viernes, 13 de agosto de 2021

EXPUESTA A LA LLUVIA

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como luces traseras en una camioneta, y mujeres que son como camellón de bulevar. La mujer camellón de bulevar también divide su mundo en dos. Los que transitan por su izquierda y quienes lo hacen a su derecha. La sublime, por supuesto, es la que tiene jardines en sus pies y no cemento. Las flores, los árboles y los arbotantes de luz le otorgan los principales rasgos de su personalidad. Está acostumbrada a ver a la gente que camina, que conduce autos, que está trepada en bicicletas. Sabe perfectamente quién sale a pasear, quien lo hace para huir o para delinquir. Reconoce, de inmediato, al niño que le gusta sacar a pasear a su mascota, o al que juega fútbol o al que lo castigaron y debe hacer la tarea. Reconoce a los hombres que llevan lentes oscuros, a los que sacan la cartera llena de tarjetas de crédito y ausente de billetes. Distinguen la mirada de las prostitutas, de las chicas que consumen mariguana, las que son lesbianas, las que salen en busca del sol y añoran el mar de su infancia. Saben que la vida es ese eterno arrollo que la rodea. Todo es movimiento. Algunos caminan por la izquierda, otros por la derecha; algunos se dirigen hacia el norte y otros hacia el sur; algunos buscan las frondas de los árboles y otros nadan en aguas subterráneas. La mujer camellón de bulevar reconoce las estaciones del año y es experta en las diferentes manos del día. Ama la mano en madrugada, la que se pone una bufanda para ir por las tortillas o hacia el templo; ama la mano de mediodía, la que bebe una jícara de pozol o bebe una cerveza con botana; ama la mano de la tarde, la que recibe el vuelo de los pájaros en busca de refugio para el descanso; ama la mano de medianoche, la que camina abrazado al amigo y bebe un sorbo de ron y grita ¡Viva México, cabrones!; ama la mano de las cuatro de la madrugada, la que tirita en medio del frío envuelto en la soledad. Ella ama todos los sonidos que la visten, los sonidos que le dan vida, que son como hormigas dando vueltas en la noria de sus oídos. Ama la sirena que se abre camino para salvar al que se accidentó cuadras atrás; ama el claxon insistente que rompe el cristal de la noche; ama las carreras de los que hacen carrera deportiva; ama las carreras de los perros que persiguen los fantasmas de siglos pasados. Ella reconoce cómo abren los labios los que besan, los que gritan, los que alertan, los que piden auxilio, los que reciben un golpe en el estómago, los que vomitan en la borrachera. Ella disfruta a los que se sientan en los parques y se acarician y dan de comer a las palomas y abren un libro y lo leen. Ella ama a los que brincan la cuerda, a los que juegan ajedrez, a los que escuchan el radio que llevan en su hombro. Ama la luz que se descuelga del cielo, la lluvia que es la cortina que cubre de humedad la mirada; ama el modo del amante que toma con ambas manos la cara de su amada y le da un beso. Extraña, por supuesto que sí, el sendero que lleva al río, la arena que besa el agua del mar, el vuelo de la golondrina, la piedra que descansa en la montaña; extraña la butaca del teatro, la góndola de la rueda de la fortuna, los toboganes de infancia, el paseo de campo, el voleibol en la alberca. Extraña el rostro sin cubreboca, la mano adentro de los frijoles tiernos en el rancho. Extraña los caballos, las nubes sin smog, la luna transparente, el espejo al lado del abuelo, la silla sin reflector. La mujer camellón de bulevar exige una ventana para su cristal, un marco para su retrato, una alfombra para sus pies cansados y una puerta de emergencia para los deseos. Su forma geométrica favorita es la línea recta, la que forma los triángulos en los techos, la que hace las carreteras y las banquetas, la que delimita su alma, la que la ha formado en la certeza de que la vida derecha es la más intensa, porque el misterio no está en su cuerpo sino en todos los círculos y senderos torcidos que están afuera. A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son la línea que sueña con ser imperfecta, y mujeres que son como una puerta abatida a la mitad, sin saber si está medio abierta o medio cerrada.