miércoles, 5 de mayo de 2021

LUZ CON PANTALLA

A veces divido el mundo en dos. Hoy lo dividí en: mujeres que son como una cama con dos patas y mujeres que son como una lámpara de buró. La mujer lámpara de buró es una mujer selecta, una verdadera princesa. La prende sólo quien duerme en esa cama. Durante el día descansa, no es como las plebeyas lámparas de la sala o del comedor que puede prenderlas cualquier advenedizo, a cualquier hora. La mujer lámpara de buró aprovecha las mañanas para meter los pies en el mar, para escribir sobre la arena, para bailar una cumbia interpretada por Natalia Lafourcade. Sube a su bicicleta y recorre el malecón, mira las gaviotas y los delfines que hacen rutinas sobre las olas. Camina al ritmo de los timbales y se abre a la vida como si fuera el fuelle de un acordeón. Le gusta, en ocasiones, en lugar de ser el acordeón ser la cinta que se enreda al cuello del ejecutante. A veces, cuando tiene alegría en su cintura le gusta sentirse red de pescador y soñar que es una sirena y aúlla su canto para seducir a Odiseo. ¿Llora? Claro que sí, pero lo hace a la hora que su amado la apaga, para entrar al escenario de los sueños. ¿Ríe? Por supuesto que sí, lo hace con la fuerza con que cae el telón al término de la obra. Sabe que la vida no es más que una puesta en escena y que los reflectores a veces no funcionan tan bien como ella, porque ella tiene una luz cálida, discreta. Su luminosidad no molesta los ojos del amado, porque tiene una pantalla que, al contrario del celular, no deslumbra, no hiere la mirada del otro. Ella es adorada por las mujeres que rezan sus oraciones en la noche; por las chicas que leen novelas románticas antes de dormir; por los niños que la mantienen prendida para alejar a los fantasmas y a los monstruos que se esconden en el ropero. Ella es una mujer discreta que, cuando es indispensable, emplea sombrero con flores para cubrirse del sol o para alimentar a los colibríes. Se coloca una cinta tejida alrededor de la muñeca, para alejar a los espíritus malignos, para convocar la luz. Conserva en su memoria las imágenes más bellas de su niñez y de su adolescencia, desecha imágenes de pueblos devastados por guerra. Cuando abre su álbum, como abre su corazón o como abre sus piernas para recibir a su amado, ella elige las fotografías donde los niños corren por el parque, donde los niños dan de comer a los patos en el estanque, donde se deslizan por resbaladillas o donde vuelan sentados en un columpio. A pesar de que siempre está al lado de la cama, de la cama del que descansa, del que juega juegos con su pareja o del que se recupera de una enfermedad, le encanta dormir en hamaca. Le fascina colgar la hamaca de las ramas de dos árboles vecinos. Sabe que esos lazos tejidos son el puente que une la savia de dos hermanos. Le gusta jugar a hacer gestos, cierra sus ojos y abre la boca, la abre como si fuera un sapo, como si fuera un pajarito en el nido. También le gusta hacer gestos cuando va al baño a hacer pis. Se baja el pantalón y la pantaleta la deja enrollada en sus rodillas y hace gestos. Mientras suelta el chorro une su labio superior con la nariz y exhala como si fuera un perrito. Recuerda los ríos que conoció de niña, las neverías que visitó de la mano de su papá, las vidrieras donde pegó su carita viendo los cientos de libros exhibidos. Recuerda las manos de todos sus amados, las caricias que le enseñaron a identificar las partes más sensibles de su cuerpo, los labios que la ensalivaron, que la humedecieron. La mujer lámpara de buró necesita que el otro, el amado, la prenda. Le gusta el instante en que su amado oprime el botón que la activa, ese botón es como el clítoris que la enciende, que la convierte en fuente de luz infinita. A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son la tierra que alimenta el árbol y mujeres que son como un boceto hecho con lápiz HB.