martes, 31 de agosto de 2021

CARTA A MARIANA, CON AMIGO ESPECIAL

Querida Mariana: Luis, mejor conocido como Poñe, era especial. En clase levantó la mano. Sí, Luis, dijo el maestro con cara de fastidio, porque ya lo conocía. Lo toleraba. Maestro, dijo Luis, de pie: a ver, sáqueme de la duda: hay paño, peña, piña, puño, pero no hay poñe, ¿por qué? Todos los compañeros rieron. Hubo algunos que se llevaron la mano a la frente, cerraron los ojos, con actitud: ¡ah, otra vez, las boberas de Luis! No puedo imaginar lo que el maestro pensó. Sólo me llegó la versión de esta historia en el relato de Adriana. Adriana me contó que, con la misma cara de los alumnos que se pusieron la mano en la frente y cerraron los ojos, contestó: Porque a nadie se le ocurrió inventar eso, Luis. Por eso. Luis se sentó, pero como si en las nalgas tuviera el botón que controlaba su brazo, volvió a levantar la mano: ¡maestro, maestro! Sí, Luis, ¿qué pasa? Luis se puso de pie y preguntó: ¿Por qué a nadie se le ocurrió inventar eso? Los compañeros, ya todos, se llevaron las manos a las sienes y se escuchó un murmullo general: ¡Ah! Y ese ah, no fue de asombro, sino de cansancio. El maestro dejó el libro sobre su escritorio, hizo para atrás la silla, se dejó caer sobre ella y dijo que no sabía, que no sabía, que no todo mundo inventaba cosas, que los inventores eran pocos, eran tocados con el genio de la imaginación. Calló. Agachó su cabeza y así estuvo durante varios minutos. Cualquiera diría que ya estaba dándose por vencido. Todos los días era lo mismo. Luis, mientras tanto, siguió en pie, y, desde su altura, movió su cabeza para todos lados para ver a sus compañeros. Todos se habían recargado en el pupitre, tenían su cabeza sobre sus brazos. Apenas dos días antes, Luis había levantado la mano y cuando el maestro dijo: Sí, Luis. Él se puso de pie y preguntó: maestro, ¿por qué hablamos al derecho y no al revés? Todos sus compañeros rieron. El maestro se sentó, se limpió la frente con su pañuelo y dijo que no entendía la pregunta. ¿No?, dijo Luis, pero si está muy claro. ¿Por qué en lugar de decir no, no decimos on, y en lugar de decir sí, decimos is, y así? Todos los compañeros rieron. Adriana ya no me contó más, porque luego dijo que a ella, ya muchos años después de ese suceso, se le hacía exagerada y absurda la burla general de los compañeros; entendía al maestro, pero, asimismo, comprendía las preguntas de Luis, preguntas no comunes, por supuesto, pero que solicitaban una posible respuesta que abriera un camino. Adriana dijo que las dos preguntas eran pertinentes. ¿Por qué una cosa sí y otra cosa no? ¿Por qué los inventores del lenguaje no habían pensado en una palabra como Poñe, si había paño, peña, piña y puño? Y, ¿por qué hablámos al derecho y no al revés? Cuando Adriana me lo contó, pensé que la Ciudad de México, en los años setenta, como un juego de espejo, chavos de barriada decían: Is, barniz, para afirmar algo. Por ejemplo, alguien preguntaba: ¿Habrá toquín esta noche?, y el otro respondía: “Is, barniz”. Este is era lo que, en los años sesenta, preguntaba Luis: ¿Por qué no decimos is en lugar de decir sí y on en lugar de no? Ya imagino el fastidio del maestro, porque todos los maestros desean que las preguntas de los alumnos sean las preguntas comunes, que son definidas como preguntas normales que hacen niños normales. El comportamiento de Luis era un comportamiento que ahora llamarían atípico. Luis era un niño especial. Los niños especiales son complejos para los seres normales. Adriana contó que una vez, Luis levantó la mano y a la hora que se puso de pie, porque el maestro, con su cara de fastidio, dijo: Sí, Luis, él preguntó: maestro, ¿qué pasa si una niña confunde una gota con un gato? Posdata: lo mismo que vos te estás preguntando me lo pregunté, por eso le pedí a Adriana que me dijera qué había pasado con Luis. No sé, dijo Adriana, no sé. Dijo que ninguno de los amigos recordaba los apellidos de Luis, porque fue conocido como Poñe. Estuvo en el grupo no más de cuatro meses. Alguien recordaba que habían comisionado a su papá a otra ciudad. Pero Adriana está segura que, si Luis, el Poñe, vive, debe ser un tipo brillantísimo, un inventor de algo. Yo estuve de acuerdo.