martes, 18 de mayo de 2021

CARTA A MARIANA, LOS QUE SÍ, PERO NO

Querida Mariana: ¿qué es el perdón? Ah, es todo un tema. Muchos filósofos se han quebrado el coco al caminar por esa senda del conocimiento. El perdón tiene a su lado la culpa, y la culpa es otro gran tema. Hay personas que se culpan de todo, que se trepan a la cruz a todas horas; en cambio, hay otros cínicos que caminan en medio de sus lodazales como si caminaran en un campito con césped recién cortadito. A mí me encantaba la tía Sofy, quien caminaba sin cargar piedras ajenas. La tía Sofy poseía algo a su favor: sus cuentas bancarias y sus diez casas, era una mujer de paga, y se pagaba sus gustos. Cada año encargaba su casa a la servidumbre y viajaba al Caribe o a España o a Centroamérica o a Sudamérica. ¿Irás a Japón?, le preguntaba yo. ¡No! Allá hablan con los ojos de rendija, decía, con lo cual quería decir que no le gustaba enredarse en lenguajes diferentes. Viajaba a países donde hablaran español. Conoció todos los países de Sudamérica, con excepción de Brasil, por supuesto. Me encantaba su carácter, acostumbrada a vivir sola, a no depender de nadie, trituraba las piedras que le quería cargar el destino. Cuando las cargas de culpa volaban por el cielo, como cuervos, ella se hacía a un lado y dejaba que esas culpas anidaran en otros cuerpos, en otros espíritus. Su hija única, la Marce, era una ladilla, a cada rato la molestaba para que le diera dinero. ¡No!, decía su mamá. Ya te pagué tus estudios en la mejor universidad, ahora vos debés comprar tu parcela y sembrar. Cuando la Marce estaba borracha exigía parte de su herencia. La tía callaba, daba media vuelta y cuando ya estaba a punto de entrar a su recámara soltaba la carcajada que terminaba por cerrar la conversación y eliminaba el cuervo de la culpa. La Marce vomitaba palabras soeces, hirientes, pero todos veíamos cómo esos cuervos negros se deshacían en el vuelo y cuando llegaban a mitad del patio ya eran polvo, ya eran nada. Ya había hecho su testamento y en él dejaba toda su paga y sus propiedades para una fundación que se encarga de auxiliar a ciegos. ¿Y la Marce? ¡Nada!, decía, y contaba cómo la había inscrito en los mejores colegios y en la mejor universidad del país. ¡Ya había cumplido! Ella nada heredó, toda la paga y sus propiedades las había logrado con el producto de su trabajo, había vendido bolis en las calles, repartido pan y cuando vio la posibilidad de hacer jaleas de frutas naturales puso todo su empeño. Ahorró cada centavo que caía en su bolso y poco a poco cimentó su fortuna. Mi hija la tiene más fácil, decía y cortaba la conversación. Cuando la Marce, al día siguiente de una borrachera, llegaba con sentimiento de culpa y con tremenda cruda, se hincaba a mitad del patio, levantaba los brazos al cielo y en voz alta, altísima, suplicaba el perdón de su madre. La tía caminaba al centro, le daba la mano para que se sostuviera y decía con voz de santa: “Perdo – nada”, y seguía con sus ocupaciones habituales, preparando el itinerario de su próximo viaje. A mí siempre me sorprendió esa división que hacía de la palabra, sonaba así: perdo ¡nada! ¿Perdonaba la tía, de verdad? No sé. Como no cogía piedras ajenas, nada tenía que perdonar. Pero sabía de la naturaleza humana, reconocía que la Marce, con la gran cruda física y moral, necesitaba esa divina palabra: perdón. Si los grandes filósofos de la humanidad no han sabido dar respuesta a este tema tan vaporoso, mucho menos los simples mortales. ¿Qué sucede con esa cita bíblica que recomienda poner la otra mejilla cuando hemos recibido una bofetada en la primera? ¡Qué complejo! Tal vez quien sí lo hacía, en forma sutil e inteligente, era la tía. Jamás vi que respondiera a una agresión porque nunca permitió que la flama absurda lamiera su piel, menos su espíritu. Posdata: juro que todos veíamos cómo las palabras, cuervos hirientes, venenosos, se extinguían a mitad del patio. Nunca llegaban a sus orillas. La tía cumplió. Después de años de lucha en el trabajo se dedicó a gozar de su fortuna en mil viajes. Todos a países donde el español era la lengua dominante. Cuando murió, toda su fortuna pasó a manos de la fundación. ¿Para Marce? ¡Nada! Para tu tranquilidad y para que no agarrés culpas ajenas, la historia no terminó mal. Como decimos acá, a la Marce le cayó el veinte y comenzó una pequeña empresa de factura de jaleas. Y ahora no le va mal. Ya tiene una cuenta bancaria respetable y posee su auto y la bodega donde está la fábrica es de su propiedad. Perdo - ¡nada! ¿Y qué pasaría en caso de que no fuera mujer la que solicita el perdón, sino hombre? Perdo - ¡nado! Ah, el universo. Del vacío total al buceo espacial.