viernes, 14 de mayo de 2021

CARTA A MARIANA, CON PREGUNTA OCIOSA

Querida Mariana: no sé si Mario se molestó con mi respuesta, pero le dije que su pregunta era ociosa. ¿Sabés qué me preguntó? ¿Qué lugar de Comitán extrañaba más en este confinamiento? Y digo que es ociosa, porque Comitán es la madre de todas las ciudades, para quienes nacimos acá, para quienes vivimos acá. Y una madre, lo sabés, no se puede fraccionar. Ahora, además de barrios y colonias hay fraccionamientos, pero esos fraccionamientos, en términos de conjunción no están fraccionados. Comitán es único y está formado por todas sus células, ninguno de sus elementos puede separarse, porque, entonces sí, lo fraccionamos, lo desmembramos. Si te pregunto ¿qué lugar del pueblo extrañás más?, ¿qué responderías? En este tiempo tan raro que nos tocó vivir, donde muchas personas nos confinamos y no salimos ni a la esquina, ¡extrañamos todo! ¡Todo! Cuando viví en Puebla extrañaba todo de Comitán, nuestro amado pueblo. Me sentaba en una banca del zócalo poblano, disfrutaba la belleza de ese espacio, la magnificencia de sus portales, de su catedral, de sus azulejos, de su cielo, pero extrañaba mi pueblito, cada una de sus calles, cada una de sus modestas plazas. Disfrutaba el mole poblano, las chalupas (que allá son fritas en cazos llenos de aceite), los molotes, las semitas con esa hierba sensacional que se llama pápalo; pero extrañaba horrores los panes compuestos, las butifarras, y los nuégados y las tabletas de manía y el atol de granillo y los tamales de bola y las pellizcadas y las otras semitas, las que tienen una su pella de panela en el centro. Vivía frente a Ciudad Universitaria, de la BUAP, y mero enfrente de mi casa estaba un jardín ecológico y una zona arbolada que era mi refugio cada mañana, me bastaba cruzar la avenida, de seis carriles, y entrar a un espacio natural lleno de aire, de pájaros, de vida; pero extrañaba los lugares modestos de Comitán donde, niño, joven, me senté en el césped y me recliné en el tronco de un enormísimo sabino. Bueno, con decirte que extrañé el canto de los gallos en la madrugada. En Puebla, los gallos no estaban por mi rumbo. A veces despertaba temprano y trataba de escuchar algún gallo desorientado, pero no. Cuando, después de varios años, regresé una semana a Comitán, para la presentación de un libro en el Teatro de la Ciudad, desperté a las cuatro, en la casa del barrio de Guadalupe, y escuché el canto del gallo y me sentí feliz. Supe que los gallos se habían salvado de la extinción. Sí, se habían extinguido los dinosaurios, pero, gracias a Dios, los gallos eran sobrevivientes de la glaciación y aún, como hasta hoy, seguían alegrando las madrugadas comitecas. He permanecido trece meses en casa. En ese tiempo he extrañado todos los sitios de Comitán. Cada lugar tiene ahora ese resabio especial de las cosas abandonadas y halladas en el desván de la casa de la abuela. Quienes viven lejos de su pueblo natal extrañan todo. Me he topado con amigos que radican fuera de Comitán y regresan una vez al año, en vacaciones. Los he visto caminar el parque central, el parque de La Pila, San Sebastián; los he visto caminar por la subida de Guadalupe, pararse casi en la cima y volver la mirada para beber el caserío a sus pies; los he visto agacharse, recoger una flor de buganvilia y llevársela al rostro para olerla. Se beben el pueblo completo. Viajan a los nuevos fraccionamientos y dicen: ¡cómo ha crecido Comitán!, y comentan que, en sus tiempos, todos esos terrenos de la orilla del bulevar eran magueyales y cuentan que iban, con la bola de amigos, a robar aguamiel y el dueño les soltaba una tanda de perdigones. Extraño ir al mercado Primero de Mayo; extraño sentarme en la breve rotonda donde está el busto de Josefina García, en el parque de San Sebastián, para leer un cuento de Cortázar; extraño ir a mi colegio, el Mariano N. Ruiz; extraño las risas de los muchachos, la algarabía, sus travesuras; extraño el sonido de los chorros de La Pila, la plática del viento a la hora que, como pájaro, brinca de una rama a otra de la enorme ceiba. Sí, extraño todo. Ninguno tiene preponderancia. Comitán es nuestra ciudad madre y su cuerpo es uno. Cada uno de sus miembros es vital para el funcionamiento de la sociedad. Posdata: sí, querida mía, extraño todo. Extraño cada uno de los aromas, de las calles, de los parques, de las banquetas, de las fachadas, de los rostros de conocidos y desconocidos. Extraño sentarme en las gradas del Centro Cultural Rosario Castellanos para comer esquites y mirar, desde ahí, cómo fluye la vida, una tarde cualquiera de un pueblo que no es cualquiera, que es el pueblo madre, el kujchil que nos acuna a los hijos de esta región. Extraño todo, ¡todo!