viernes, 3 de enero de 2025
CARTA A MARIANA, CON NOTAS OPTIMISTAS
Querida Mariana: muchas personas hacen listas de buenos propósitos en el inicio del año. La mayoría de propósitos se desinfla como globo. Nunca he hecho lista de propósitos, ¿vos sí?
Cualquiera podría pensar que si no se cumplen los propósitos de nada sirve hacerlos, pero pienso que tienen algo bueno: siempre son mensajes positivos.
Desde pequeño aprendí en la doctrina la relación de los Diez Mandamientos; es decir, el mandato de Dios para vivir como buen cristiano. La historia era maravillosa, los niños que asistíamos al templo de Santo Domingo y escuchábamos la voz de la adoctrinadora nos extasiábamos ante el relato. Ella contaba que Moisés subió al Monte Sinaí, agarrándose de piedras y colocando los pies en otras que estaban firmes, al final llegaba a la cima y ahí, ¡qué prodigio!, el gran Dios le dictó sus mandamientos, los que quedaron grabados en dos enormes tablas, que Moisés bajó. Nunca logré imaginar cómo le hizo el venerable anciano para bajar de la montaña si tenía ocupadas ambas manos, tal vez las dejaba en el piso tantito mientras se apoyaba en las piedras para dar un paso.
Historia maravillosa la de los Diez Mandamientos, decálogo moral inmutable. Todo muy bonito, pero siempre he pensado que estos dictados tienen una carga pesada, porque de los diez mandatos, ocho de ellos comienzan con la palabra No; es decir, ocho son prohibiciones. La palabra No siempre tiene una carga pesadísima. No desearás a la mujer de tu prójimo, No robarás, No darás falso testimonio ni mentirás.
¿Por qué todo es prohibitivo? Tal vez Dios pensó que nuestro comportamiento podría responder mejor si había una cuerda con tachuelas. Digo, porque en lugar de prohibir a la mujer del prójimo, bien pudo decir: Siempre amarás a tu propia mujer; asimismo podría decir: Siempre respetarás los bienes de tu prójimo, en lugar de amenazar con No robarás.
Digo esto, porque la palabra es poderosísima. Si mi cerebro procesa la frase: No desearás a la mujer de tu prójimo, la palabra deseo aviva la tentación, lo mismo sucede con la palabra robar.
Por eso digo que es bueno hacer lista de buenos propósitos, porque todos son como cintas luminosas. Ramoncito me pasó copia de su lista para el nuevo año: comeré sano, haré ejercicio, leeré buenos libros, trabajaré en lo que me gusta, me levantaré temprano, seré cumplido, buscaré una chica amable y buena, con temor de Dios.
¿Mirás? Las listas de buenos propósitos son optimistas, ponen cintas de luz en los espíritus de la humanidad. ¿Se cumplen? No, eso es lo penoso, porque de lo contrario el mundo sería un mejor mundo. Al inicio de un nuevo año no faltan los grupos de amigos y amigas cuyo deseo es tener buena salud y que haya paz en el mundo. La verdad es que la paz mundial nunca se conseguirá, hay gobernantes que fueron peleoneros desde chiquitíos y que cuando asumen el poder se sienten bien jodiendo al prójimo.
En los Diez Mandamientos no está impreso el mandato de evitar la guerra. Claro, ya sabemos, si apareciera un undécimo mandamiento diría así: “No harás la guerra”, en lugar de decir: “Fomentarás la paz”, porque, ya lo dijimos, el lenguaje de los mandamientos es de carácter prohibitivo. ¿Recordás que la tía Amanda nos dijo un día que lo que más se hace es lo prohibido?
Posdata: nunca he hecho una relación de buenos propósitos. Tal vez porque para mí no hay diferencia entre el día 31 de diciembre y el uno de enero, todos los días sigo una rutina que me he impuesto, que no va lejos del gran mandamiento: no joder al prójimo; tampoco amo a medio mundo, ¡no!, mi cariño lo destino a los que están cerca de mis afectos y vos, vos, sos uno de mis más grandes afectos. No sólo no te jodo, sino que procuro sembrar buenas flores en tu jardín. No, no, no siembro flores de amapola, porque ya mirás que son bien bonitas, pero luego son mal vistas, porque segregan no sé qué sustancia que provoca problemas de salud.
¡Tzatz, Comitán!