jueves, 19 de agosto de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN LLAVERO DE VAN GOGH

Querida Mariana: en esta fotografía está el llavero de la oficina, del Colegio Mariano N. Ruiz. El veintitantos de marzo de 2020 cerré la puerta y desde entonces no he vuelto. ¡17 meses! En este agobiante lapso he visto muchas historias tristes. Muchos amigos han fallecido a causa del Covid-19, virus que exigió cerrar la puerta de la oficina. Pensé, como muchos, que la cuarentena pasaría pronto, pero esta pandemia se ha extendido como hiedra y asfixia el tronco de la vida. El llavero lo tengo en el auto, siempre lo llevaba en la bolsa del pantalón, me gustaba pensar que tenía a Van Gogh en la bolsa. Cuando tenía emoción por ver el trazo genial del genial maestro sacaba el llavero y tenía a Van Gogh en mi mano y eso hacía que llegara hasta mi corazón. “Trigal con cuervos” es la reproducción que tiene mi llavero. ¿Ya oíste cómo lo digo? Mi llavero. Un día, sólo por ocio aletargado, pensé que el original de este cuadro está valuado en millones de dólares. En el reverso del llavero está grabado el origen: Van Gogh Museum, Amsterdan. Hugo, una mañana de saber qué año, viajó a Europa y cuando estuvo en el Museo Van Gogh compró este llavero y al regresar a Comitán entró a mi oficina, me dio un abrazo y me entregó el llavero. El párrafo anterior lo escribí en forma apresurada, como si fuese cuervo de Van Gogh volando sobre el trigal. Para continuar esta carta debo hacer una pausa. He dicho que, durante la pandemia, como todo el mundo, he comprobado lo que dijo el poeta Vallejo: “…hay golpes en la vida, tan fuertes…”, pero, también, he sido testigo de destellos que alumbran el espíritu. Dije que Hugo estuvo una mañana en el museo Van Gogh, en Amsterdam, y luego regresó a Comitán y entró a mi oficina y me entregó el llavero, que, a partir de ese momento, se volvió ¡mi llavero! Hace dos o tres días, Hugo escribió en un grupo de WhatsApp: “…buenas tardes, ya llegó el que andaba ausente. Un abrazo”. Este mensaje lo entendí como una confirmación del día que Hugo entró a mi oficina. Ese día, con su abrazo y con el suvenir, expresó lo mismo: “ya llegó el que andaba ausente”. ¿La vida es un viaje donde los regresos iluminan las ausencias temporales? Hugo estuvo enfermo, como Dante caminó por los infiernos, pero, ángel luminoso, regresó de ese descenso y su mensaje fue como un aleteo de colibrí: “Ya llegó el que andaba ausente”. Todos sus amigos lo celebramos, lo abrazamos, tomamos su mano y, con él, tocamos la campana. Una mañana, hace algunos años, Hugo entró a mi oficina, me dio un abrazo y el llavero con el cuadro de Van Gogh. El que andaba ausente había regresado y con ese chunche me expresaba su afecto. Hoy, que amigos y familiares celebramos su feliz retorno, le entrego algo menos sublime que mi llavero: una palabra. A Hugo le digo que agradezco a Dios su regreso; le digo que me conmueve saberlo bien. Lo abrazo a distancia. Abro esta ventana digital y le digo lo que le han dicho muchos amigos emocionados: ¡te quiero! Que estas palabras, que vuelan como cuervos azules, se posen en el trigal de su vida. ¡Que fructifiquen, que sigan dando la savia para hacer pan compartido! Mis amigos viajan y cuando lo hacen, de vez en vez, se acuerdan de mí. Fany me trajo un llavero de Nueva York, Memo me trajo una taza pequeña con la silueta de Neruda y Hugo me trajo un llavero con un cuadro de Van Gogh. Los tres chunches los conservo. Como el gran escritor Pamuk, Premio Nobel de Literatura, hizo el Museo de La Inocencia, en Estambul; yo tengo un pequeñísimo pero enorme museo que se llama El Museo del Afecto. Ahí están cartas de mi papá y de mi mamá, los chunches que llegaron a mis manos cuando mis amigos regresaron de algún viaje. En un nicho especial tengo la cinta roja que me regalaste y que espero, un día, sea la protagonista de la novela que quiero escribir y que deseo sea una de las obras más grandes jamás escritas. Posdata: este tiempo de pandemia ha abierto muchas grietas, creado muchos vacíos. ¡Dios mío, llevo más de diecisiete meses sin ir a la oficina! Todo ese tiempo he trabajado en casa. Ahora no es posible recibir el abrazo de los amigos, pero, gracias a la virtualidad, sigo conectado con el mundo y alzo mi vaso y celebro el retorno de Hugo. Doy gracias a Dios por su mensaje: “Ya llegó el que andaba ausente”. Dios hizo el prodigio. Que Dios lo bendiga por siempre. Gracias a Dios hay muchas personas que han regresado de los territorios caminados por Dante. Otros, por desgracia, no han vuelto. ¡Hugo lo hizo! Dios permita que muchas personas puedan lograr la sanación. Cuando Hugo me entregó a Van Gogh me entregó también su afecto, acá lo mantengo calientito, en medio del corazón. ¡Vida, más vida, siempre!