domingo, 16 de julio de 2023
CARTA A MARIANA, CON ACTO GLORIOSO
Querida Mariana: los pilares sostienen la estructura del gran edificio. Los techos delimitan la altura, los techos (el cielo, pues) se sostiene gracias a los pilares. El rector de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar, mi jefe, el maestro José Hugo Campos Guillén, dijo que los maestros Nacho y Hugo han sido pilares para la institución. Cuando concluyó el acto de graduación de los niveles de secundaria, bachillerato y universidad, además de la entrega de títulos electrónicos a alumnos de generaciones anteriores, pedí a Hugo y Nacho posaran para la cámara de mi celular. Ellos, fieles a la vocación, posaron de pie, para confirmar lo que el rector había dicho.
La tarde del 14 de julio 2023, el químico Ignacio Celedonio Constantino Guillén y el doctor Hugo Humberto Morales Zúñiga fueron objeto de un reconocimiento especial. Esa tarde se despidieron del Colegio Mariano N. Ruiz, institución donde laboraron durante muchos años. Hugo cumplió en este 2023 veintiséis años de trabajar en el colegio y Nacho cumplió 37 años. Ahora que lo escribo parece tan sencillo, tan simples números, pero si me detengo tantito y me siento en el andén veo el enorme recorrido de estos trenes que, gracias a Dios, siguen llenos de vida.
Sé que ambos maestros dejaron huellas positivas en sus alumnos, la mayoría así lo reconoce. Si por ahí asoma algún alumno que no reconoce la labor comprometida de ambos catedráticos es porque la exigencia, a veces, no se entiende como un valor. En estos tiempos existen alumnos que desean llegar a las estaciones sin esfuerzo alguno. ¡No! La labor de un maestro se acerca mucho a aquel precepto pedagógico que recomienda no dar el pescado sino enseñar a pescar. Hugo y Nacho fueron mis compañeros de trabajo durante muchos años, porque yo, igual que ellos, llevo bastante tiempo laborando en nuestro colegio Mariano. Fui testigo de cómo ellos tuvieron una entrega responsable. No me corresponde a mí calificarlos, faltaba más, ellos son los maestros, los que califican el grado de aprendizaje de sus alumnos. Fui testigo de su entrega total a la profesión. En muchas ocasiones condujeron a sus alumnos por senderos llenos de piedras y esto lastimó los piecitos de algunos alumnos que se resistían a comprender la parábola: en la vida hay que caminar por sendas difíciles, quitar las piedras para que quienes vienen atrás tengan una marcha menos difícil. El camino de la vida es infinito, siempre hay piedras adelante.
Escuché que muchos compañeros maestros y alumnos les dijeron a Hugo y Nacho, que esto no era un adiós sino un hasta luego. Siempre he creído que el hasta luego no garantiza el retorno ni el adiós impide el regreso. Cada día nos decimos adiós, con la esperanza de vernos al día siguiente. Hugo y Nacho no regresarán el siguiente ciclo escolar a impartir cátedra, ya no dirán adiós a los amigos en el patio central del colegio, ni siquiera dirán hasta luego, pero en cualquier momento regresarán al colegio, volverán a su casa, para visitar a los que siguen en la brega (brega, dije).
También escuché que todos dijeron que los extrañaremos, por supuesto que sí. Mientras nosotros seguimos laborando ellos caminarán por sendas diferentes, arribarán a andenes diversos, ellos son trenes incansables, siempre están regando pétalos en los caminos, siempre sacando las manos en las ventanillas para decir adiós, para decir hasta luego.
Hugo laboró en el colegio durante 26 años, cuánta vida, cuánta siembra, cuánta cosecha; Nacho laboró en el colegio durante 37 años, cuánta vida, cuánta siembra, cuánta cosecha. Sí, por supuesto, es un sentimiento humano natural, los extrañaremos. Hugo ya no dirá “Moli”, Nacho ya no me dirá “Cáscara” o me albureará con el Benito de mi segundo nombre. Pero nos toparemos en la calle y con Hugo platicaremos acerca del barrio donde creció, El Cedro, o me contará de su experiencia al entrar al Museo de Van Gogh; y con Nacho recordaremos un mediodía que fuimos al Río Grande a tomar una cerveza con Manolo, Jorge y Hugo y comimos tostada cruda y dedeamos los aguacates, porque, a falta de cubiertos, me enseñaron que el aguacate se parte a la mitad y se come “de uñita”.
Posdata: la tarde del 14 de julio 2023 estos trenes hicieron una ligera pausa para despedirse y continuar sembrando sueños en los terrenos de la vida. Esa tarde medio mundo sacó el pañuelo para secarse las lágrimas. ¿Yo? Ah, pues, la pregunta ofende, después de la maestra Yanet Mandujano soy el más llorón de la institución. Todo me emociona. Cómo no. Hablamos de vidas compartidas, de instantes donde la misma luz nos alumbró, donde la misma grieta se abrió. Un abrazo para ambos, con cariño inmodificable. Que el viaje siga pleno, que sea más intenso que el Tren Bala, de Japón, o el Tren Maya, de México. Que sigan siendo pilares de los más altos cielos.
¡Tzatz Comitán!