sábado, 18 de enero de 2025
CARTA A MARIANA, CON PEATONES
Querida Mariana: viví mi infancia y parte de adolescencia en un Comitán que tenía calles peatonales. ¡Mentira! Sí, es mentira, pero como si fuera verdad. Según el diccionario, una calle peatonal es donde está prohibida la circulación de vehículos motorizados. Como advertís en esta fotografía, en la esquinita inferior, aparece la trompa de un auto; sin embargo, si mirás con atención verás que la gente camina con una tranquilidad que está representada en la actitud del compa que lleva una gorra, como si fuese una persona con autoridad, pudo ser un agente de migración o un cartero. ¿Ya miraste su horma? Camina como si fuese un cervatillo dueño de la pradera, con las manos adentro de las bolsas del pantalón. La fotografía es más o menos de los años sesenta. Al fondo se ve el edificio que ahora alberga el Centro Cultural Rosario Castellanos y en ese tiempo era la Escuela Secundaria y Preparatoria del Estado. Con cierta dificultad, pero se alcanza a ver las letras que así lo anuncian.
Viví esta época, todos los de mi generación la disfrutaron. Estas calles del centro no eran, en forma oficial, peatonales, pero como si lo fueran, porque los vehículos eran pocos y, la mera verdad, los automovilistas eran muy decentes, respetuosos. ¿Ahora? Ah, pues, no me obligués a decir obviedades lastimosas.
Tal vez alguien tiene el dato preciso de la fecha de la fotografía (que robé del Internet y que la coloreó algún compa en este siglo XXI), yo no la tengo, pero lo que sí puedo asegurar es que es antes de 1979, porque en este año las autoridades mandaron a derruir la manzana que acá se ve. Desapareció Casa Yannini y todo lo que acá se ve, hasta la esquina extrema donde estaban la tienda de las Ancheyta y dando la vuelta. ¡Toda la manzana!
Por eso, mucha gente de aquellos tiempos (años sesenta y setenta) recuerdan con nostalgia esta manzana, porque todos tienen una historia qué contar.
Fijate que el otro día estuve en el Archivo Municipal y hallé en una vitrina una hoja tamaño carta que dice: “Propietarios de la Manzana de la Discordia, en Comitán” y da la relación de nombres que se acerca mucho al tiempo como estaba la manzana cuando fue derribada y no corresponde a como se ve en esta fotografía. Dos ejemplos diré: el edificio de Casa Yannini no conservó la dignidad que acá se ve, al final se volvió un feo adefesio porque ya tuvo agregados en la parte superior; la farmacia Regina fue un edificio altísimo, de varios pisos y esto hizo que todo lo que acá se ve con cierta armonía se volviera un caos visual. La uniformidad arquitectónica se volvió un tachilgüil que, la verdad, era desagradable; es decir, a la manzana saludable le salieron chipotes que engusanaron el fruto.
Al final de la relación de nombres del documento del archivo está asentada una nota que dice: “El nombre del propietario de la Casa Yannini hasta el momento es desconocido, ya que era de la ciudad de San Cristóbal”. Ah, quise sacar el documento y hacer la siguiente aclaración: como se ve en esta fotografía, el edificio bello, limpio, pulcro, que está en primer plano, dice “Casa Yannini”, porque ese fue el nombre que Don Vicente Yannini (coleto, es cierto) le puso a su negocio donde vendía refrigeradores, discos, tocadiscos, estufas, cilindros de gas y demás hierbas, pero el edificio no era de él, el edificio era de mi papá: Don Augusto Molinari Bermúdez, él compró el terreno y mandó a construir este edificio, por eso, en lo alto se ve un letrero grande de la Carta Blanca, porque mi papá aprovechó hacer publicidad, ya que era distribuidor de dicha marca cervecera. ¿Te doy otro dato? Mi mamá no tiene tampoco las fechas precisas, pero ella trabajó un tiempo en la Casa Yannini. Cuando don Vicente entregó el local a mi papá, porque levantó su negocio, mi mamá aprovechó el espacio familiar y puso su tienda de estambres, que tardó hasta 1979, año en que el gobierno dijo a los propietarios: ¡ahí se ven!, acá está su paga por expropiación, busquen otro lugar, y todo mundo de acá se cambió a otro lugar, mi mamá compró un local en el Pasaje Morales y ahí se pasó.
Aclarado el punto, dándole el crédito correspondiente, porque al César lo que es del César y a mi Augusto lo que fue de Augusto, puedo contarte que viví este Comitán apacible, inolvidable, donde las calles parecían ser peatonales, como acá se ve, porque no es sólo el de gorrita, sino los demás peatones que caminan tranquilamente. ¿Ya viste al otro compa de gorrita? Es un cartero, ahí se ve la bolsa que lleva con la correspondencia y la bicicleta que utilizaba para el reparto.
Ya sé que estás esperando la relación. Copiaré lo que está en el documento del archivo, ¿va? Sólo como agregado diré que la Casa Yannini en realidad era la casa Molinari; luego estaba Don Francisco Escobar (Joyería Escobar); C. Ramiro Ruiz Alfonzo (Proveedora Cultural); C. Jesús Ruiz (Farmacia Regina); C. Rodolfo Nápoles (Agencia Ford); Límbano Moreno (Supermercado 9 estrellas); C. Héctor Rubio (Casa Rubio); C. Romelia Ancheyta (Casa Ancheyta); C. Julio Avendaño; la mamá del ingeniero Ibarra; licenciado Robles; C. Adolfo Altúzar; profesor Nicolás Carboney; Fiscal Ayuntamiento; C. Ricardo Saborío; C. Hernán León (Casa León); C. Gilberto Solís; C. Yolanda Trujillo; C. Walter Díaz; profesor Manuel Gómez; C. Fernando Tovar (Casa Tovar); C. Leonor Pulido (Casa Esther); Novedades Cecilia; Dr. Armando Gordillo Domínguez (dentista); C. Arturo Rivera Alfaro (ARA, dulcería); C. Jorge Domínguez (Casa del Ciclista); C. Higinio Torija (Rincón Brujo); C. Adolfo Argüello; C. Ramiro Rojas; C. José Meza; y C. Octavio Penagos.
Esta relación de nombres es la que aparece en el archivo. No se consigna el nombre de la persona que la elaboró, pero yo diría que se acerca mucho a como estaba cuando derribaron la manzana. Los locales que estaban frente al parque central comenzaban con el consultorio del doctor Armando y terminaban con el edificio de mi papá.
Digo pues que cientos de personas tienen recuerdos de esta manzana, de este Comitán tranquilo, donde las calles parecían peatonales, porque el movimiento de autos era leve e, insisto, todos los automovilistas eran educados y no corrían en forma desaforada como ahora (en estos tiempos agregale el batallón de motociclistas, sobrinos predilectos de Míster Rápido y Furioso).
Muchas personas compraron artículos en la Casa Yannini o estambres en la tienda de mi mamá. ¿Cuántas personas compraron una cadenita o mandaron a hacer anillos en la Joyería Escobar? Ah, ya ni te digo las toneladas de muchachitos y muchachitas que compraron figuritas para llenar los álbumes en la Proveedora Cultura, atendida por uno de los señores más bellos que ha parido este pueblo: Don Rami Ruiz (ahí compré muchas revistas de monitos y mis primeros libros de cuentos, de poesía y novelas).
Por ahí en la relación apareció el nombre de Don Rodolfo Nápoles, quien era el distribuidor de los autos de la marca Ford. Hoy conocemos las salas de exhibición de autos, la mayoría está en las orillas del bulevar, son salas enormes y muy dignas. Don Rodolfo exhibía un auto nuevo (no cabía más) en una sala pequeña, oscura. Insisto, los autos eran pocos, sólo tenían carros los ricos.
¿Cuánta gente tomó un café, un helado o un refresco en las mesas impecables de “Nevelandia”, de Don Ramiro Rojas? ¿Y qué decir de la bola de vagos (lo digo en buena onda) jugadores de billar que pasaban al fondo del restaurante donde había varias mesas de pul y de carambola? El espacio del billar siempre estaba oscuro y con mucho humo de cigarro. ¿Cuántos orinaron en el mingitorio que estaba en el fondo y que siempre tenía en el canal un montón de cáscaras de limón para evitar la peste de los orines? En ese tiempo, los billares casi no eran frecuentados por mujeres. Boberas de esos tiempos. Lo mismo sucedía con las cantinas. Ah, cuántos bolos (lo digo en buena onda) disfrutaron de las macharnudas en la cantina de Tío Tavo. En una o dos ocasiones las probé, pero lo que sí era mi vicio eran los panes compuestos que él preparaba y que eran panes con receta exclusiva. Mi paladar los recuerda como los panes compuestos más ricos que jamás se prepararon en este pueblo, porque en lugar de las famosas tres hebras de carne que ahora llevan, él le ponía una rodaja (sí, transparente, mínima) de chicharrón de hebra. Esos panes eran riquísimos y Tío Tavo las preparaba en su local que tenía muy cerca de la tienda de mi mamá.
Posdata: digo que todo mundo que conoció y vivió la manzana de la discordia tiene historias para contar, historias que son esencia de su vida y recuerdos para nuestra historia común.
¡Tzatz Comitán!