domingo, 5 de enero de 2025

CARTA A MARIANA, CON UN ÁRBOL

Querida Mariana: en mi casa actual sólo hay un árbol, un árbol triste, porque está en una maceta; mi casa actual no tiene “sitio”. Ah, mi casa de infancia y mi casa de juventud ¡sí tuvieron sitios con árboles, árboles enormes, sembrados en la tierra! Vengo de esos tiempos. En ambas casas llegaron amigos y se treparon a los árboles, para jugar o para cortar los frutos. Ayer fui al mercado primero de mayo, el que está a media cuadra del parque, como la niña protagonista de la novela “Balún Canán” bajé por la pendiente. En la banqueta izquierda, generosa, ancha, como pierna de mujer rolliza, se sientan mujeres a vender manía (cacahuates), con cáscara o pelada, más otros productos de las huertas. Una mujer, con una criaturita detrás de su espalda, tenía un canasto lleno de unos frutos de color amarillo amanecer, de inmediato pensé en las limas, pero como eran grandes, más grandes que pelotas de béisbol, como si fuera un gringo visitante, pregunté: ¿qué son? Me escuché mamón al hacer la pregunta. Ella, sentada en un banquito de madera, con la criatura cargada en un kujchil, dijo la respuesta esperada: “son limas” y yo puse mi cara admirada de gringo bobo y dije: “¡oh, limas!” El canasto estaba lleno de esas bolas, que presentí jugosas. Pensé que iría a comprar las tortillas y el chile en vinagre, al regresar compraría limas, para no cargar de más. Tuve suerte, porque cuando volví, con las tortillas y el chile, el canasto de limas estaba a la mitad. Si tardo cinco minutos más no hubiera encontrado esas canicotas amarillas, tan olorosas. Pensé que debí pagarlas antes, al verlas, y dejarlas “encargadas”, hubiese sido tan fácil decir: “guárdelas, ahora paso”. Tuve suerte, alcancé a comprar doce, doce limas. Ahora que escribí limas recordé que un amigo adolescente cortaba limas en mi casa y siempre, con una mirada de actor de cine, me mostraba una y decía, en forma pícara: ¿limas? Nunca entendí bien por qué lo decía, pero, en el fondo de mi conciencia, advertía que jugaba con el lenguaje, porque sus ojos se llenaban de una luz alburera. Cuando llegué a casa con mi cargamento de tortillas hechas a mano, en comal, el chile en vinagre, con harto palmito, y las limas enormes, bellas, mi mamá recordó el árbol de la casa y dijo: “así eran las limas de la casa, se ven jugosas”, tomó una con su mano y agregó: “se ven buenas, ahora pura chiquita se ve, no sé por qué”. Tuve suerte, hubiera lamentado volver y hallar el canasto vacío. Ah, cuántas veces me ha pasado eso en la vida. No sólo con frutos. El amigo medio perverso, pelaba las limas, me hacía ir por un plato y un cuchillo en la cocina, cortaba las limas en gajos, cortaba finamente un chile siete caldos, rojo, venudo, y preparaba, como si fuese Tío Tavo, el cantinero, un especial “pico de gallo” y nos dábamos la enchilada de mil diablos, nos sentábamos en el asiento de cemento que le daba vuelta a toda la barda y tomábamos un gajo de lima enchilado y movíamos una mano como si ella pudiera refrescar los labios que ardían por el picante, suspendíamos tantito, yo corría a la cocina por dos vasos de agua, tomábamos dos buches y seguíamos comiendo, enchilándonos. Todo esto recordé cuando partí una de las enormes limas que compré en el mercado. En mi casa de adolescente, la casa que mandaron a construir mi papá y mi mamá, la primera casa que fue nuestra, la que estaba a una cuadra de mi escuela Matías de Córdova, había un árbol de lima, que creció en el suelo, en la tierra, no en una maceta como ahora crece el árbol triste de mi casa, que ni siquiera es frutal. Posdata: me gusta bajar por la pendiente del mercado, en la banqueta izquierda, banqueta ancha, como nana generosa, varias mujeres ofrecen manías, peladas o con cáscara. Cuando las pelan dejan los granos sobre su mano y soplan para que vuele la telilla. No es higiénico, debe volar también una gota de su saliva, pero cuando compro veinte pesos de manías, a la pregunta: “¿con cáscara o pelada?, digo “pelada”, y no sé, pero me acuerdo del tono del amigo que decía: “¿limas?” ¡Tzatz Comitán!