lunes, 17 de mayo de 2021

CARTA A MARIANA, CON MEDALLA INCLUIDA

Querida Mariana: Mario Alberto Trujillo Cordero recibe una medalla de honor. Se la coloca el maestro Jorge Gordillo. El padre Carlos J. Mandujano es testigo del acto trascendental. Y digo trascendental, porque, mirá, la foto fue tomada en 1962. Pronto harán sesenta años de este momento prodigioso, ocurrido en el escenario del Cine Comitán. Gloria Ruiz Albores compartió la fotografía en redes sociales. Es una fotografía histórica, porque hizo eterno un instante de gloria. ¿Ya viste la charola que está sobre la mesa? Ahí están las medallas que el Colegio Mariano N. Ruiz entregaba cada año a los alumnos más sobresalientes. Mario Alberto, sin duda, recibe medalla por obtener uno de los mejores aprovechamientos escolares. Yo, igual que muchos de mis ex compañeros del Colegio, fuimos, también, testigos de este momento importante, cuando el maestro de ceremonias anunciaba el nombre de un alumno y éste se levantaba del asiento y pasaba entre las butacas y nuestras piernas, con los nervios reflejados en su cara llena de orgullo. Porque, al contrario de lo que dice la cita bíblica, en la ceremonia de fin de cursos de nuestro colegio, eran pocos los llamados. Los elegidos lo eran porque, durante todo el ciclo escolar, habían logrado buen aprovechamiento y mostrado una buena conducta. Quienes no recibíamos medalla de honor éramos ignorados, porque, al contrario, nos habíamos distinguido por ser alumnos de seis tirando a siete o cayendo al cinco y no éramos bien portados. El padre Carlos, quien fundó el Colegio Mariano N. Ruiz, en el año 1950, hacía el pedido de medallas a la Ciudad de México y las guardaba hasta el día en que eran entregadas. El llamado subía al escenario del Cine Comitán, en medio de aplausos de los asistentes, que eran más notables en el grupo de sus amigos y de sus papás y abuelos, quienes, chentos, agradecían las felicitaciones que les daban los vecinos de asiento. El maestro Jorge Gordillo Mandujano, director de la escuela del padre, elegía una de las medallas y esperaba que el alumno, como acá está Mario Alberto, estuviera frente al estrado, muy seriecito, para esperar el protocolo del director, que consistía en levantar tantito la tela de la camisa del uniforme para ensartar el ganchillo, que estaba adosado al brevísimo pedazo de tela que sostenía la medalla dorada. Cuando la medalla quedaba colgada de la camisa, la tensión disminuía, el director sonreía, extendía la mano y el alumno, con la carita radiante, daba su mano toda sudorosa. Sin duda que algún ex alumno del Colegio Mariano N. Ruiz conserva una de esas medallas doradas en el baúl de los objetos memorables. En novelas y cuentos leemos que algunos héroes reciben la medalla de honor, en salones de magníficos castillos. En Comitán, el Cine Comitán era el recinto glorioso. El espacio donde todas las tardes y noches, los cinéfilos acudían a ver películas de Santo, el enmascarado de plata, o con la actuación de Gregory Peck, se convertía, la mañana de la ceremonia de fin de cursos del Colegio Mariano N. Ruiz, en el templete donde había bailables, declamaciones, obras de teatro, discursos emotivos y, momento culminante, entrega de medallas de honor. Pocos los llamados, pocos los elegidos. Los más sobresalientes, los que, en escalerita, tenían sus boletas llenas de dieces, los que jamás tuvieron un cinco en alguna materia. ¿Cómo le hacían para descollar en todas las asignaturas? ¿Qué superpoderes poseían? Obtenían diez en química, diez en física, diez en matemáticas, diez en inglés, diez en mecanografía, diez en educación física, diez en astronáutica, diez en mecatrónica, diez en música, diez en japonés y chino. ¡No! Ya exageré. Pero sí obtenían dieces en las asignaturas de cada grado escolar y, además, Padre Eterno, eran bien portados. La santidad los perseguía. Y el mundo sabe que en un grupo de sesenta alumnos, la mayoría es medianona, pocos son los brillantes. Así es el mundo real. Los Albert Einstein no se dan en maceta; bueno, ni siquiera los Maradona nacen todos los días. Los elegidos, los tocados por los dioses, son escasos. Son escasos los alumnos que descuellan en todas las asignaturas, dibujan bien, hacen trabajos manuales perfectos, tienen una letra legible, son muy buenos lectores, expertos oradores, encestan mil canastas, meten dos mil goles, trepan a todas las montañas, al Junchavín y al Everest. ¡No, no! Ya estoy volando otra vez. Posdata: En la fotografía no se distingue quién es el chitirís que acompaña a Mario Alberto, se nota que es el único relajado. El padre Carlos y el maestro Jorge están concentrados en el acto y Mario Alberto siente su corazón que bombea con la fuerza de un carretón en bajada. El otro niño, sin duda, también fue llamado, fue de los elegidos, espera el turno, mientras tanto ve a su compañero y sonríe. Un minuto después le corresponderá el sitio de honor, la gloria de recibir la medalla dorada y será el momento donde le comenzarán a sudar las manos de más y Mario Alberto ya respirará tranquilo.