jueves, 2 de enero de 2025

CARTA A MARIANA, CON UN FESTEJO DE CINCUENTA

Querida Mariana: sacar cincuenta en la escuela significaba reprobar. El 28 de diciembre 2024 nos reunimos para celebrar los cincuenta, los cincuenta años de haber egresado de la Escuela Preparatoria Comitán. Los organizadores y asistentes obtuvimos un cien en los cincuenta. Una mañana, o tarde, no lo sé, a Roberto, Jorge, Lulis y Javier se les ocurrió invitar a los demás compañeros y compañeras de aula para conmemorar (celebrar) los cincuenta años de haber obtenido el grado de bachiller. Comenzaron a organizarlo y, como a toda capillita le llega su fiestecita, el 28 nos reunimos (los que pudimos, los que quisimos, los que alcanzamos) en la Casa de Los Abuelos (ah, qué buen lugar eligieron, no podía ser en la Casa de La Juventud, aunque Fili se la pasó diciendo en el festejo que estábamos ahí los de la juventud acumulada. Fili acudió desde su rancho en Chicomuselo. ¿Cómo pasaste?, fue la pregunta obligada, dijo que dejó su camioneta en el otro lado de la presa, se subió a una lancha y llegó hasta esta orilla). Roberto, quien llevó la batuta del festejo, dijo, en su intervención que la reunión era “motivo de especial alegría” y comentó que no todos los compañeros y compañeras estábamos presentes: “no siempre se puede estar, así ha sido y así será”. Los que sí estuvieron presentes, porque los convocamos, fueron los compañeros y compañeras que ya fallecieron, en el momento en que Roberto mencionó sus nombres aparecieron al grito de ¡presente! que todos pronunciamos, con emoción, con cintas amarradas a la garganta. Acto seguido, Roberto pidió a Ramiro entregara el reconocimiento a nuestro maestro Doctor Juan José Solís Cancino, y José Luis fue el encargado de entregar el diploma al arquitecto Roberto Zúñiga. Ellos, junto al maestro Hermilo Vives Werner, fueron los invitados de honor. El maestro Hermilo, comentó Roberto, había confirmado su asistencia, pero se lo impidió una molestia física de último momento. Verónica fue la encargada de hablar en nombre de las compañeras y Daladier en nombre de los compañeros. Ambos coincidieron en celebrar la vida, la posibilidad de estar reunidos cincuenta años después. Verónica comenzó recordando versos del poeta Amado Nervo: “Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida…” y Daladier dijo “…nos sentimos agradecidos con la vida. El mejor motivo es que estamos vivos, motivo para creer que la vida nos ha tratado bien”. Después del acto protocolario, los meseros sirvieron un caldito y Guillermo García, con voz agradable, amenizó el acto con canciones romanticonas, pero, como hace cincuenta años, el acto se suspendió (en aquel momento, el maestro Óscar nos dijo que dejáramos los exámenes de literatura que presentábamos y fuéramos a la escalinata principal para tomarnos la foto de recuerdo). Ahora no fue en la escalinata (sería un problema subir y bajar escalinatas), todos nos colocamos en el jardín del salón y el fotógrafo Fab Tovar se encargó de tomar la foto oficial. Ahí comenzó el relajo, uno de los compañeros preguntó si tenía rollo la cámara (como si no viviéramos tiempos digitales), otro pidió que nos sacara bonitos y uno más dijo que eso ya era imposible. Regresamos a la mesa, larga, más larga que la usada en la Última Cena, porque no éramos doce, sino más de treinta los asistentes, los alegres compañeros y compañeras. La casa sirvió botanas ricas que todos degustaron, mientras se desarrollaban las pláticas con los compañeros y compañeras de junto o al frente. Alguien comentó que los maestros Juan y Roberto estaban física y mentalmente muy bien. Mejor que muchos de nosotros, comentó alguien, pero de inmediato alguien dijo que Rafa se conserva muy bien a sus setenta años de edad. ¿Cuál es el secreto? Y él, bromista (¿de verdad?) dijo que otro Rafa (que estaba sentado enfrente) le dio la receta: dos chicas de veinte años, como si retomaran un verso de Sabines que dice: “La única recomendación que considero seriamente / es la de llevar una mujer joven a la cama / porque a estas alturas, la juventud sólo puede llegarme por contagio”. Otro Rafa (cuánto Rafael) dijo a la hora que le preguntaron su edad que tiene sesenta y cinco años. ¡No!, dijeron todos y todas. Pero él siguió serio, como si lo que él sostenía fuese la columna inmutable. ¿65? Todo mundo comenzó a hacer cuentas. Fue divertido, pero ocioso, porque el Rafa de sesenta y cinco jamás dio su brazo a torcer. Las cuentas fueron: si hace cincuenta años salimos de prepa, él tenía quince años, así que entró de doce a la prepa, lo que significó que tenía nueve años cuando entró a la secundaria. No, las cuentas no dieron, jamás darán, pero Rafa nos quedó viendo desde su edad de sesenta y cinco años de edad. Uno dijo que le llegó el momento de reversa, mami, donde, en lugar de sumar años hay resta. Lo quedamos viendo y dijimos que cuando sea el festejo de los sesenta años de egresados él tendrá cincuenta y cinco de edad y nosotros setenta y más. Traté de vernos a la distancia, de reconocernos después de cincuenta años, porque cuando alguien entraba por la puerta, no faltaba el que preguntaba: ¿quién es?, o cuando vimos la fotografía de 1974 algunos no lograron identificar bien a un compañero, fue necesario que Carlos viera la foto y señalara dónde estaba para que el otro aceptara que él era; hubo un compañero que me señaló en la foto de hace cincuenta años y aseguró que yo era Ranol, ¡no, hombre, dije, este soy soy! Nos miré diferentes, pero iguales. Hubo risas, recuerdos, recuentos. Unos viajaron desde la Ciudad de México, desde la capital de Chiapas, desde otros lugares. Un día antes saludé a José Luis en el mercado primero de mayo y le pregunté, ingenuamente, que si nos veríamos el 28, él sonrió y me dijo: “para eso vine”. Llegamos para eso, para reunirnos, para volver a abrazarnos, para, como dijeron Verónica y Daladier, celebrar que seguimos vivos, cincuenta años después de egresar, ¡regresamos! Posdata: en un momento de su mensaje, Daladier nos recordó que no podemos ir a comprar diez pesos de vida. No, por eso fue importante que en los cincuenta de concluir el bachillerato, nos reuniéramos para obtener un cien de calificación. Qué buen festejo, qué alegre, que guateque tan sabroso. Celebramos esa cinta que nos unió: fuimos compañeros de aula durante tres años en el edificio donde hoy está el Centro Cultural Rosario Castellanos, de 1971 a 1974. ¡Tzatz Comitán!