lunes, 9 de agosto de 2021

CARTA A MARIANA, CON LO MÁS CHINGÓN

Querida Mariana: me quito el sombrero frente a los publicistas. Desde hace unos meses, en la televisión nacional, difunden un video publicitario con el mensaje: “Victoria: el sabor chingón de México”. Se refiere, por supuesto, a la cerveza Victoria. Y digo que me quito el sombrero porque la campaña no tuvo problema en ser difundida, a pesar de tener la palabra considerada como altisonante. El término chingón se aplica a muchas actividades humanas, cuando menos en México. Es tan rico el lenguaje que lo chingón se aplica en dos extremos: el de fastidio: “Ah, qué chingón sos, dejá de joder y andá a ver si ya puso la cocha”; y el de reconocimiento: “Ah, qué chingón sos, quedó bien bonito tu dibujo”. En el comercial cervecero, el término se aplica a la segunda acepción. Si la cerveza Victoria es el sabor chingón de México significa que la bebida es sublime, suprema. Y como los bebedores siempre buscan la excelencia no dudo que aumentaron las ventas de la cerveza Victoria. En mis tiempos de estudiante de literatura, en la UNACH, en ocasiones íbamos la maestra Esther, Gustavo y yo a cenar garnachas en un pequeño restaurante de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, y las acompañábamos con una cerveza Victoria, bien fría. Claro, en ese tiempo no sabíamos que estábamos bebiendo el sabor chingón de México, porque el sabor más fregón era el de las garnachas. Los publicistas son geniales. Aprovechan lo que vuela libre en el cielo y se lo apropian, porque el término chingón no es marca registrada, como sí lo es el nombre de la cerveza. ¿Mirás? El nombre de Victoria es una marca registrada, aun cuando la palabra es de uso de todo el pueblo. Me quito el sombrero ante el genio de los publicistas, ante su astucia para pepenar palabras y conceptos y hacerlos suyos. De los millones de bebedores de cerveza no sé cuántos coinciden en decir que la Victoria es el sabor chingón de México. Si hablamos de bebidas y reflexionamos tantito, el sabor chingón de México oscilaría entre el tequila, el pulque o el riquísimo mezcal. También, en algún instante, probé las tres bebidas mencionadas: el pulque en una vieja pulquería en la Ciudad de México, donde jugué el famosísimo rentoy, en piso con aserrín; el tequila en el billar de Rayón, en la calle que va a la Pila, con butifarras comitecas como botana; y el mezcal, en la bellísima Oaxaca, en los portales, mientras pasaban integrantes de una calenda y mi maestro Pepe y yo decíamos ¡salud! y comíamos exquisitos chapulines. Con lo que acabo de decir vemos pues que el sabor chingón de México no necesariamente es una cerveza y, ni siquiera, es una bebida alcohólica. Hay millones de bebedores, pero jamás llegarán a superar a los millones de comedores; porque no todos los comedores toman bebidas alcohólicas, pero sí todos los bebedores son también comedores. Los comitecos crecimos con el mito de que el sabor chingón de México era, precisamente, la bebida llamada comiteco, bebida alcohólica que ahora debería estar, dada su calidad y pureza, al lado del mezcal y del tequila. Los comitecos sabemos que el sabor chingón de México es el del pan compuesto, el del tzisim, el de la butifarra, el del hueso estilo Tío Jul, el del salvadillo con temperante, el de una paleta de chimbo, el del chicharrón de hebra, el de la oblea, el de… uf, cientos de exquisiteces gastronómicas. Y si vamos a San Cristóbal dirán que el sabor chingón de México es el de la cervecita dulce, el de los duraznos pasa, el de la sopa de pan (exquisita, única); y si vamos a Teopisca dirán que las longanizas, el frijol negro con queso; y si vamos a Tuxtla dirán que la carraca, el pozol, los tacos de huevo con camarón. Y si vamos a Oaxaca, o a Puebla o a Mérida o a Villahermosa su gente dirá que el sabor chingón de México no es la Victoria sino algún platillo de la región, ese sabor que, como en la película Ratatouille, nos remite a lo más exquisito de nuestra infancia. El sabor chingón de México tiene su origen en lo más íntimo de nuestros recuerdos. Nadie creció mamando cerveza, los aromas más sublimes nada tienen qué ver con ese olor a chuquij de orín. Posdata: me quito el sombrero ante el genio de los publicistas. Se apropian de nuestras cuerdas más cercanas, nos quitan el violín y nos hacen bailar al ritmo que nos tocan. Tu novio bien podría decir que el sabor chingón de México está en tus labios, pero que no lo diga, porque si no mañana tendrías una fila de chicos en la puerta de tu casa.