viernes, 14 de julio de 2023

CARTA A MARIANA, CON UN FESTEJO

Querida Mariana: Armando me envió una fotografía donde está sentado en la sala de su casa, bebe una cerveza en un tarro que en el asa tiene un oso. El comentario fue: “¡Salud por el centenario!” Iba a preguntarle qué centenario, cuando recibí otro mensaje: “El zoo de Chapultepec cumple cien años”. Es maravilloso el poder de la palabra, basta una ligera mención para activar la memoria. Yo, que soy de memoria enclenque, también recuerdo. Recuerdo la ocasión en que fui a Chapultepec. ¿Cuántos años tenía? Tal vez cinco o seis. Recuerdo algunas escenas que me impactaron. Podrás imaginar a un chico en el Comitán de los sesenta. Cuando llegué a la Ciudad de México todo me deslumbró: el tranvía eléctrico, el aroma de las tortillas hechas a máquina, la televisión en blanco y negro (el programa “Combate”, ambientado en la Segunda Guerra Mundial. ¡Uf!), la cantidad impresionante de autos y de personas y el zoológico de Chapultepec. No subí al trenecito, pero sí recuerdo la emoción que sentí cuando pasó frente a mí. Había tenido un trenecito de juguete, el de Chapultepec era más grande y niños como yo disfrutaban el recorrido. Jamás en mi vida había visto ese hermoso gusano que caminaba sobre dos líneas metálicas, sin salirse de la raya. Cuando pasó el trenecito donde estábamos un niño dijo adiós con su manita, sus papás, emocionados, estaban a mi lado; los papás respondieron con efusividad, pero el niño ya no los vio, me vio a mí y movió su mano, yo saqué una mano del pantalón y le respondí. Lo vi alejarse. En pocas ocasiones he vuelto a sentir ese manto de tristeza que me invadió, mi amiguito del tren se alejaba. Pero, lo que más me impactó fue conocer a muchos animales, en vivo y a todo color, animales que sólo había visto en ilustraciones de libros. En mi casa comiteca había un perro, un gato, conejos, gallinas, un gallo cabrón que siempre me quería picotear y un ratón que, en una ocasión, pasó veloz frente a los pies de todos los que estábamos sentados en el corredor y que provocó el grito de mona aulladora de mi mamá (en ese tiempo sólo había visto los monos en las revistas ilustradas, revistas de “monitos”). En casa de mi madrina Clarita había una jaula con varios loros; en la casa de la abuelita de Ricardo una jaulita con canarios. Lo que acabo de mencionar es la relación de animales que conocía, claro, no debe olvidarse agregar los zancudos, las moscas, las mariposas, las catarinas, las arañas, los tzucumos, las hormigas y las cucarachas. Por eso, caminar por las anchas avenidas del zoológico fue una experiencia inenarrable. Nos estacionábamos frente a jaulas o espacios delimitados por fosos y ahí aparecían los más sorprendentes animales. Todo zoológico es una mínima representación del Arca de Noé. Mi mirada era una alcancía y mi espíritu una caja fuerte. Todo me impresionó, pero cuando estuve frente a un elefante y frente a una jirafa mi corazón retumbó como trenecito desbocado. ¡Qué animales tan impresionantes! No me impactaron los leones ni los tigres ni los cocodrilos ni los coyotes, estas bestias carnívoras no tenían la belleza de los dos animales que no comían carne, que se la pasaban bomba con hierbitas. No quiero influir en tu ánimo, pero ahora que soy vegano, creo que poco a poco me acerco a la dimensión de los elefantes y de las jirafas. ¡Qué animales tan bellos, tan sublimes! ¡Salud!, fue mi respuesta escueta a los mensajes de Armando. Me encantó que un amigo mío celebrara el centenario del zoológico de Chapultepec, desde Comitán. Sé que hay cientos de paisanos que, como yo, fueron al zoo de niños y disfrutaron ese paseo. Sin duda que ellos sí se subieron al trenecito. Yo no lo hice, porque me conocés, soy tutuldioso, ese tzucumo de metal me encantó, pero al mismo tiempo me causó cierto miedo. Mejor lo vi de lejitos. Así ha sido mi vida, soy un disfrutador a distancia del mar, del viento, de los ríos, de las autopistas, de las montañas, de los aludes, de los terremotos. Posdata: muchos animales del zoológico de Chapultepec estaban enjaulados. Años después conocí el zoológico de Tuxtla Gutiérrez y disfruté los espacios abiertos donde se movían, en un intento de respetar, hasta donde ello es posible, del entorno natural. ¡Tzatz Comitán!