lunes, 3 de mayo de 2021

AGUA SIN VASO

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que riegan la planta de la esperanza y mujeres que sobreviven en la semilla del agua. La mujer que sobrevive en la semilla del agua crece en el desierto, en medio de un cactus que florea. Ella es como cuerda de guitarra, que suena en cada rasgueo, en cada caricia. Le encanta ir a tomar café en cantinas y beber tequila en cafés. Siempre se reclina en la pared, para observar las líneas de las paredes, los carteles del Che o de Zapata, las imágenes de Frida al lado de Diego Rivera o de Lenin. Le encantan las mujeres que sueñan con ventanas cerradas y con puertas abiertas, porque la vida, más que para ser espectador es para ser protagonista. ¡Abandonar las ventanas, ponerse un suéter y salir a la calle, a la lluvia, al sol, al lugar donde los perros tiran los basureros, donde los gatos hacen equilibrio en las bardas, donde el sol juega rayuela en la piel de las chamacas! La mujer que sobrevive en la semilla del agua no acude al templo a comprar un litro de agua bendita, sabe que le basta meter la mano al agua para bendecirla. Así bendice el aire, la alcoba, el libro de la pasión que deletrea su amado. Su mirada tiene el color del agua de los manantiales benditos. Su vocación la llama para abrazarse a hombres y mujeres que tienen el corazón con forma de olla, que están modelados con barro de Los Zanjones. Sube a las montañas, sólo para ver el color amarillo de los plantíos del valle; sólo para ver el verde pardo de las cañas de azúcar; sólo para extender la mano y comer nubes de algodón. Su mirada es como un riel donde el tren del delirio avanza. Usa un cayado hecho con ramas de eucalipto, cada vez que coloca el bastón en la tierra, ésta recibe la caricia del aire. Le gusta tener tatuajes. Por lo regular busca sitios íntimos: la parte trasera del cuello, que se oculta por el cabello; la base de las tetas, escribe un adjetivo en la derecha y completa la frase en la base de la izquierda. Le encanta abrazar a sus mascotas, rodear con sus brazos al doberman, cargar al french poodle y besar el dedo índice de su animal favorito, el que la acompaña a la hora que se baña y desayuna en el balcón que da a la calle. Sí, le encanta sentarse en el balcón de su casa y desde ahí escuchar una canción de Jarabe de Palo o soñar con montañas coronadas con hielo o con volcanes que forman ríos de lava en su descenso. Sueña a destiempo, pero borda realidades con hilos de cacao. Si le dan a elegir entre la ruta del río o la ruta del tren, elige, sin dudar, la ruta del ave en el cielo. Si le dan a elegir entre una calle de San Cristóbal de Las Casas o un parque de Comitán, elige, sin dudar, abrazar la ceiba de Chiapa de Corzo. ¿Su hora favorita? La hora donde la bailarina da el primer paso en el escenario del Palacio de Bellas Artes; la hora en que el color se vuelve prodigioso blanco y negro; la hora donde la mujer recoge su deseo que puso a secar en el tendedero de la azotea; la hora donde el niño corre detrás de un globo, la mujer camina hacia el templo, la mariposa besa una margarita, el diente muerde la manzana, la rodilla se flexiona ante la cruz, la mano acaricia una pierna, el dedo pinta una raya en el pecho del otro. Le gusta el sonido de la gota que cae del techo, el del tren a la hora que frena en el andén, de la cuerda que se azota en temporada de huracán, de la piedra que cruje en un puente, de la silla a la hora que es retirada, del papalote, del viento, de la rama que se quiebra y de la cama que es cómplice del acto amoroso. Busca el reflector, no para brillar, sino para entrecerrar los ojos, porque cuando tiene ojos de horizonte observa mejor que cuando ve con ojos de montaña. A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que vuelven plural el singular de la pasión y mujeres que sueñan con recibir más cuando abren costales llenos de menos.