domingo, 15 de febrero de 2009

MI ABUELA ESPERANZA


¿Qué sería de nosotros sin los otros? A mí me tocó la suerte de convivir con mi abuela materna.
Ella vivía en Tacubaya, en la ciudad de México. En ocasiones llegaba a visitarnos a la casa de Comitán. Yo abría su veliz de cuero y hallaba dos o tres velas. Cada una de estas velas significaba un mes de estancia. Ella era muy creyente y ofrecía la luz de la vela cada primer día de mes.
Me gustaba tener cerca a mi abuelita. Por esto, en varias ocasiones metí una vela de más en su veliz. Ella lo descubría, me llamaba y me decía que estaba bien, que se quedaría otro mes, pero no más, porque ella sabía que por mí colocaba cientos de velas en su veliz para que no se fuera.
Mi abuela era una mujer sencilla. Había crecido en una finca de por el rumbo de Acapetahua. Fumaba, fumaba mucho. Durante las tardes iba a visitar a las amigas que había logrado hacer en este pueblo. Llevaba una bolsa arrugada de plástico donde metía decenas de cuadernitos con oraciones. A veces, cuando regresaba a casa, me llamaba y me pedía que yo la acompañara en sus rezos, yo aceptaba con disgusto, pero una vez que comenzaba el rezo me olvidaba de mi enojo y disfrutaba su voz que era una mezcla de canario y de cántaro roto por tanto cigarro fumado.
¿Qué sería de nosotros sin los otros? ¿Qué seriamos sin ese aroma de canela que las abuelas bondadosas y sencillas ponen en nuestro corazón? Yo amé a mi abuelita y doy gracias a Dios porque, de vez en vez, ella llegaba con su cargamento de dos o tres velas, con su cargamento de luz, a la casa de Comitán.