domingo, 8 de febrero de 2009
La mirada de mi abuelo
Ángel Molinari llegó niño de Italia. Tal vez nunca sabré cuál fue la motivación del bisabuelo. ¿Por qué un día -o una tarde, nunca lo sabré- él subió a un barco llevando consigo al pequeño Ángel?
¿Por qué Chiapas fue el destino? Tal vez ni ellos mismos supieron por qué.
Mi abuelo dejó su infancia italiana y trepó en árboles plantados en Chiapa de Corzo y luego se tapó con una cobija de niebla en calles de San Cristóbal. En este pueblo maravilloso nació mi papá.
Las muchachas italianas desaparecieron de la vista de don Ángel y en su lugar aparecieron las muchachas bullangueras de estas tierras benditas de Dios.
Pero la mirada siempre acude puntual a los cielos de la infancia. ¿Soñaba el abuelo con el sol del Mediterráneo, de vez en vez? ¿Su mirada se llenaba de ese mar que tuvo que cruzar durante saber cuántos días o meses?
¿A qué jugaba ese niño en Italia? ¿Qué juegos "tuvo" que jugar dos meses después? ¿A qué jugamos sus descendientes? ¿Jugamos el eterno juego de sentir que algo de aquella tierra está embarrada en nuestro rostro y en nuestro espíritu?
¿La mirada también es parte de lo que los hombres heredamos?
Ya he contado que Florencia fue el sueño de muchos años. Un buen día París ocultó las calles de esa bendita ciudad italiana. Nunca supe qué paso. Florencia era en mí como decir Comitán y sin embargo un día canceló su cielo. Hoy procuro convertir a Comitán en mi Florencia. Después de todo el niño Ángel bebió más cielos de pozol que cielos de sambuca.