viernes, 7 de julio de 2023

CARTA A MARIANA, CON UNA BIBLIOTECA SEMBRADA A MITAD DE UN PARQUE

Querida Mariana: en los parques hay árboles. Gente buena siembra árboles, siembra vida. Las personas llegan y se sientan en una banca, al cobijo de una sombra, y ven los árboles y disfrutan el microclima agradable. Un día, en un pueblo de Chiapas llamado Zapaluta, hoy La Trinitaria, personas buenas sembraron árboles, pero, además, sembraron una biblioteca a mitad del parque. El parque asumió una imagen de bosque encantado, un bosque donde los duendes de la historia, de la ciencia, de las religiones, de la literatura, de la cultura en general, fueron como luciérnagas iluminando esa fantástica selva. En ese parque, único en el estado, los habitantes hallaron sombra. Los constructores de ese espacio, ¡genios!, lo diseñaron de tal forma que dejara pasar en forma libre la luz y el aire, la planta baja no tuvo paredes, sólo la escalinata que dio acceso a la planta alta y las columnas que soportaron esa planta. A propósito uso el término planta, que se usa en arquitectura y que da cimiento a mi comentario: la gente de Zapaluta sembró una biblioteca de dos plantas. ¿Mirás qué ecologista fue el acto? Estas plantas maravillosas propiciaron que la gente se reuniera a platicar, a descansar, a echarse un coyotito y, sobre todo, en la planta alta ¡a leer! He visto, muchos lectores que llegan a los parques, buscan la sombrita de un árbol, abren un libro y leen. ¿Quién es el masoquista, tataranieto de un hereje sometido a castigo en la Santa Inquisición, que se sienta en una banca a las doce del día debajo del sol? Todo mundo consciente agradece la bendición de un espacio arbolado. Digo que he visto muchos lectores en parques, porque también mucha gente consciente sabe que la lectura da vida, oxigena el espíritu, pero nunca el disfrute de la lectura tuvo la fortuna de hacerlo desde una segunda planta, una planta que daba a los lectores el privilegio de estar por todo lo alto, a la altura de las frondas de los árboles, en el camino por donde caminan, casi volando, todas las aves. Los lectores de esa biblioteca fueron como pájaros, volaron en medio de una burbuja afectuosa. Un día, gente buena sembró una biblioteca a mitad de un parque. Cuentan los que lo vivieron que fue como un árbol de muchas hojas. Acá, en esta fotografía, se ve ese espacio generoso. Esta maravillosa foto (hija de la lente y de la sensibilidad del gran Francisco Javier Santiago, ilustre trinitarense) da constancia infinita de esa grandeza. Ya dije que en ese tiempo, en Comitán, ciudad vecina, hubo una pérgola a mitad del parque central, una pérgola donde la gente caminaba por la parte alta y tomaba un refresco en la parte baja, porque Comitán tuvo una cafetería a mitad del parque. Tal vez, digo que tal vez, un lector se sentó ante una mesa, pidió un café o una gaseosita, abrió un libro y leyó. Porque he visto en muchas cafeterías a lectores que leen mientras toman una cerveza o una malteada. He visto lectores en cafeterías y he visto lectores en los parques, y, por supuesto, he visto lectores en bibliotecas, pero jamás el oficio de lector tuvo chal tan bello como el del lector de esta biblioteca zapaluteca. Porque en ninguna ciudad del mundo jamás existió una biblioteca sembrada a mitad del parque central, con la generosidad que tuvo la de Zapaluta. Hoy sólo nos queda el recuerdo. Un día (la vida es así, qué pena) alguien decidió que debía cortarse ese maravilloso árbol lleno de libros y con motosierras lo tumbaron. Hoy sólo nos queda esta fotografía, fotografía que es portada del libro “Génesis. En busca de nuestras raíces”, del cronista Benito Vera Guerrero. Posdata: una mañana, un grupo de personas pensó que era bueno sembrar una biblioteca a mitad del parque, abrieron un hueco y lo sembraron, lo vieron crecer, supieron que ese árbol de cien mil hojas daba vida al pueblo, su savia permitía que sus hijos crecieran sanos y fuertes. Otra mañana nublada, alguien pensó que debían talar ese árbol porque la “Modernidad” imponía otros criterios, y el árbol cayó. Esa mañana, la gente no lo supo, una estrella se apagó, el universo perdió uno de sus faroles maravillosos. Hoy sólo nos queda el recuerdo, sólo esta fotografía en blanco y negro que da cuenta del prodigio único. ¡Tzatz Comitán!