigarro volvió a intervenir, dijo que Paloma había sido la esposa de Miguel de La Madrid, que también había sido presidente de la república. Todos rieron. Se hizo algo como una burbuja llena de vacío. El aire era como un ave sobrevolando nuestro cielo. Fue cuando el muchacho con la esclava dorada (tal vez bañada en oro) dijo: A mí no me gustaría ser el Pichulita, de “Los Cachorros”. Sí, dijo la chica del turbante, debe ser jodidísimo. Me di cuenta que todos (universitarios, sin duda) sabían quién era el Pichulita. Vos has de recordar que el Pichulita (Uf, pobre tipo) es el niño que es emasculado por un chucho, a la hora que se baña en los vestidores del colegio. Todos sus compañeros huyen a la hora que ven que el perro, enorme, casi rabioso, entra al vestidor, pero Cuéllar no logra hacerlo y el chucho, babeante, terrible, lo muerde en los genitales. ¡Lo emascula! Por eso, los amigos (los muchachos son crueles) le ponen el apodo de Pichulita, porque en Sudamérica, la pichula es el pene.
“Los cachorros” es la primera novela breve de Vargas Llosa y es una buena narración. Ahí hace prodigios con la forma narrativa, ya que utiliza (de manera indiscriminada, pero certera) la primera y tercera personas. Para que lo recordés, copio acá la primera línea de la novelilla: “Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos…” ¿Mirás cómo en la primera oración el narrador está en tercera y en la segunda oración el narrador ya se incluyó? Así se da en todo el transcurso de la trama. Trama donde el autor tiene la suficiente malicia literaria para hacérnoslas muy íntima, muy cercana, brutal. Cuando El Pichulita crece y todos sus amigos tienen novias, los lectores somos testigos del desasosiego del muchacho porque no se atreve a tener novia. ¿Qué sucederá cuando él la bese y la acaricie, y ella, en el juego maravilloso, baje la mano y la coloque en su muslo y comience a subirla?
Todos parecieron estar de acuerdo con el muchacho de la esclava. A nadie le gustaría padecer la historia del Pichulita. Estuvieron de acuerdo los muchachos y las muchachas.
En cuanto llegué a casa busqué en el librero y saqué la novelilla para darle una relectura.
Posdata: ¿Te acordás cómo termina la novelilla? ¿Ya no? Ah, volvé a darle una su vuelta. ¡Uf! Tremendo relato del Vargas Llosa.