miércoles, 12 de mayo de 2021

HIJAS DEL AIRE

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que calientan sus deseos en ollas, como si fueran tamales, y mujeres que suben la escalera dando brinquitos. La mujer que sube la escalera dando brinquitos no hace cuentas para el futuro, chapotea sobre el presente, tampoco se preocupa por el pasado que abandona a cada paso. Ella elige las escaleras al aire libre, las que, como escalas de incendio, reciben el aire y pueden usarla todos. Ya lo intuyeron, en edificios de menos de cinco pisos elige la escalera y desecha los elevadores; para edificios con mayor número de pisos sube a un helicóptero, desciende en el helipuerto y baja por la escalera hasta el piso donde está el motivo de su deseo. Le encanta recibir regalos, cierra los ojos y se deja sorprender. Abre el paquete, con la misma emoción de cuando fue niña. Le encanta recibir madrugadas, aire saltador, agua nadadora y pájaros con vocación de vuelo. Su instrumento favorito es el piano, porque imagina que sus dedos son como pies que saltan de uno a otro espacio. Su vocación es, al modo del poeta, hacer caminos al brincar, y en cada brinco que da ¡siembra racimos de luz. Prefiere subir y no bajar. Cuando está en la cima de una montaña se siente árbol cuya copa permite nidos de nubes. Su lugar es la azotea, el pent-house, el ala del pájaro que vuela, la gota de lluvia que se regodea en lo alto. Baja a la calle, sin sostenerse del barandal, lo hace dando saltitos de sapito, de chapulín, de dinosaurio jugando a brincar sobre una sola pata. Baja para saludar a los peatones, para tomar un café, para platicar con la abuela que da de comer a palomas en el parque; baja para jugar rayuela en la plaza, para comprar un helado, para dar vueltas alrededor de los árboles y de los postes de luz. Le gusta subir a la bicicleta y jugar a que es repartidora de periódicos, del siglo pasado. Los repartidores de antes lanzaban el periódico con la mano derecha, en movimiento de parábola, y el paquete caía justo en la entrada de la casa del suscriptor. Ella pedalea, recibe el viento en su rostro, y sube el brazo derecho por encima de su cabeza y lanza versos de Walt Whitman, de su poema “Una hoja de hierba”. Se siente bien cuando comparte. Imagina el rostro del muchacho que sale a la puerta de su casa y encuentra ese sol tirado en la entrada: “Creo que una hoja de hierba, no es menos que el día de trabajo de las estrellas, y que una hormiga es perfecta, y un grano de arena, y el huevo del régulo, son igualmente perfectos…” Reconoce la perfección de una raíz, porque sabe que ella es la que sostiene lo que asciende, la flor, el pétalo, la hoja, el tallo. Ella siempre es optimista. Heredó de sus ancestros la mirada ave, la que vuela, la que detesta las alcantarillas y subterráneos. Ella siempre ve hacia arriba, hacia la cúspide, al nido del águila, al fruto que en lugar de ser rastrero, como la fresa o la piña, cuelga en lo alto de la vid, del árbol de jocote, del árbol de naranja, del manzano. Riega su corazón como si regara un jardín, en lugar de agua, emplea puñitos de ámbar, nubes de almíbar y cajitas con aroma de menta. Sale a la calle a la hora que cesa la lluvia, para buscar su imagen en los charcos, para reconocerse y saber que, en el instante de la evaporación, ella, su ser húmedo, ascenderá y se volverá nube, en el ciclo infinito de la vida. La mujer que sube la escalera dando brinquitos se sabe hija del aire, amante del viento. En cada brinco siente que aletea, que le crecen alas. A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como vaso de papel que se deshacen con el agua, y mujeres que bailan la bamba a ritmo de bolero.