viernes, 31 de julio de 2009
CARTA A MARIANITA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL MARCADOR VA VEINTE CONTRA DOS
Igual que vos, también entro al youtube. Entro a ver de todo, como si el mundo estuviera concentrado ahí y yo acabara de nacer. ¿Cuántas personas en el mundo, cada día, hacen lo mismo que nosotros? Los granos de las mazorcas Fraylescanas no alcanzan para contar los videoyoutuberos. Sólo las estrellas del universo pueden rebasar la cifra de navegantes. ¿Qué ven los otros? ¿Qué ves, vos, en ese laberinto digital? ¿Qué te obsesiona?
Las pasiones son infinitas, Mariana. Mi bisabuelo paterno -según me cuenta mi prima Celia de Molinari, quien radica en Huixtla con mi primo Quito y el pequeño Gianni- era un artista del yeso allá en su natal Italia y siguió fomentando este oficio a su llegada a Chiapas. Mi abuela materna era una apasionada de los rezos; todas las tardes sacaba un bonche de pequeños cuadernillos arrugados y rezaba a San Martín de Porres, a la Santísima Trinidad y a cuanto santo se le ponía enfrente (ya se sabe que hay santos para todos los gustos y para todas las necesidades. Un día de estos conoceremos al santo protector de los visitantes de youtube). ¿Qué obsesiones tenían tus bisabuelos, Mariana? Algo de esas pasiones debe estar dentro de tu espíritu. En la medida que conocemos los rayos de nuestra luz antigua reconocemos el quinqué de nuestro interior.
¿Mi mamá? Mi mamá tiene dos pasiones (corrijo, tiene tres, una es su amadísimo hijo y por esto nunca terminaré de agradecer a Dios). Mi mamá es una apasionada del tejido y de la gastronomía. Cuando aparece un programa televisivo con recetas, mi mamá corre por su libreta y anota, puntualmente, los ingredientes y la manera de hacer el platillo. Debe tener mil recetas apuntadas. De éstas sólo ha preparado quince o veinte en toda su vida, pero ella sigue acumulando más y más recetas. Tal vez el misterio de su obsesión está en escribir recetas. Tal vez, en el fondo, aspira a hallar “la receta del pajar”, no para prepararla sino sólo para saberse poseedora del secreto.
Asimismo, los internautas jóvenes revelan sus obsesiones en las búsquedas de youtube. Hay para todos los gustos. Nunca el mundo estuvo tan alcance de la vista. En mis años de adolescente teníamos que comprar, a escondidas, revistas donde mirábamos los cuerpos de las muchachas bonitas. Eran cuerpos que sugerían el misterio del sexo. Hoy, los obsesos sexuales tienen millones de páginas electrónicas a su disposición y lo que ahí se ve no deja nada a la imaginación. Lo sé porque nada del mundo me es ajeno y también entro a mirar esas muchachas bonitas en tardes donde el sol tiene un rostro triste.
Pobre Van Gogh. ¿Cuántos cuadros vendió en vida? ¿Uno,dos? Pobre. Volvería a morirse si supiera que las páginas de youtube donde hablan de él y de su obra arrojan cifras de decenas de miles; en tanto las páginas de La oreja de Van Gogh arroja datos de millones de entradas. Mi abuela decía: “Nadie sabe para quién trabaja”. Van Gogh siempre anduvo en la miseria y hoy sus cuadros están valuados en millones de dólares. Un grupo español de música pop, que aprovechó la fama del pintor, rebasa en mucho las preferencias de los visitantes del youtube.
Este fenómeno es comprensible. El mayor porcentaje de usuarios es joven. Y, ya se sabe, las obsesiones de la mayoría de jóvenes son las que dicta el mercantilismo actual. Los jóvenes chatean, bajan sus tareas y oyen música. El video más visto en youtube es uno de Avril Lavigne. ¿Sabés cuántas “vistas” tiene? ¡Más de 120 millones! Bueno, basta decir que la página más vista acerca de la vida y obra de Picasso tiene 340 mil vistas, mientras una página de Chico Ché tiene 666 mil.
P.d. Lo único que no veo en youtube es la luna. Sigo mirándola a la antigüita: salgo al patio y miro el cielo.
jueves, 30 de julio de 2009
RECIBÍ UNA INVITACIÓN DE COTHY SOTO, ARTISTA COMITECA. PASO COPIA.
El viernes 31 de Julio tendré una actuación estelar en el teatro del Pueblo en las instalaciones de la feria de Comitán 2009. Será de 7 a 8 de la noche.
Cantaré como solista y a dúo con Marxo. Es un polifacético joven que empezó cantando en el coro de la iglesia de Xelajú (ahora Quetlaltenango, Guatemala, C.A.) a los 8 años de edad, habiendo estudiado música allá y quien desde hace 10 años radica en Comitán. Ha cantado en Guatemala, México y Estados Unidos y como yo, ya tiene un renombre en Chiapas. (Modestia aparte).
Tiene una voz preciosa y alcanza tonos muy altos, como la voz de Ricardo Montaner y hacemos dueto y ensamble de voces.
Además, esta vez, manejaremos varios géneros musicales, como bolero, balada, balada rítmica, pop, vals peruano, etc. e iremos vestidos de gala, como corresponde a los cantantes que vamos representando a Comitán, compartiendo escenario con cantantes reconocidos del canal de las estrellas.
Los invitamos a este magno evento y seguros de contar con su presencia que vestirá de gala esa noche especial, les mandamos un abrazo.
NOS VEMOS EN EL TEATRO DEL PUEBLO DE LA EXPOFERIA COMITAN 2009 A LAS 7 DE LA NOCHE ESTE VIERNES 31 DE JULIO DE 2009!!!
Marxo y Cothy Soto
Cantaré como solista y a dúo con Marxo. Es un polifacético joven que empezó cantando en el coro de la iglesia de Xelajú (ahora Quetlaltenango, Guatemala, C.A.) a los 8 años de edad, habiendo estudiado música allá y quien desde hace 10 años radica en Comitán. Ha cantado en Guatemala, México y Estados Unidos y como yo, ya tiene un renombre en Chiapas. (Modestia aparte).
Tiene una voz preciosa y alcanza tonos muy altos, como la voz de Ricardo Montaner y hacemos dueto y ensamble de voces.
Además, esta vez, manejaremos varios géneros musicales, como bolero, balada, balada rítmica, pop, vals peruano, etc. e iremos vestidos de gala, como corresponde a los cantantes que vamos representando a Comitán, compartiendo escenario con cantantes reconocidos del canal de las estrellas.
Los invitamos a este magno evento y seguros de contar con su presencia que vestirá de gala esa noche especial, les mandamos un abrazo.
NOS VEMOS EN EL TEATRO DEL PUEBLO DE LA EXPOFERIA COMITAN 2009 A LAS 7 DE LA NOCHE ESTE VIERNES 31 DE JULIO DE 2009!!!
Marxo y Cothy Soto
"EL COSTUMBRE"
En el caso de la Influenza, ¿ya le bajamos la guardia?
¿Cuál guardia? ¿Alguna vez la subimos?
Durante la primera ocasión de alerta por motivo de la contingencia sanitaria, al menos en Comitán, subimos la guardia en aquello estrictamente obligatorio; es decir, cerramos escuelas, por ejemplo, pero nunca, nunca, dejamos de saludarnos de mano o de beso. Los occidentales tenemos la costumbre de saludarnos con el contacto físico.
"Es que yo soy muy abrazadora, muy apapachadora", me dijo un afecto ayer, cuando la saludé con una ligera inclinación (al estilo, dicen, de los japoneses). Juro que insistió en saludarme de beso.
La gente insiste en seguir las mínimas indicaciones. "Es el costumbre", insiste en decir y ahí anda saludando de mano y de beso a todo mundo.
"Me lavo las manos a cada rato y no me toco la cara", me dijo otro afecto (éste, hombre), ayer a la hora que llegó a la oficina e insistió en darme la mano.
Llega a tanto "el costumbre" que ya soy como un apestado en el pueblo porque mientras los otros insisten en saludarme de beso o de mano yo insisto en saludar "de lejitos". Mis afectos y conocidos y desconocidos se molestan. Cuando soy yo quien entra a un espacio y saludo con una genuflexión me ven como bicho raro; pero cuando soy yo quien debe responder al saludo de la mano que está extendida y hago mi saludo japonés me ven con ganas de matarme. Consideran una falta de respeto lo que hago. No aceptan la explicación que doy: "Lo hago por respeto a ustedes. ¿Quién les garantiza que no estoy enfermo?". No aceptan mi justificación. Estoy seguro que cuando me retiro hablan de mí y dicen que soy un malcriado, un pesado, un mamón.
"Bueno, de algo tenemos que morir, ¿no?". Esto lo escucho constantemente en labios de mis afectos cuando comento que deberíamos seguir las precauciones mínimas.
No hemos bajado la guardia, porque en realidad nunca la subimos, por esto el virus pega a placer.
Por uno o dos días el rumor corre y nos dice que el hospital está lleno de enfermos. Luego "bajamos el chisme" (que éste sí acostumbramos subirlo a cada rato) y ya nadie comenta nada porque aparece un chisme más interesante.
¿Qué le vamos a hacer? Es "el costumbre", y ante esto nada puede hacerse.
(Por lo que a mí respecta, e insisto, por respeto a mi interlocutor, seguiré siendo un "mamón" y no saludaré de beso ni de mano. Lo siento. Yo sí puedo abandonar "el costumbre" para adoptar otro modo de ser).
miércoles, 29 de julio de 2009
INVITACIÓN
CON AROMA DE MATE
Los comitecos somos los mejores lectores de Rosario Castellanos en todo el mundo (o deberíamos serlo). Cada uno de los espacios y rebozos que forman su narrativa nos son muy cercanos. Conocemos y reconocemos cada una de las tejas de sus techos.
Pero, no sólo somos buenos lectores de la Castellanos, también lo somos de Julio Cortázar (o deberíamos serlo).
La literatura de Cortázar tiene una cercanía entrañable con nosotros, porque Julio habla de vos (escribe, pues). No de vos, vos, lector, sino que emplea el voseo, tan entrañable al pueblo argentino y al nuestro.
Es maravilloso pensar que, a pesar de la distancia enorme que separa Buenos Aires de Comitán, un vocablo nos acerca de una manera íntima.
Claro que el tono de Cortázar tiene esencias de mate, de bandoneón, de churrasco, de tango; y nuestro tono tiene un aroma de marimba, de chulul, de tzizim y de “hueso de Tío Jul” o “hueso del Foquito”; y esta diferencia podría pensarse insalvable, pero no es así.
No es así porque muy pocos pueblos del mundo hacen uso del voseo en la actualidad.
Los maestros comitecos deberían enseñar a sus alumnos a leer a Rosario y, dos minutos después, a Cortázar. Sólo para que el oído de los niños comitecos se afine y descubra que el vos, además de ser un pájaro que vuela a diario en nuestros cielos, camina de puntillas en las páginas de los libros.
¿Y si copio el fragmento de un libro de Julio? Abro el libro al azar (lo juro) y encuentro lo que busco. Va pues la copia:
“No habré podido hacerte vivir esto, lo escribo igual para vos que me leés porque es una manera de quebrar el cerco, de pedirte que busques en vos mismo si no tenés también ahí uno de esos gatos”.
¿Ven? El texto es de un cuento de Cortázar. ¡Julio escribe como hablamos acá en Comitán! ¿Algún complejo? En lo absoluto, Julio está considerado por la crítica mundial como uno de los más grandes escritores del siglo XX. Por esto puede resultar muy cercano a nuestro mundo.
La literatura de Julio es una de las más elegantes. Sus textos tienen un ritmo sublime. Parte de esta musicalidad está cimentada en la propia cadencia del habla popular de los argentinos. Caray, ¿quién podría pensar que un escritor que usa el voseo tiene entrada en los salones más elegantes de todo el mundo?
Si eliminamos complejos y escuchamos con atención el habla comiteca descubrimos un ritmo maravilloso.
Creo que uno de los grandes errores que cometemos en Comitán es la exageración. En ocasiones escucho algunos comerciales en la radio que pretenden rescatar nuestro modo de hablar. Por lo regular son fallidos y chocantes. En el interés de hacer notorio nuestra personalidad se cae en la exageración y de ahí se resbala en la caricatura y en lo grotesco. Cuando hablamos con naturalidad, con la misma frescura de la juncia y de los aires de estos cielos, nuestro dialecto es uno de los más hermosos del mundo.
“Vení, voy a contarte de un tiempo ido, de cuando los hombres eran como un sueño de Balún. Vení, detené esta vela, que es como el baúl de la luz. Vos no recordás este tiempo, no lo recordás porque sos menos que una semilla, menos que un asomo de viento”.
¿Ven? Hablar de vos es tan simple como meter los pies adentro del agua limpia; tan nuestro como tomar un vaso de jocoatol en el mercado; tan digno como decir Rosario, Cortázar, Buenos Aires, Comitán.
martes, 28 de julio de 2009
LA COSA ES QUE "HAIGA"
"Tú habla como quieras, el chiste es que te des a entender", decía doña Filomena a Pánfila, siempre que ésta decía "haiga".
En la actualidad los conceptos de "correcto" o "incorrecto" han desaparecido en el uso del lenguaje. Los teóricos establecen que un vocable es "prestigioso" o "no prestigioso", dependiendo de la cercanía con la norma.
En Comitán, durante mucho tiempo, mucha gente dijo "Pecsi" en lugar de "Pepsi". Actualmente, en la Argentina, hay una campaña publicitaria intensa donde el nombre original de la marca del famoso refresco se cambia a "Pecsi" porque existe un porcentaje alto de población que así le dice al refresco.
¿Cuál es el fenómeno lingüístico que se produce? Parece que esa "p" anglosajona intermedia, a los latinoamericanos nos suena a "c" y tranquilamente la modificamos.
¿Por qué, a pesar de la distancia geográfica, los comitecos seguimos teniendo muchas ligas fonéticas con los argentinos?
Los comitecos debemos reconocer una cosa: los argentinos no tienen complejos.
En los años setentas, los "pesaditos" nos burlábamos de los compas que decían "Pecsi", así como lo hacíamos con todas las Pánfilas que decían "Haiga". Los argentinos, al contrario, le dan la gran torcedura al lenguaje y convierten en "prestigioso" algo que no lo era.
El voseo en Argentina goza de gran prestigio. En Comitán, qué pena, seguimos menospreciando ese giro lingüístico. Somos acomplejaditos, por decir lo menos.
lunes, 27 de julio de 2009
EN DONDE LAS ARAÑAS TEJEN SUS REDES
“Renovarse o morir”. ¿Fallecerán los libros? Hoy, la gente exige renovación en todos los campos. Mis alumnos me exigen renovación, me demandan “dinámicas”, me piden lleve “láminas” al aula. En broma les pregunto si las quieren de zinc o de asbesto. Ya no les alcanza el libro, no les basta la lectura. Ahora todo lo quieren con efectos especiales, un poco como si el maestro fuera otro payaso de Televisa dispuesto a ponerse de cabeza sobre el escritorio a fin de que los estudiantes aprendan “de manera entretenida” la ley de la gravedad.
Ya el monstruo globalizador les hará su gusto a los jóvenes que creen que la lectura es aburrida. El e-book está a la vuelta de la esquina. En apariencia es un invento maravilloso: contendrá miles de libros digitalizados. Pero esto es sólo el anzuelo. Los lectores que actualmente se aburren ante “tanta letra” se aburrirán lo mismo con el e-book. En ese instante los fabricantes “renovarán” el e-book convirtiéndolo en un chunche con mil efectos especiales. El e-book terminará siendo una simple sucursal del Internet revuelta con la televisión. El lector que lea “Rayuela” podrá ver a Julio Cortázar bailando al lado de Octavio Paz; olerá el olor a mate; verá cien dibujos del rostro imaginado de La Maga, por cien artistas jóvenes; y -en línea- podrá conversar en glíglico con miles de muchachas bonitas inscritas en las páginas porno.
Al principio de este escrito iba a proponer la renovación de los libros a fin de evitar su muerte. Los libros de hoy se diferencian en muy poco de los que editó Gutenberg. Iba a proponer un libro “atractivo” para lectores aburridos, pero estaba cayendo en el juego de los jóvenes que demandan a los adultos más concesiones basadas en la ley del menor esfuerzo. Ahora todo mundo es como el cartero Jaimito -del programa televisivo Chavo del ocho-, quien, sentado en el restaurante de doña Florinda, repartía las cartas desde ahí “para evitar la fatiga”. Estaba dispuesto a proponer libros con cómics adentro; con imágenes tridimensionales; con páginas rascahuele; con dispositivos mecánicos que dieran vuelta a las hojas, de manera automática; con palabras móviles; con pasatiempos; con figuras de origami; con cajitas felices de McDonalds; con videos integrados; con arena de mar; con botellas de vino y de champaña; con hamacas amarradas a palmeras; con aire de la zona de los Lagos de Montebello; con música disco de los setentas; con sorteo de muchachas bonitas; con tiritititos de fútbol; con prendas íntimas usadas de Thalía y de Brad Pitt; con música de Michael Jackson; con taquitos de camarón con huevo, del parque Morelos; con un vaso de comiteco; o con una autopista para viajar a ciento veinte kilómetros por hora debajo de la lluvia. Pero ya no lo propongo porque este mundo no puede hacer más concesiones.
El libro debe seguir siendo el mismo objeto prodigioso que ha sido siempre. No debe contener más estímulo que la palabra. Ahora que lo pienso, tal vez ésta sea su mayor virtud, la cualidad que lo haga pervivir por muchos siglos más. Ya está cercano el día en que los jóvenes se aburran también con tanta innovación. No les quedará más que voltear a ver las cosas simples y ahí se toparán con el libro, con la magia de la imaginación. De todos modos, si esto no fuera así, el libro no morirá nunca porque siempre habrá miles de despistados que prefieren viajar por “la libre”. Las carreteras viejas, las que no se han renovado, nos brindan el encanto de recorrerlas a una velocidad de sesenta que permite apreciar el bosque, las montañas y los hilos de humo que salen de las casas de los pueblitos que se desparraman a uno y otro lados de la carretera. ¿Han visto cuántos accidentes ocurren en la “autopista” de San Cristóbal a Tuxtla? Antes, viajábamos por la carretera vieja con precaución. El curverío impedía velocidades de más de ciento veinte kilómetros. Hoy los bólidos están a la orden del día en la nueva carretera. ¿Renovarse o morir? A veces, la renovación empuja la muerte. Que Dios nos libre.
domingo, 26 de julio de 2009
LA VIDA EN UN DOS POR TRES
Las mesas del Café de la Casa de la Cultura están en los corredores exteriores. Desde ahí se mira el parque central de Comitán y su infatigable alharaca: Los muchachos que se trepan alrededor de la fuente; los que se sientan en la escalinata principal; los que, en las bancas, chatean en sus computadoras; los que -gracias a Dios- buscan las bancas más escondidas para bordar hilos instantáneos.
"¿Volverían a ser jóvenes?" preguntó Marcos a quienes estábamos en la mesa tomando café. Todos dijimos que no. Por fortuna, los de mi generación, no añoramos el pasado. Vivimos con emoción el día de hoy y, tal vez, con cierta ilusión el día que no sabemos si llegará mañana.
Los jóvenes de hoy, como una vez me confió Óscar Bonifaz, gozan de muchas libertades que carecieron los jóvenes del siglo pasado; pero, en contraparte, viven de prisa. Los jóvenes de hoy ya no esperan nada porque el futuro los alcanzó muy pronto.
Mi generación perteneció a la generación hippie. Los años sesentas se definieron como una época rebelde. Los jóvenes de entonces buscaban mejores perspectivas. Ante la neblina de la guerra propusieron "El amor y la paz" como los caminos certeros. Si la paz estaba en la ausencia de la guerra entonces había que sembrar el amor libre. La psicodelia fue un camino.
La juventud nunca ha sido una etapa de certezas, al contrario. Los jóvenes de los sesentas también tuvieron confusión, pero deseaban un mundo mejor. El Ché era el icono más seguido y la mariguana la musa más socorrida.
En todos lados hallábamos jóvenes que levantaban los dedos con la señal de la victoria convertida en "Amor y paz". Estos dos conceptos parecían ser la respuesta ante el mundo confuso que tenían ante sus ojos.
Nos quedaba el hilo del misterio. Muchas cosas nos reservaba el destino. Algunos conocimientos nos serían dados conforme creciéramos y maduráramos. Hoy, los jóvenes, a su edad, ya han visto todo. El futuro ya no les reserva ningún misterio. Es como si de pronto se hubieran vuelto viejos y no tuvieran ilusión de nada.
"¿Volverían a ser jóvenes?". Por supuesto que ¡no! Lo único que deseáramos sería que los jóvenes volvieran a ser jóvenes y lucharan por una mejor vida, por un mejor mundo, pero ellos ya aceptaron dócilmente el mundo que les diseñaron los viejos capitalistas y no se puede hacer ya nada más.
sábado, 25 de julio de 2009
PALMERAS QUE SE CREEN TIUCAS
El dicho dice que si camina como pato y grazna como pato ¡es pato! Pero El Misha, de vez en vez, no se comporta como gato a pesar de ser gato. Camina como gato, husmea como gato y maúlla como gato, pero a veces se olvida. Debe ser un caso insólito de animal con personalidades múltiples.
Era muy amigo de El guazú (la cotorrita australiana fallecida hace poco) y es un gran cuate de La Tasha (perrita salchicha).
El Misha, todas las mañanas, sale al patio dispuesto a cazar pajaritos. Se coloca debajo de una palmera y espera pacientemente la llegada de las chinitas. No obstante, el otro día lo descubrí jugando con una mariposa. Pareciera olvidarse de su condición felina. Tal vez, en otra vida, fue otro animal u otra especie de la naturaleza. ¿Puede un gato haber sido una orquídea en una vida pasada?
Ahora ya le dio por creerse planta. Todos los días se enrosca a dormir sobre una maceta, al lado de una planta de café (el café ya casi está tostado, listo para servirse, pues el cuerpo del gato lo ha molido a placer. Una taza de este café no debe ser muy recomendable, pues está llena de pelos).
¿Y ahora qué podemos esperar de este gato? Por el momento, lo reviso todas las mañanas. ¿Qué tal que es un árbol de chulul o una palmera borracha de sol?
Paty dice que alucino, pero por si las moscas, he colocado una barrera entre el patio y la sala. No vaya a ser que un día de estos encuentre una planta de menta maullando y durmiendo sobre el sillón.
Damiana dice que las plantas también sueñan con ser otra cosa. Damiana cuenta que tenía una orquídea que amanecía tirada sobre el suelo todas las madrugadas. Todos los días la subía a la rama del árbol y la fijaba bien. No servía de nada su esfuerzo pues a la madrugada siguiente volvía a hallarla sobre el suelo. Entendió que no era una orquídea trepadora sino una orquídea reptante. La dejó sobre el suelo y la orquídea floreció como nunca lo había hecho. La orquídea desapareció un día. Damiana supo que la orquídea había hecho realidad su sueño cuando, dos días después, su hijo Albertito encontró una culebra sobre su cama. El marido de Damiana cogió una vara para matar al animal, pero ella lo impidió. "¿'Onde iba yo a dejar que mataran mi orquídea?", me dijo.
¿Qué se creerá El Misha? ¿Una planta de maíz? ¿Una gota de agua sembrada a mitad del cielo?
viernes, 24 de julio de 2009
CARTA A MARIANITA, DONDE SE CUENTA CÓMO LAS ALCACHOFAS SE CONSERVAN EN AGUA DE MARAVILLA
No conozco la alcachofa. Sé que es algo comestible, pero también puede ser un gato que saca las uñas o un camastro redondo. La palabra alcachofa me gusta y la empleo con frecuencia. Si algo no me gusta digo: “Ah, qué alcachofa tan podrida” (y pongo cara de vómito, porque la imagino verde, con hedor de perro muerto); pero también la uso cuando algo me gusta mucho: “Ah, qué alcachofa tan iluminada”. Ayer caí en la cuenta que vivo en un mundo alcachofa.
¿Vos, Marianita, no tenés una palabra que te sirva para todo? Los adultos de mi juventud decían que algo estaba muy chingón cuando era maravilloso, y decían que les habían pegado una chinga cuando les iba mal. El verbo chingar servía para designar casi todo.
Hoy, ustedes, los jóvenes, se han vuelto más optimistas. No sé de dónde sacaron la palabra Chido, que emplean para calificar, prácticamente, todo lo simpático de la vida. Pero, ¿qué palabra usan cuando algo no es chido? ¿Conocen la palabra alca-chafa?
El otro día fui al mercado. Compré un ramo de albahaca en el puesto de una mujer que amamantaba a su hijo envuelto en un rebozo. La mujer, de sonrisa como de viento, me dio tres ramos por cinco pesos. Cuando los envolvió en un papel periódico me preguntó si usaría la albahaca para hacer una limpia, en tal caso debía comprar chile crespo. Pagué y me despedí. Mientras recorrí el corredor lleno de puestos con carne, chorizo, queso, manzanas, chile en vinagre, pimienta, tostadas y demás hierbas de olor fui pensando en la palabra alcachofa e imaginé que alguien buscaba en el mercado una alcachofa crespa.
¿Por qué chile crespo para las limpias? Al llegar a la puerta no resistí la tentación y regresé sobre mis pasos y pregunté en el puesto de doña Chonita si tenía chile crespo. Me dijo que sí y me preguntó si tenía yo una criaturita con ojo. Le dije que no, le pedí que me enseñara el chile crespo (di gracias a Dios que no fue su marido quien me atendió porque esto se prestaba a albur). Doña Chonita metió la mano debajo del mostrador y sacó un puño de chiles. Tal vez les llaman crespos porque están todos retorcidos. ¿A vos nunca te han “echado ojo”, Marianita? Tal vez sí, porque sos muy bonita.
Para que de hoy en adelante no te echen ojo ponete el collar de ámbar que te regaló la tía Eugenia, o inventá un conjuro. Para esto tenés que echar mano de las palabras más retorcidas (que no son las llamadas malas palabras). Una palabra retorcida es la que usa la tierra cada vez que sale el sol o la que usa la lluvia cuando hay tormenta.
Las palabras retorcidas son las más fuertes, las más efectivas. La gente no lo sabe, pero la palabra amor es una de las más retorcidas del mundo. ¿Mirás cuántas tragedias provoca? Así pues, para que no cualquier barbaján te eche ojo y quiera repasar tu cuerpecito con un huevo y se le encrespe el chile, creá un conjuro que contenga palabras fuertes.
Si de algo te sirve podés usar la palabra alcachofa. Suena raro y bonito.
Si el mismo barbaján te pide un beso vos podés decirle: “Te doy el beso si vos me das un Decamerón azul”. ¿Mirás cómo esto crea confusión? Mientras más retorcida la palabra les dejás más retorcida la mente.
Doña Chonita dice que para una buena limpia se debe usar nueve granos de pimienta de la tierra. No sé porqué pero pienso que también es necesaria una palabra como Dios o como alcachofa.
P.d. Si alguna vez vas a París, cená en el restaurante de la Torre Eiffel y pedí algo que contenga alcachofas e invoca la palabra luz, ¿sale?
jueves, 23 de julio de 2009
¿EN DÓNDE QUEDÓ LA BOLITA?
Es un timo. El hombre de la mesa tiene paleros para hacer creer a la concurrencia la posibilidad del descubrimiento. "¿En dónde quedó la bolita?" Existen incautos.
Una vez en Puebla, en el Paseo Bravo, presencié cómo timaron a un extranjero. "¿Dónde quedó la bolita?", decía constantemente el merolico. El palero señalaba y le atinaba. El extranjero señaló con el dedo y le atinó. El merolico repitió el juego, el extranjero ya había caído en sus redes. Dejó que ganara una vez y en la siguiente tentó al extranjero, colocó un fajo de billetes y apostó ese dinero contra la cadena de oro que llevaba el incauto en el cuello. Debajo de la corcholata se miraba la bolita. Todo mundo aseguraba que la bolita estaba ahí. El palero insistía en no dejar pasar la ocasión sublime. El extranjero colocó la mano sobre la corcholata a fin de evitar que el merolico hiciera algún movimiento extraño. El extranjero aceptó la apuesta. Uno de los paleros ayudó a quitarle la cadena. El extranjero presionaba fuerte, la bolita se miraba. Cuando el merolico tuvo la cadena entre sus manos levantó la corcholata. "Por arte de magia" la bolita desapareció. El rostro del extranjero cambió de color. Quiso protestar, buscó la ayuda de un policía, pero éste lo entretuvo mientras los hombres del juego desaparecían.
Todo mundo sabe que es un timo y sin embargo muchos incautos caen.
Este juego es la réplica exacta de la vida. La vida es la piedra diaria. No obstante la imaginamos diferente. Creemos -de veras ¡creemos!- que hay algo debajo de la corcholata. ¡Qué incautos!
miércoles, 22 de julio de 2009
PINOCHO
A Pinocho ¿por qué le crece la nariz?
Pinocho y Chucky son excepciones. Los muñecos son objetos inanimados. Yo los he visto sobre la cama de Marianita, en los aparadores, colgados en las tiendas de artesanías o en el cuarto de juguetes de mi sobrina Karen.
No obstante, los muñecos poseen alguna magia porque existe gente que los colecciona. La tía Elena, por ejemplo, tiene una vitrina en la sala de su casa, llena de muñecos de porcelana. Estos muñecos no pueden tocarse. En cambio, los que tiene Marianita son “apapachables”. Tal vez por esto la tía Elena es hosca y Marianita es una niña afectuosa.
Pinocho, Chucky y Yalí son excepciones. Yalí es el muñeco favorito de Marianita. Es de tela; su cara es redonda como si fuera una coliflor; sus ojos y boca están hechos con costuras sobresalidas; y no tiene nariz, por lo tanto no puede reconocerse si miente o no.
Marianita dice que Yalí no tiene vida pero le gusta mucho la vida. Por esto, mi afecto, todas las mañanas, abre la ventana de su cuarto y coloca el muñeco en el marco de madera. El papá de Marianita debió mandar a cortar la rama del árbol que está en la banqueta “porque no dejaba que el muñeco viera la calle”. Así pues, todos los días, desde su atalaya de segundo piso, Yalí mira fijamente la calle y lo que pasa en ésta.
Quienes caminan por la calle no saben que el oficio de Yalí es mirarlos. Cuando alguien mira la ventana y descubre a Yalí cree que él ve el muñeco y no al contrario.
Yalí ve a las mujeres que van a misa o al mercado; a las parejas que se esconden detrás del árbol; a los niños que corren detrás del perro, a los que trepan sobre las bardas, a los que patinan y hacen piruetas sobre sus patinetas; a los viejos que se recargan en las paredes. Pero Yalí, sobre todo, percibe los aromas: el de la hierba en madrugada; el de huevo con chorizo que sale de la cocina; el de las cloacas; el del viento que viene del rumbo del basurero; el de la entrepierna de la muchacha que está menstruando; el de la perra en brama.
Por las noches, o antes si es que amenaza lluvia, Marianita levanta el muñeco y lo coloca en su cama.
Mi afecto, antes de dormir, le reza a su Dios. Me cuenta que pide por todos sus afectos vivos y muertos. Remata la oración diciendo: “… y te pido que bendigas la mirada de Yalí”.
Marianita se sienta sobre la cama, se quita los zapatos, las calcetas y el pantalón; luego el suéter, la blusa y el sujetador; se pone de pie y se mira frente al espejo (uno o dos minutos). Se descubre bella. En el espejo ve, al fondo, al muñeco tirado sobre la cama. Mi afecto jura que, aunque lo coloque viendo hacia el otro lado, ella tiene la sensación de que el muñeco la observa y pone los ojos como de perrito fiel.
Cuando termina de verse al espejo, mi amiga se pone una holgada playera blanca y se acuesta. Jala a Yalí, apaga la luz y abraza a su muñeco.
Marianita me jura que apenas cierra los ojos comienza a ver todo lo que sucedió en la calle durante el día. El muñeco le convida todas las imágenes. “Es como si yo estuviera en el cine”, me dice. Y como a ella, igual que cualquier muchacha bonita de este pueblo, no le crece la nariz cada vez que dice una mentira, yo no sé qué pensar. Ella me cuenta todo con tal nitidez que siempre le creo, le creo tanto que me confundo y pienso que ella es la muñeca de mi ventana que me trasmite todo por ósmosis.
martes, 21 de julio de 2009
LA SEMILLA DE LOS HOMBRES SENCILLOS
¿Cuánto es la esperanza media de vida? Los hombres que viven un siglo son pocos. ¿Qué los hace longevos? Micaela, mi afecto que vive en Guadalajara, me envía un correo con la noticia de la ausencia física de su papá, quien falleció el pasado 13 de junio. Tenía 99 años de edad.
El correo es afectuoso porque rezuma la luz del papá de Micaela. Ella dice que su papá fue “un hombre de campo, de clara sencillez y grande personalidad”.
Las ausencias físicas no son otra cosa que la conversión de la materia en espíritu.
¿Qué hace longevos a los hombres de siglo? Debe ser una serie de factores que, en indescifrable genoma, logra una inusual balanza armónica.
Tu papá, Micaela, logró ese equilibrio mágico a través de lo sencillo, que es donde está la magnificencia de Dios. Tu papá, según contás, vivió de acuerdo a lo expresado por San Francisco: “Deseo poco y lo poco que deseo lo deseo poco”. Tal vez ahí está la clave de su longevidad, la enseñanza eterna de la vida.
¿Vivió en un pueblo pequeño de la ribera de Chapala? Debe ser bello tener 99 años de edad y meter los pies en el agua de ese lago y confundirse en él, confundirse en el río eterno. Todos quienes, de hoy en adelante, se bañen en las aguas de ese lago se llenarán de la luz de ese hombre sencillo y hermoso que sigue siendo tu papá. Un abrazo, querida Micaela.
Los hombres sencillos no tienen esperanza media de vida, ellos son la esperanza de vida de la vida. Son luz eterna.
EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA
La palabra es una espiga de luz. No tiene sosiego. Como gato jodón anda de un lado para otro. Pájaro infatigable se posa en unos labios, ahora en otros, más tarde en un oído y luego en otro. Revolotea frente a mis ojos y siempre ignora la magnificencia de mi silencio.
La palabra se enreda en todos lados, como si fuese la pita de un trompo, está en el mercado, en la plaza, en el templo y en la cueva del murciélago.
Como si fuese un negocio de esos que abren veinticuatro horas, la palabra es infatigable catarina de día e insomne luciérnaga de noche.
La palabra, tea que alimenta el espíritu de los desamparados, de los que creen que todo es un río de mariposas negras. La palabra es la flor que el amado obsequia a su amada. A diferencia de aquélla nunca se marchita, jamás sed padece, porque la palabra es el surtidor donde el agua pura nace.
lunes, 20 de julio de 2009
MARIANO DEL GRIJALVA, MARIANO DEL UNIVERSO
Con un abrazo para la familia Penagos Macal.
Pepe Espinosa me envió un correo. Contrario al carácter del remitente, el mensaje era lacónico. En medio de seis o siete palabras se deslizaba la nota del fallecimiento de don Mariano Penagos Tovar. De inmediato busqué en el Internet la confirmación de la infausta noticia. ¡Nada! ¿Cómo era posible que la prensa no consignara la muerte de un Premio Chiapas? Él recibió en 1989 la presea con que el estado de Chiapas reconoce a sus hijos más ilustres.
Mariano, su hijo mayor, me confirmó el fallecimiento del escritor, poeta y periodista. Don Mariano tenía ochenta y nueve años al momento de fallecer en la ciudad de Comitán. Era vegetariano y su luz cesó como si algo o alguien hubiesen bajado el interruptor sin aviso previo. Una noche antes se acostó y a la mañana siguiente era agua de otro río.
La casa de Comitán es una casa amplia, un árbol generoso da sombra a la entrada de la casa. El día que doña María Luisa Macal me recibió un hombre podaba el jardín. La también poeta me invitó a entrar a su casa y en ese instante la luz del patio se escondió. Algo como una luz de quinqué apareció en la estancia.
Tuve el privilegio de ser editor del último libro de poesía de Mariano Penagos Tovar: “Desmantelar a Dios”. En este libro el autor confirmó su perenne búsqueda de asir lo mínimo con lo eterno. Había en él una tendencia a buscar una respuesta en lo infinito, casi casi como si fuera un hombre parado a mitad del patio reflexionando acerca del milagro de la poda. Es posible cortar el viento, pero ¿se puede podar?
En 1967, el SNTE le editó el libro “Entre el guijarro y el astro”. El título ya alude a la búsqueda del poeta por hallar el vaso comunicante entre un puñito de tierra y un puñito de universo.
Cuando le pregunté a Mariano hijo la causa del aparente vacío informativo en torno al fallecimiento de su papá, él me confió que don Mariano, hará cosa de cuatro o cinco años, tuvo una caída que lo obligó a recluirse en su casa de Tuxtla. A partir de entonces ya casi no salió al calor de esas calles. Algunos de sus íntimos llegaban a platicar con él y a tomar la copita, pero tiempo después, don Mariano regresó a Comitán y cesó el contacto con sus afectos tuxtlecos. ¿Se enteró Javier Espinosa Mandujano o Enoch Cancino Casahonda del fallecimiento de Mariano Penagos?
La muerte llegó como una lluvia de estrellas no advertida. El poeta usaba un bastón para caminar, pero, en ocasiones, lo dejaba arrumbado en algún rincón de la casa. No tenía ninguna enfermedad, más que cierta dolencia por la caída. Pero una noche se acostó y el río eterno retomó su cauce.
Él ya se fue y ahora somos nosotros los que nos hacemos la pregunta: ¿qué pasa con los guijarros cuando se unen con los astros? El universo es un río de agua eterna. ¿Qué pasa con la gota que camina junto al caudal de un río rengo?
La casa de Comitán es una casa generosa. Esa casa recibió a don Mariano los últimos meses de su vida. Ahí, como si fuera un jardinero avezado, cosechó las espigas de luz que siembran doña María Luisa y sus tres talentosos hijos.
domingo, 19 de julio de 2009
EL HOMBRE INVISIBLE (Última parte)
A mitad de la misa, con iglesia llena, a la hora en que todo mundo “se da la paz” sentí el escozor y me volví invisible, por tercera ocasión. La señora que estaba a mi lado tuvo cierto titubeo, pero luego vio hacia el techo y tal vez pensó que era una prueba de la existencia del Espíritu Santo porque cerró los ojos y siguió rezando el “Yo pecador”.
Sólo por travesura alargué la mano y tomé dos o tres monedas de la cesta de limosnas. Los fieles que estaban cerca vieron cómo las monedas flotaron dos o tres segundos en el pasillo central y luego cayeron al suelo. No se oyó nada, porque justo en ese instante el monaguillo tocó la campana para que todos se postraran mientras el padre elevaba la hostia.
Fue en el momento en que la campana sonó por tercera ocasión cuando, al prodigio de la invisibilidad y al don de la elasticidad, se unió la súper visión. Como si fuese Superman y estuviese a mitad de una sala nudista pude ver a todos los fieles en cueros. Estuve tentado a cerrar los ojos pues me pareció incorrecto ver esa muestra de traseros como si fuese un mercado de melones o sandías. Pero luego pensé que estaba en una sucursal de El Paraíso y si esto me había sucedido ahí precisamente es porque un poder supremo así lo había decidido. Frente a mí tenía culos de todos los tamaños, sabores y olores (también contraje alguna cualidad olfativa porque cada par de nalgas que enfocaba llegaba a mí con su correspondiente olor, algunos delicados y otros francamente repugnantes, primos hermanos de los hedores de la boca desdentada de tío Emilio).
Chequé mi reloj y vi que me quedaba un minuto para volver a mi estado original. No corrí como en las veces anteriores. Había decidido “reaparecer” en medio de la multitud y esta era la oportunidad. Me dediqué a gozar de los culitos femeninos que estaban frente a mí. El de una muchacha bonita de dieciocho años que era un durazno terso; el de doña María que era como el corazón de un árbol de más de cien años; y el de una mujer de cierta edad que era como una ciruela pasa sin color.
Cuando el sacerdote dijo que podíamos ir en paz porque la misa había terminado mi tiempo estaba agotado. Sentí el zarpazo y mi cuerpo regresó a mí.
Desde entonces, hace más de diez años, he esperado con ansia volver a poseer la gracia de la invisibilidad pero nunca ha vuelto.
La vez de la tercera ocasión salí del templo y en el atrio me topé con doña María, quien me presentó al culito de durazno como su sobrina Mary, estudiante de la Universidad de Texas. Al despedirnos, doña María me dijo: “¿Qué te hiciste? Parece que estuvieras rejuveneciendo”. Yo bromeé, pero cuando llegué a casa, entré al baño y me vi ante el espejo. Mi rostro era el de un niño de doce años. Esto tiene más de diez años. Anoche mi mamá se molestó pero, con mi llanto, la forcé a que me diera una mamila con leche nido, tibia.
sábado, 18 de julio de 2009
CORAZÓN DE PAPEL DE CHINA
Uno de estos días fue el cumpleaños de Paco. Tal vez a la hora que escribo esto su familia y sus amigos lo festejan.
Sólo una duda, como delincuente, me asalta: "¿Colocaron una reja de papel de china en la puerta de tu cuarto, Paco?". Y lo pregunto porque vos aún no te das cuenta que creaste una de las revistas artesanales más hermosas de estos territorios.
Tu revista se llama "Papel de China" y, a pesar de que desapareció hace muchos años, aún me topo con gente que la recuerda como si la tuviera entre las manos.
Tal vez vos, más que nadie en este pueblo, merece una reja de papel de china, no sólo para que la crucés el día de tu cumpleaños, sino para que, a diario, hagás el conjuro de la libertad.
No sé bien a bien qué simboliza esa hermosa tradición comiteca. No sé por qué el día del cumpleaños colocan una reja de papel de china en la puerta de la recámara, para que el festejado, en cuanto despierte, la cruce y salga a la luz. Así como no sé por qué vos colocaste el papel de china adentro de una revista como si ésta fuera el lugar preferido de los colores translúcidos.
Tal vez todo sea como el camino del infinito que nos permite caminarlo sin saber bien a bien qué nos dice en cada paso.
Un abrazo, querido Paco.
EL HOMBRE INVISIBLE (II)
Estaba en el parque central de Comitán cuando me llegó la invisibilidad, por segunda ocasión. Me lustraban los zapatos cuando sentí el temblor en todo el cuerpo. El bolero se quedó con el cepillo en el aire. Volteó para todos lados. Nada. En el parque nadie más se dio cuenta, todo era normal: niños corriendo, ancianos dormitando, muchachas bonitas besando a sus galanes, y hombres con traje caminando apresuradamente. El cielo era una inmensa sábana azul.
Como el bolero ya había terminado pensé que me había ahorrado el pago (junto con mi cuerpo desaparecen mi vestimenta y todos los demás objetos). El bolero guardó las tintas, cepillos y trapos. Cerró la caja y se persignó.
Levanté la vista y vi la hora en el reloj del Palacio Municipal. Diez para las once. Calculé que tenía cinco minutos antes de buscar un lugar desierto. Me senté al lado de una muchacha bonita que estaba escribiendo en su computadora. Chateaba con alguien. El diálogo era picante, casi casi erótico. En el momento en que ella dejó de escribir, estiré mi mano y escribí 69 y pulsé Enter. Ella volteó a ver hacia la derecha y la izquierda. Retiró sus manos del teclado y lo quedó viendo como si algo diabólico lo poseyera. Bajó la pantalla y la cerró, sin apagar el aparato. Quise completar mi travesura y extendí mi mano para acariciar la suya, pero algo pasó y mi mano se fue de largo. Dos segundos después comprendí que no sólo era invisible sino también elástico. ¡Pucha, qué mezcla de superhéroe! Hice otra prueba. Estiré mi brazo y se alargó tanto que llegó hasta donde está la fuente, cogí un poco de agua y comencé a regarla. Dos ancianos sintieron las gotas y abrieron sus paraguas. Yo reí. Vi el reloj: Cinco para las once. Caminé rápido, entré a la Casa de la Cultura y fui a los sanitarios. La puerta estaba cerrada, pero, por suerte, no había nadie en el patio. Sentí de nuevo la energía, y el cuerpo volvió a mí, junto con la ropa interior, el pantalón de mezclilla, la camisa azul, la sudadera, la camisola gris y todos los demás objetos: los caramelos de Zapaluta, el celular, el bonche de llaves, la cartera y lo demás (pensé que sería desastroso que un día la ropa “se equivocara” al "regresar" y yo apareciera con el pantalón a mitad de la cabeza y con la playera como calzón. Pero no, hasta el momento, todo funciona con exactitud prodigiosa). Pensé entonces que la próxima vez llevaría mi travesura al extremo: “Me aparecería” en algún lugar público. Total, todo es como un juego.
viernes, 17 de julio de 2009
HABÍA UNA VEZ
Había una vez una vez que se llamaba Había. A Había le gustaba ser la primera y no la última Había. Por esto siempre anduvo enredada en el mundo de las muchachas bonitas que cumplían su primera Había en la parte trasera de los autos o en algún desnutrido motel.
Cuando las niñas se reunían en la plaza y, en voz baja, contaban sus secretos siempre aparecía alguna que contaba, con pelos y señales, cómo había sido su primera Había. Por esto inventaron un código secreto incomprensible para los adultos. Antes de ir al antro le preguntaban a la niña virgen: “¿Vas a tener tu primera Había?” y ella contestaba: “Tal Había”.
Había era muy traviesa, era tan traviesa que estudió magia negra para hacer un conjuro a fin de desaparecer de una buena Había la palabra vez.
Así, un día, de la noche a la mañana, todos los diccionarios del mundo se quedaron sin la palabra. Los miembros de la Academia de la Lengua no se percataron, ya que estaban absortos en hallar nuevas palabras. Pero al mundo no le quedó más que emplear Había en lugar de Había (recordemos que ya no existía la palabra sustituida). Tal Había todo hubiera sido intrascendente y el mundo hubiera caminado como hasta hoy sino hubiera creado una gran confusión entre los niños a la hora que sus mamás les leían cuentos para dormir. Los niños abrían los ojos y se ponían a llorar y a patalear cuando las mamás comenzaban los cuentos diciendo: “Había una Había”.
Cuando el mundo tuvo millones de niños confundidos e insomnes, la AME (Asociación Mundial de Escritores) decretó modificar el inicio de todos los cuentos infantiles. Las editoriales reeditaron todos los libros con el principio propuesto: “En un tiempo feliz…”. Lo mismo hicieron los escritores jóvenes al redactar sus textos nuevos. El impacto fue tan brillante que Había perdió mucha popularidad, tanta que las niñas vírgenes también adoptaron la nueva introducción (sic) y comenzaron a decir: “Ya estoy preparada para mi tiempo feliz”.
Había subió a lo más alto de una torre y se aventó. Cuando los paramédicos llegaron al lugar Había ya vez muerto (esto se debió a que cuando desapareció, Vez reapareció).
El mundo volvió a conmocionarse y los diccionarios a tener un nuevo hueco. En un fenómeno de clonación espontánea, la palabra vez regresó pero como sustitución de la palabra Había (que sólo se menciona acá como una licencia narrativa, a fin de evitar confusión en los lectores de El Heraldo de Chiapas).
El mundo de los niños volvió a retomar su cara de tranquilidad, pero el mundo de los adultos se colapsó. La palabra vez era una de las más empleadas en el lenguaje cotidiano. Así decidieron no volver a emplear el imperfecto y lo suplieron por hubo. En lugar de decir “Vez una vez” emplearon “Hubo una vez” y así todo se arregló, porque el vez sólo lo emplearon para el vez y aunque éste tuvo cierta confusión entre Vez y vez poco a poco recobró su vocación original.
jueves, 16 de julio de 2009
EL HOMBRE INVISIBLE (I)
Me da por ratos. No sé si a alguien más le suceda. No creo que sea una enfermedad, pero sí creo que es algo como alergia.
La primera vez fue en un restaurante. Me senté ante la mesa con mantel blanco y florero con clavel rojo. Revisé el local: sombrío, con diez o doce mesas, de las cuales sólo dos estaban ocupadas. En el fondo estaba una pareja de viejos sopeando un pan en algo líquido y, al lado de la puerta, una mujer muy bella fumaba. El mesero, muy solícito y con uniforme verde, me saludó, me dio la carta y se retiró. Tomé la carta y, justo en el momento que iba a comenzar a leerla, sentí el escozor en todo mi cuerpo: "¡la alergia a los precios altos, que siempre me da!", pensé, pero no, los precios eran muy razonables.
Creo que el problema no es tanto la invisibilidad sino la afonía. Cada vez que me hago invisible pierdo el habla.
El día, más bien la tarde, en que me sucedió por primera vez, el mesero llegó para pedirme la orden pero ¡no me vio! Revisó todo el salón y cuando se dio cuenta que la mesa estaba vacía levantó la carta. Por más que intenté decirle algo la voz no me salió. Así que no me quedó más que hacer lo contrario de mi voz: salir del restaurante. Cuando pasé al lado de la mujer recordé lo que había visto en una película, me acerqué a su cabello y soplé. La mujer se enchinó todita, llevó sus brazos a su pecho como si quisiera evitar una corriente de viento helado, volteó y, por supuesto, halló la nada.
Esa tarde supe que esa especie de alergia me convertía en La Nada. Por lo tanto, eso de que la nada era el vacío ya no cupo más en mi pensamiento.
Sólo el perro del callejón donde vivo se dio cuenta de "mi regreso". Yo caminaba con rumbo a la casa cuando sentí que mi cuerpo "regresaba". El perro, que se quitaba las pulgas frente a la puerta de mi casa, comenzó a ladrar. Imagino el impacto que recibió cuando me aparecí ante él de manera súbita (yo creía que los perros podían ver a los fantasmas, pero ese día comprobé que "El Nike" no poseía esa facultad). El perro huyó y terminó al lado de los basureros, temblando, con las manitas sobre su pecho.
Contabilicé el tiempo que duré invisible: diez minutos ¡exactos! Debía tener más cuidado para la próxima vez. Pensé que en cuanto apareciera "el mal" aprovecharía algunos minutos para hacer alguna travesura y "desaparecería" para que el regreso a la normalidad fuera en un espacio desierto y no provocara yo en algún humano ese terror del perro.
miércoles, 15 de julio de 2009
CARTA A MARIANITA DONDE SE CUENTA CÓMO LAS AZUCENAS NO TIENEN NADA QUE VER CON LOS AZUDESAYUNOS
¿Fue Cortázar quien dijo, a propósito de una obra de Yourcenar, que los genios son quienes dicen mucho en unas cuantas líneas?
Ahora el concepto de genialidad está confundido. El otro día un “artista” colocó una Instalación en una sala del Museo de Arte Contemporáneo. Puso tres escaleras, de diferentes tamaños, a mitad de la sala, detenidas con unos alambres delgados. El título de la obra fue: “¿Hacia dónde?” Uno de los jóvenes espectadores, con bufanda enredada en el cuello y saco de pana gris, se agachó para ver la parte superior de las escaleras y le comentó a su pareja: “¡Genial! ¿No?”. Yo me puse a ver el suelo para ver si por ahí hallaba tirada la genialidad, porque eso me pareció una gran tomadura de pelo.
Esto fue todo. ¿Es una genialidad colocar tres escaleras a la mitad de una sala? Una vez fui a una galería universitaria en la ciudad de Puebla. El “artista” había trasladado objetos del basurero a la duela impecable de la sala. En el piso estaba un colchón grasiento y lleno de manchas, una pantaleta y una toalla sanitaria usadas; sobre las paredes una serie de condones (nunca supe si usados o nuevos, porque no soporté ver esa asquerosidad más tiempo). A la salida estaba un grupo de chavos fumando y cotorreando. Uno de los chavos, con el pie sobre el barandal de hierro, dijo con esa voz que caracteriza a los muchachos que leen a Nietzche: “Esto alude a la temporalidad humana”. ¡Pucha y recontrapucha!
Hay tanta confusión en el mundo, Marianita, que ahora a cualquier caldo le llaman champaña y a cualquier Cuevas le dicen Modigliani.
El otro día vi una obra de Gabriel Orozco: una mesa redonda para jugar billar. Esto sí me pareció que rozaba la genialidad, porque transformaba la realidad en una torcedura muy simpática, pero no llegaba a ser genial.
Ahora casi casi estoy a punto de decir que la genialidad ya está ausente. Todo es porque ahora el mediocre se asume un genio y lo cacaraquea de tal suerte que medio mundo se lo cree. Los medios de comunicación han potencializado este engendro.
Tal vez cada quien tiene su genio o, para decirlo mejor: cada quien tiene el genio que se merece. Los que siempre permanecen en una media de 5 les sonará a genio todo aquello que sea de 6 y así hasta llegar al 10. Antes sólo el 10 merecía el calificativo de genio, hoy todo se ha devaluado.
Este año celebramos los treinta años de la aparición del walkman (vos sos tan joven que tal vez no sepás de qué estoy hablando, pero pensá que fue como el abuelo del ipod. Era un reproductor de música personal. Al principio los adultos bendijeron este invento porque los chavos ya no tenían los aparatos de sonido a todo volumen; luego los odiaron porque los chavos siempre estaban con los audífonos y no escuchaban más que la música). Un año después que Sony lanzó el aparatito en todo el mundo, adquirí uno en la ciudad de México y pensé que el inventor era un genio (hoy, ya viejo, dudo mucho de esta apreciación).
Hace años, acá en Comitán, con tu tía Alicia jugábamos el juego del “Más, más”. Ella, por ejemplo, mientras me servía una taza de café y dos quesadillas, decía: “Quién es el mejor actor del cine norteamericano” y yo decía un nombre, pero ella insistía: “El más, más” y entonces aparecía otro nombre que rebasaba al anterior. Cuando nos rendíamos revisábamos el cuaderno y hallábamos una larga lista de nombres de actores maravillosos, pero siempre tendíamos al más, más, más.
Ahora la gente se queda con el primer nombre y por esto medio mundo es genial. ¿A poco no el otro día vos y yo oímos a esa niña del vestido azul decir que Arjona tiene canciones geniales? Te digo, ahora a cualquier cascarón le llaman huevo y a cualquier Madonna le prenden veladoras.
P.d. Sé que Kawabata te parece genial, pero ¿quién el más, más?
martes, 14 de julio de 2009
CON AROMA DE SELVA
A veces juego e invito a mis afectos. Ponemos unas fichas de madera sobre el suelo. Cada ficha tiene una imagen en la parte oculta. Es un poco a lo que juega todo mundo a toda hora. El mundo juega a cuánto vale la imagen, nosotros jugamos hasta qué cielo llega. Son instantes en que nos despegamos tantito del suelo, en que abandonamos al mundo en su carrera de perro doberman.
El otro día, Marianita hizo “la sopa” y eligió una, la volteó y apareció la figura de un canario. “No juego más”, dijo, aventó la ficha y la puerta de la sala y de la casa y (según platicó al otro día) no paró hasta llegar a la suya y aventarse sobre su cama.
Cuando era niño jugábamos un juego similar con los niños de la cuadra. Jugábamos a ser lo que no éramos. Pancho siempre jugaba a ser un árbol de aguacate y su hermana Maluye jugaba a ser un ave. Mario, que siempre fue muy molestoso, empujaba a Pancho y nos decía a los demás: “Bolita, bolita, trepemos sobre el aguacate”, pero no pasábamos ni un segundo encaramados sobre la humanidad de Pancho cuando ya Maluye nos pellizcaba fuerte, ¡pero de veras fuerte! Cuando nos sentábamos de nuevo, acezando, con las manos sobre la nuca, Maluye nos decía que era un cuervo y nosotros gusanos. Así defendía a su hermano. Era un poco como si ella (o él, dando por hecho de que era un cuervo) sobrevolara el árbol para evitar que los gusanos atacaran los aguacates del árbol de Pancho.
Maluye era feliz siendo ave. Marianita no lo fue al pensar en la posibilidad de ser un ave enjaulada. A veces nos olvidamos en todas las posibilidades que existen en una vocación. No siempre es bueno el deseo del vuelo. Conozco muchos hombres que viven en el vuelo y terminan en la confusión porque nunca estuvieron preparados para las alturas.
A veces, tener alas es dar pretexto al hombre que es un gusano, al que tiene a la envidia como el anhelo más alto de su espíritu.
Marianita me dijo que no quiere ser un ave encerrada. Si la vida no le otorga el vuelo, lo entiende, no pide más que una vida donde, cuando menos, el camino no sea un simple sueño. A mí me gusta andar caminos, me dijo, me gusta sembrar palabras en el campo y volar papalotes sin que haya un muro que detenga mi carrera, mi deseo.
Total, que ayer, despegamos todas las figuras de aves. En su lugar pegamos huellas. Marianita volvió a sonreír. Dice que la huella le inspira porque le recuerda a la sandalia de Jesús. Porque Jesús usó sandalias, ¿verdad?, pregunta. Y yo no sé qué contestar. Sólo se me ocurre decir que botas de vaquero no usó, y esto nos da mucha risa.
viernes, 10 de julio de 2009
POR SUPUESTO
Sus papás lo bautizaron con el nombre de Supuesto. Fue una mañana con un cielo limpio de nubes. El sacerdote, del templo de San Sebastián, vertió agua sobre la cabeza del niño y pronunció el nombre que llevaría durante toda su vida. Los padrinos estaban orgullosos de que su ahijado llevara ese nombre. El festejo se alargó hasta las dos de la madrugada. Las notas de la marimba y el trago corrieron con generosidad.
En la primaria fue motivo de burlas. “¿Dónde está Supu?”, gritaban sus compañeros cada vez que entraba al salón. Uno de los niños, de la fila de atrás, estaba entrenado para contestar: “¿Supu? Está con suputamá”. Todos reían. Supuesto se sentaba, abría su mochila, sacaba el libro de matemáticas y leía el papel que había pegado en la parte interna de la portada: “Su puta madre la de ellos, su puta madre la de ellos…”. En realidad no leía, cerraba los ojos y repetía la oración que sabía de memoria. La rezaba hasta que el maestro entraba y el chachalaquerío cesaba.
Pero Supuesto creció y logró una gran fortuna en su oficio de comerciante de abarrotes. Las burlas infantiles desaparecieron y todo mundo en el pueblo le llamó Don Supuesto. No faltó el clásico regalado que le decía Don Supuestito.
Tal vez como un reflejo condicionado, don Supuesto, cuando respondía de manera positiva a una pregunta, se acostumbró a decir: “Por supuesto”. Con ello la maledicencia del pueblo volvió a enconarse y medio mundo comenzó, siempre a escondidas del rico comerciante, a chotear el dicho: “¿Vamos a tomar una cerveza?”, preguntaba un compa en el billar y todos los que estaban ahí respondían a coro: “Por don Supuesto”.
Un día corrió el rumor de que don Supu se casaría con María, su novia eterna. María había aceptado ser su novia cuando ambos tenían diecisiete años de edad. Desde el primer día ella no lo llamó por su nombre, eligió decirle “mi amor”. Cuando en alguna fiesta, en medio del patio de la casa, debajo de un gran manteado, su grupo de amigas también la hacían el motivo principal de sus bromas (“¿María aún es virgen?” “¡Por don Supuesto!”), ella sonreía y también se refería a él como “mi amor”.
Por eso, cuando después de veintidós años de noviazgo aséptico, corrió la noticia de que el día de San Juan, Don Supuesto De la Fuente y María De la Vega se casarían, los maldosos de siempre comenzaron a fraguar un plan para embromarlos. A la hora que María debiera decir: Sí, acepto, todos gritarían “Mi amor”; cuando tocara el turno al comerciante, todo mundo gritaría: “Por supuesto”.
Pero los protagonistas no dieron gusto al pueblo. Don Supuesto rentó el papamóvil y en éste llegaron al templo. A través de los cristales blindados, todo mundo vio el vestido que María llevaba y que don Supu había encargado a París. María fue la novia más bella de todos los tiempos. Estaba luminosa. El sacerdote salió al atrio y todo mundo se sorprendió al ver que, en lugar de que los novios bajaran y entraran al templo que estaba adornado con cientos de ramos de nubes y alcatraces, fue el padre quien subió al papamóvil y ahí se efectuó la ceremonia. La gente calló, trató de oír, algunos grupos motivaron a la gente para que a la hora que vieran el movimiento de labios de la novia hicieran la novatada ensayada, pero el boticario del pueblo, levantó las manos y calló al pueblo diciendo: “¿Qué ganamos con esto?”.
Cuando el sacerdote abrió la puerta para bajar, las mujeres aventaron sus mantillas y los hombres hicieron lo mismo con sus sombreros y gritaron: “¡Vivan los novios!”, y los novios sonrieron. Don supuesto se paró en el pescante y dijo a la multitud: “Todos están invitados al convivio… por supuesto”.
jueves, 9 de julio de 2009
DOS ARENILLAS
Andaré afuera otro ratón. Pero a los fieles lectores les dejo un poco de tzizim y dos Arenillas, por si no las leyeron en el periódico. Gracias por entrar a este cuaderno.
CARTA A MARIANITA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL SOL DESPIERTA SIEMPRE A LA MISMA HORA
Sí, Marianita, los adultos de hoy ya perdimos la batalla. Ustedes, los jóvenes, nos han ganado y nosotros hemos cedido los espacios. La historia nos juzgará y, estoy seguro, no será un juicio generoso.
Recuerdo que cuando era niño mis papás me llevaban a las fiestas y escuchaba marimba. Los adultos bailaban, o bebían “comiteco” y botaneaban tostadas con sangrita de carnero o con guacamole; los niños corríamos por todos los corredores y los jóvenes fumaban. Todo mundo charlaba, porque la música de marimba era como la caída de agua en el bosque, que es un sedante para el espíritu.
Por fortuna aún existía esa brecha generacional entre adultos y jóvenes que hacía la diferencia respecto al comportamiento supuestamente correcto y el comportamiento revoltoso. Los adultos escuchaban su música de bostezo y los jóvenes su música ruidosa. Esta brecha era sana, nadie se confundía. Los viejos se entercaban en decir que lo suyo “sí era música” y que Pedro Infante, María Callas y “El mudo” Gardel eran verdaderos cantantes. Los jóvenes se rebelaban y le subían el volumen a Los Beatles o a Jimmy Hendrix o a la loca de Janis Joplin; bailaban como si sufrieran un ataque de epilepsia (esto decían los viejos con una ironía maravillosa).
No sé qué pensés vos, Marianita, pero yo siempre he creído que las diferencias son sanas. Es odioso que un joven se comporte como adulto, así como es patético que un adulto tenga comportamientos juveniles.
Hoy todo es confuso. En algún momento los adultos, en intento de acercar la “otra” orilla, cedieron espacios y convicciones. Ahora, acá en Comitán, las fiestas de adultos son amenizadas por marimbas orquestas con profusión de “megabocinas” que suenan como un caldero en ebullición. Las fiestas familiares se han convertido en un remedo de las discotecas y de los antros que frecuentan los jóvenes.
Los adultos mueven las manos sobre las mesas, pero no llevan el ritmo, las mueven porque un tic espantoso los obliga a ello. Cuando la música cesa ellos siguen moviendo las manos como un preludio de la taquicardia que los envuelve, como un inquietante aviso del Mal de Parkison que asoma. Platican en medio de tarolazos y tamborazos; es decir, mueven las bocas y, por inercia, dicen sí o no, sin saber qué les dice su interlocutor, porque no escuchan nada.
Cedieron, incluso, en sus gustos. Antes coreaban aquello de: “Voy por la vereda tropical, la noche plena de quietud, con su perfume de humedad”, y hoy cantan esto de Wisin y Yandel: “Abusadora, abusadora, abusadora, bendita sea la hora en que te encontré…yo la llamo y le cai, ella tiene millaje”.
Los adultos, en infausta hora, suprimieron la brecha generacional. En lugar de atraer a los jóvenes a su orilla ellos cruzaron y ahora están en un territorio desconocido y no saben qué hacer.
Nos ganaron, Marianita. Nos ganaron porque nos rebajamos, nos pusimos al tú por tú. No supimos ejercer nuestro derecho de antigüedad. Quisimos sentirnos jóvenes, hacernos amigos de ustedes. Qué tontos. Ahora estamos pagando las consecuencias.
Sé que esta camisa no te queda. Vos sos una maravillosa joven, que no por ser joven es irresponsable. Nunca la juventud ha sido sinónimo de desidia. Has aceptado la responsabilidad de quien abre la ventana y sabe que no hay más horizonte que aquella línea que vos diseñás.
Te escribo esto porque sólo vos vislumbrás este vacío que hoy llena el vaso de esta generación. Extraño a los adultos serios, a los que reprendían a los jóvenes. Hoy los adultos no reprenden más, olvidaron el concepto del deber y de la autoridad. Hoy no les alcanza más que para quejarse y lamentarse: “¡Qué bárbaro, cómo está la juventud de hoy!”.
P.d. Sólo el sol sigue siendo puntual en su estricto sentido del deber, ¿a poco no?
MUJERES HECHAS DE AIRE
A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como terrones de azúcar, y mujeres que son como alas.
La mujer ala no tiene los pies sobre la tierra. Siempre tiene en su corazón algo como una burbuja que se evapora, como un sueño de piedra que levita.
Al principio de los tiempos, la confusión fue su pan de cada día. ¿Cómo saber si su estirpe provenía de las mariposas o de los vampiros o de los ángeles?
Dada su propensión al viento, siempre se le ve asomada en los balcones, sobre los yates, en las ventanillas de los aviones o trepada en la Torre Eiffel o la de Pisa.
Cuando uno se piensa niño es muy fácil encontrarla sobre las nubes, en los papalotes o en el camino invisible que deja el humo del cigarro (o la cigarra).
A veces voy al parque central de Comitán, en las tardes. Veo las mujeres que caminan, mientras la luz del sol busca un lugar para hacer su nido. Observo con detenimiento para descubrir una mujer ala. Es difícil hallarla entre las muchachas bonitas que estudian en la preparatoria o en las que apenas han ingresado a la Universidad. Por lo regular, la mujer ala ya tiene varias horas de vuelo. Las niñas de dieciocho años apenas son ninfas.
La mujer ala se identifica porque en sus ojos tiene una luz de vitral, un reflejo de agua limpia. A primera vista se advierte en sus manos que está acostumbrada a acariciar en medio de la penumbra, de la sombra y de la tormenta en madrugada; se advierte en sus pies que ha caminado caminos de tierra y de polvo de agua; se advierte en su espíritu que está llena de películas de Fellini, de Kurosawa, de Kieslowsky, de Pasolini y de Woddy Allen. Está llena de nubes Cortázar; de atardeceres Benedetti; de selvas Efraín Bartolomé; de misterios Morábito y de grilletes Sade. Rebosa aguas de Bach, Dvorak o Beethoven. Tiene en su corazón mil puestas de sol y millones de gritos y susurros que fueron el alpiste para la seducción.
Posee el maravilloso don del camuflaje y puede ser una inocente catarina o convertirse en un águila arpía.
Cuando un hombre la quiere hacer barquito de papel ella se rebela y muta en avioncito. No cree en horóscopos ni en destinos predeterminados. Es libre, siempre y cuando no se tope en su camino con un hombre campana de vacío.
En el otoño se le ve flotar en el aire, junto a las hojas secas, junto a las promesas hundidas. Prefiere la noche, que es la hora en que las golondrinas y los zanates ya duermen en sus callejones.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como un lenguaje no inventado, y mujeres que son como el olor a luna entintada.
miércoles, 1 de julio de 2009
ATENTO AVISO
Estaré un rato fuera del aire.
Dios mediante nos vemos el 10 de julio.
Los espero. Gracias.
Dios mediante nos vemos el 10 de julio.
Los espero. Gracias.
LOS KLEENEX
Con un abrazo para Pepestesur, por quince años de brega estesuriana (dije brega, ¡brega!)
El desempleo lo llevó a ese camino. Gumer abrió su negocio hoy en la mañana. Lo hizo en su casa para evitar el pago de renta. Compró una cartulina y con un plumón negro escribió: “Se diseñan vidas desechables”. Abrió una gaveta del escritorio -herencia de su mamá-, sacó un rollo de cinta canela, cortó cuatro pedazos y fijó el letrero en la entrada de su casa.
El abuelo, al contrario de lo que piensa su nieto Gumer, piensa que esta vida se jodió desde que todo es desechable. Un día el abuelo, desde su mecedora, sentenció: “¡Lo único que nos falta es que a Dios se le ocurra hacer vidas desechables!”.
Y parece ser que esto era lo único que a Gumersindo le faltaba oír para reafirmar su idea de que la vida actual es bella por desechable. Según la abuela Garavita, en sus tiempos de muchacha no existían toallas sanitarias desechables. Las mujeres que estaban menstruando usaban “trapitos” de color rojo que lavaban para usarlos de nuevo. “Qué asco”, piensa Gumer, pero su abuelo insiste en que es más asqueroso andar topándose con los kotex llenos de sangre en cualquier baño o a mitad de la calle.
Gumer es un adorador de los tiempos actuales. Le fascina todo lo desechable: los pañales de sus sobrinos, los rastrillos, los condones, las latas de refresco y demás chunches (Qué asco pensar que la gente volvía a tomar refresco en botellas de vidrio que quién sabe cómo las lavaban. Qué estupidez andar lavando los pañales de tela de los niños, llenos de mierda. Qué absurdo guardar los mocos en un pañuelo que debía lavarse luego para volverlo a usar).
La gente de antes guardaba todo. Hoy no hay lugar en las casas. El otro día la abuela Gara abrió un baúl y sacó un atado de cartas amarrado con una cinta rosa. “¡Son las cartas que me enviaba tu abuelo, cuando estaba trabajando en Tonalá!”, le confió a Gumer. Éste se rascó la cabeza, prendió la computadora y mandó a la papelera de reciclaje los últimos diez mensajes que le había enviado su novia desde Praga, que anda por allá en viaje de estudio. Esa tarde, a Gumer se le ocurrió que debía inventar algo que fuera como una papelera de reciclaje de vidas.
Mucha gente vive a disgusto con la vida que le tocó. ¿Es posible desechar la vida no deseada? Todo sería más fácil si la vida fuera como un rastrillo de esos que se botan en cuanto sus cuchillas pierden el filo.
Si Gumer lo piensa bien (y así lo pensó) la propia naturaleza es ¡desechable! ¿A poco no cada día, así como a las seis de la tarde, el sol se oculta en un intento de reciclaje? ¿No cada otoño los árboles botan sus hojas como una demostración de que lo perenne no funciona?
Gumer espera a su primer cliente. Un hombre como de treinta y tres años, cansado de la vida que le tocó vivir. Gumer le diseñará una vida desechable, algo que sea como el ideario de un alcohólico anónimo. La vida no durará más de veinticuatro horas y el cliente podrá elegir entre un interminable catálogo de vidas. En base a la personalidad del cliente, Gumer propondrá una serie de actividades que, al terminar el día, deberá mandar al basurero.
Según la experiencia de Gumer, la gente vive insatisfecha porque es lo que no es. Con su método la gente probará otro tipo de vida hasta hallar uno que le acomode.
¿Qué pasa cuando el cliente se resiste a botar la vida desechable porque ésta le acomoda muy bien? Pues nada, Gumer ya inventó el dispositivo que, de manera automática, hace que la vida se desintegre, como si fuera un mensaje de esos que recibía James Bond, en las películas de los años ochentas.
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