martes, 4 de julio de 2023

CARTA A MARIANA, FRENTE A UNOS CHORROS

Querida Mariana: ¿ya viste el fondo de esta fotografía? Hay unos chorros. No, miento, no son chorros. Son como una copia de los caños que existen en el parque de La Pila y donde, a veces, salen los chorros de agua. Acá no sale agua. Es una réplica real, pero con chorros virtuales. ¿Sí sabés en donde está la réplica con seis caños? No todo mundo lo conoce. Porque no todo mundo tiene tiempo para sentarse como lo hice yo. Es cierto, tenés razón, esta réplica está sobre un murete a la entrada (o salida) de Comitán. Cuando venís de San Cristóbal (o de Teopisca), si no hay bloqueo, con lo primero que te topás al entrar a Comitán es con la estructura que da la bienvenida a los visitantes (y a los viajeros del pueblo). Grandes letras promocionan el nombre de nuestro pueblo: Comitán de Domínguez, sobre un bordado de papel de china (metálico, por supuesto). Del lado izquierdo hay una serie de arcos, similares a los que se encuentran en el Centro Cultural Rosario Castellanos. Ya te conté que en mi adolescencia, cuando regresaba al pueblo en temporada de vacaciones, al estar ya en la recta donde se ve el valle de Comitán y escuchar la voz de Ricardo Saborío en la estación de radio que tenía puesta el conductor, mi corazón comenzaba a dar saltitos de emoción, salpicados con una intensa alegría y una pizca de nostalgia. ¡Ya estaba de vuelta en mi pueblo! Por eso, el otro día que, por cuestiones de trabajo, anduve caminando en esta zona, dejé que mi impaciencia sosegara y me senté frente a los arcos. En este lugar hay tres bancas metálicas que permiten apreciar el intenso movimiento de autos que se da de llegada como de salida, tanto de autos, camiones, motocicletas, autobuses y demás fauna de cuatro y más llantas. Dios mío, cuánto vehículo transita por ese lugar. Estuve ahí como a las once de la mañana, me senté, saqué un librito de Pitol, pero fue imposible que me concentrara en la lectura. Dejé el libro y me concentré en lo que sucedía frente a mí. En ocasiones no vi el auto que llegaba a Comitán, porque dos o tres autos que salían lo tapaban instantáneamente. Comencé a mover el dedo índice de mi mano izquierda cada vez que pasaba un auto. Antes de este puente, hay uno que tiene un letrero electrónico que indica la velocidad de cada auto que se acerca. No sé si vos lo has visto, pero esa mañana comprobé que la mayoría de autos no respeta la velocidad máxima permitida, que es de ochenta kilómetros, muchos cruzan por ahí a noventa o cien kilómetros y me tocó ver un auto que marcó ciento veintitrés kilómetros. Pucha, con ganas de decirle al automovilista: ¡Ya llegaste, compa, que se emocione tu corazón, no la pata! En cada auto viajan personas, a veces es sólo el automovilista, en otras ocasiones va acompañado por otra persona que viaja como copiloto. En autobuses viajan hasta cuarenta personas. Qué barbaridad, con esto quiero decir que si alguien contabiliza el número de autos que sale y entra todos los días no estará aportando un dato humano. La estadística debería contabilizar el número de personas que viaja, porque lo importante en la vida no es el medio sino la propia vida. ¿Por qué viaja la gente? Pucha, qué pregunta tan boba. Son más de mil motivos. Tengo amigos que son maestros y viajan para llevar papeles a la Secretaría (así le dicen y todo mundo entiende que es la Secretaría de Educación), otros amigos lo hacen para saludar a amigos o parientes, unos más por necesidad médica, no falta el que viaja porque debe tomar el avión para ir a un concierto en la Ciudad de México. ¿Y qué decir de los chicos y chicas que viajan por cuestiones de estudio? Conozco a una persona que trabaja en San Cristóbal y vive en Las Margaritas. Dios mío, todos los días pasa por el lugar donde estuve, una de ida y otra de regreso. El movimiento es intenso, lo mismo digo del ruido, desde el auto del año hasta el camión pochoroco que lanza ráfagas de humo salpicadas con una pedorrera de viejo carcamán. Disfruté la vista, pero no tardé mucho en fastidiarme, porque todo era movimiento. Quise tener uno de esos aparatos que se ven en las películas de ciencia ficción donde basta apretar un botón para detener el movimiento. ¡Imposible! La vida no se detiene. La carretera es como una metáfora absurda, pero exacta de la vida. Posdata: Supe que era un ser privilegiado, porque en medio de tanta correría, yo permanecía sentado, sin motivo de alarma. Miraba lo que sucedía frente a mí, un espectáculo repetitivo, pero apasionante. ¡Tzatz Comitán!