martes, 21 de enero de 2025

CARTA A MARIANA, CON VISITA AL MERCADO

Querida Mariana: me encanta ir al mercado primero de mayo. Cuando tengo tiempo voy los domingos. Dejo mi tsurito en el Estacionamiento Ulises (el muchacho que atiende la caseta se queda a dormir en un catre, porque el servicio es continuo) y camino hacia el mercado. Este domingo llamó mi atención un señor que estaba sentado en el lugar del chofer de una camionetita verde, tenía los cristales arriba, pero se escuchaba el sonido de una trompeta de un disco que oía. Estaba quitado de la pena, leyendo un libro de Albert Camus. Me fascinó toparme con esa imagen. Y luego pensamos que no hay personas lectoras en este mundo. Al bajar por la pendiente hacia el mercado (el mismo recorrido que hizo la pequeña protagonista de la novela “Balún Canán”, de Rosario Castellanos) me topé con una chica bonita, con lentes, pantalón de mezclilla, tenis blanquísimos, que colocaba verduras sobre un mantel de plástico sobre la banqueta. Ella, me contó, estudia la secundaria y vende lo que cosechan en el huerto de su casa. Le compré dos ramos de apio, para el jugo verde, me dijo, le agregás nopal y pepino. ¡Ya la hice!, pensé, porque en mi mente aparecieron ambos ingredientes colocados en un contenedor de plástico en la casa. Luego (eran las siete y media de la mañana) hallé una fila como de diez personas ante el puesto de Doña Chabelita, la señora que por más de veinticinco años vende atol de granillo, atol agrio (jocoatol) y arroz con leche. Cuando me llegó el turno pedí un vaso de atol de granillo, para llevar, para mi mamá (que esté clarito, me dijo; es decir, sin mucho granito). “No, se lo debo”, dijo Doña Chabelita, “se enfermó mi esposo y no pude hacerlo, tal vez el próximo domingo”. “Cuando entra la enfermedad ya no quiere salir”, dijo Doña Natividad, quien estaba en un puesto vecino. Doña Nati sólo vende los domingos, “es que entre semana los puestos están ocupados”. Doña Nati tiene como quince años vendiendo tamalitos de verdura, de manjar y de frijolito tierno. Me explicó que el pitaul lleva más tiempo de cocción, por eso no siempre vende. Dijo que los otros tamalitos están en la olla unos cuarenta minutos y quedan listos, en cambio el tamal de frijol tierno requiere un tiempo de más de dos horas. ¡Pucha! La foto que anexo es un retrato de ella. Ya embolsa los pedazos de nopal que cortó con una hachita. Con Doña Chabelita compré un atol agrio para llevar y otro para tomar ahí. Ah, el primer trago es como estar en un valle y recibir el rayo de sol a las siete de la mañana. El espíritu, parecerá una contradicción, se refresca y se calienta al mismo tiempo. Una niña, al lado de Doña Nati, de sonrisa de panal de miel, le mostraba a su mamá (que vendía jitomate) la hachita que usa Doña Nati para el corte de nopal fresco. Doña Nati dijo que la niña está enamorada de la hachita (en cuanto crezca, pensé, olvidará la hachita y se enamorará de algún chico). Doña Nati explicó que usa la hachita para cortar el nopal, porque no tiene punta, esto lo hace menos peligroso. Vi cómo ponía dos o tres piezas de nopal en su mano izquierda y con la hachita en la derecha las cortaba con delicadeza y precisión. Movimiento exacto, como el que hace Doña Chabelita cuando sirve con un cucharón el atol. Posdata: compré unas tortillas hechas a mano, de maíz morado, ¡ah, qué delicia!, y dos medidas de pepita molida. Cuando caminé rumbo al tsurito, con tres bolsas en la mano, encontré al señor lector, él seguía tranquilo, escuchando música agradable, con un trompetista (¿Herb Alpert?), y leyendo a Camus (no logré ver el título, porque el señor levantó la vista al sentirse husmeado, sonreí, saludé y seguí mi camino. Pensé que un hombre que escucha ese tipo de música y lee a un autor tan deslumbrante era un hombre bueno). Me encanta ir al mercado primero de mayo. Está ahí, a una cuadra del parque central, en un majestuoso edificio, desde el año 1900. Si hubiera un poco de más orden y más limpieza sería un mercado sensacional, único en el mundo, orgullo del pueblo mágico. Hay que caminar con cuidado, en los pasillos hay unos registros que tienen tapas metálicas ya oxidadas; hay que caminar con cuidado, porque quienes cargan las cajas de madera con productos avisan con el clásico “¡golpe!, ¡golpe!”, pero ya están encima de uno; y, oh, qué ingratitud, los hombres que cargan los pedazos de carne de buey (¡bueyes!) caminan sin precaución manchando de sangre a quien no se retira a tiempo. ¡Tzatz Comitán!