miércoles, 29 de enero de 2025

CARTA A MARIANA, CON LEPERADAS

Querida Mariana: el tío Armando, mientras bebía una cerveza en tarro, platicaba con su audiencia, compuesta por varios jóvenes, sentados en la rotonda del parque. El tío Armando caía bien con un grupo de adultos y caía mal con otro grupo. No era monedita de oro, unos decían, sonriendo, que era muy simpático; otros decían (sobre todo mujeres) que era un viejo lépero, que sólo leperadas aventaba como confeti. En el grupo de jóvenes sucedía lo mismo, pero ninguno se perdía la oportunidad de estar cerca de él cuando bebía su cerveza (solo bebía una, en tarro, el tarro era el que debía estar helado y la cerveza se la servía al tiempo). Y ahí tienen, decía el tío, que se toparon en el camino un chayote y un plátano, el plátano, al ver al chayote, se bajó tantito tiras de su cáscara, dejó expuesta su cabecita y parándose muy erguido dijo: “buenas las tengas, cuando deseés una chupadita de pepita, estoy para servirte”; el chayote sacó tantito su lengua y dijo: “cuando querás una mordidita, me llamás, acá estoy para servirte con mis espinas”; en respuesta, el plátano dijo: “no quiero mordida, quiero una chupada”. Y todos los chicos y dos o tres chicas reían, le festejaban su cuentito; en cambio, dos muchachas veían hacia el suelo, como si vieran una cucaracha, y luego elevaban la vista como implorando un poco de veneno para que se desintegraran esas palabras obscenas. Cuando el tío terminaba de contar sus leperadas, decía, con mucha seriedad, que lo narrado eran fábulas, porque en las fábulas los objetos y los animales adoptaban características humanas y ofrecía un caramelo (lo sacaba del bolso de su saco, todo grasoso) a quien inventara una fábula parecida a las que contaba. Varios muchachos abrían los cuadernos que el tío les regalaba y comenzaban a escribir intentos de fábula. Martín, que era un muchacho que no siguió estudiando después de la primaria, era el primero que pergeñaba algunas ideas en el cuaderno. Digo, querida mía, que el tío Armando tenía un grupo de admiradores y un grupo de detractores, no era monedita de oro. Sus admiradores lo veían con el cristal de la complacencia y de la buena onda; los otros, los que lo aborrecían lo veían con el cristal de la intolerancia. Todo es según el cristal con que se mira. Sé que ahora mismo vos estás entre formar parte de un grupo u otro. ¿Te gustó la fabulita que te compartí? ¿No? ¿Pensás que no tiene algo de malo que haya ese juego entre un platanito y un chayotito? O, por el contrario, sí ves que hay perversión en el diálogo entre un vegetal y un fruto. ¿Todo depende del cristal con que se mira? Agustín dice que el viejo Armando (Agustín lo conoció bien) no era una perita en dulce, más bien era una col en sal, porque todo lo que contaba llevaba una doble intención; Agustín decía que el viejo era del grupo de escritores que son perversos, pero que él era más lépero porque inventaba fabulitas. Yo te he platicado que cuando estudiaba en la Matías un día escuché a un compañerito que cantó: “dame tu cu, dame tu cu, dame tu cubeta de agua, para mi ve, para mi ve, para mi verde jardín”, y, fascinado, la aprendí de memoria y la fui cantando por toda la calle, con mi mochila, y cuando llegué a mi casa continué con la tonadita, cuando mi papá la escuchó me regañó, me prohibió andar cantando malcriadezas. Yo puse mi cara de cenzontle inocente, que no era fingida, no entendía a qué se refería mi papá, fue necesario que un compañero de escuela, más grande y más lleno de mundo, me explicara que era el cu y qué era la ve. Oh, oh. No volví a tararear la cancioncita, aunque seguí sin entender bien a bien, al final todo se resumía (sin albur, por favor) a que el verde jardín quería agua. Bueno, todo depende del cristal con que se mira. Un día (triste día) el cristal de la inocencia se quiebra y aparece el cristal de la perversión, y todo, todo, se jode. Lo que era diáfano y limpio, se convierte en una cosa asquerosa con ligas podridas. Posdata: ¿qué pensás acerca de lo que hacía el tío Armando? ¿Debió ser acusado de pervertido? O, por el contrario, ¿debió ser reconocido por su ingenio y por su labor de fomentar el hábito de la escritura en su pequeña audiencia? ¿Qué dirán ahora esos muchachos? ¡Tzatz Comitán!