jueves, 26 de febrero de 2009

UN TEATRO COMO ÁRBOL LLENO DE PALABRAS


A veces veo a los hombres como si hubieran perdido algo. Lamentan la derrota como si ésta fuese un baúl y alguien les arrebatara algo.
¿Por qué meten objetos inexistentes en las bolsas de su pantalón?
Ayer asistí a un concurso de declamación. Uno de los participantes (un muchacho de no más de diecisiete años) olvidó el poema a la mitad. Un silencio frío se hizo en toda la sala. El muchacho elevó la mirada. ¿Pensaba que el verso podía estar oculto en las lámparas que iluminan el escenario? Después de diez segundos, el muchacho se inclinó tantito, dio las gracias y bajó. El público y el concursante lamentaron el suceso. Nos quedamos como si hubiéramos perdido algo. ¿De verdad fue así?
¡Falso, no perdimos nada! ¿Cómo decirle a este muchacho que no extravió nada, que ningún hueco apareció?
Al contrario. Las palabras son como pájaros. A veces, estiramos la mano para descolgar una palabra y ésta, como si fuera parte de una parvada, ¡vuela!
La palabra es una sustancia volátil, no tiene raíces.
Ayer no perdimos nada, al contrario, recordamos que no poseemos nada.
Lo que pasó ayer en la tarde fue un encuentro, ¡un maravilloso hallazgo!
A todo mundo le sucede. De pronto, en medio de la plática más sabrosa, pareciera que olvidamos la palabra. "Acá, acá, lo tengo en la punta de la lengua", decimos. ¡Qué ilusos! Esa palabra ya vuela otros cielos, ya está parada sobre otro árbol. Cuando, a veces, pareciera que la recuperamos y decimos la palabra oculta, lo que en realidad sucede es que un ave diferente llegó hasta nuestros labios, porque, a veces, nuestra saliva es como alpiste para su hambre.
A veces veo a los hombres abrir hoyos como si hubieran perdido algo. No poseemos nada. Lo que sucede con frecuencia es que el objeto inasible nos posee y creemos que algún día lo tuvimos y cuando vuela nos queda la sensación de que lo perdimos. ¡Qué ilusos!