viernes, 25 de junio de 2010

EL PAÍS SIN TEMA




Cuentan de hombres de un país que, en determinada fecha, hablaban sólo de un tema. Así como llegan las estaciones temporales así llegaban las temporadas de plática a ese país lleno de montañas y de ríos de agua como de viento. No se sabía cómo, pero de pronto, medio mundo se encontraba hablando de cosechas o de encierros y no se hablaba de nada más. No porque estuviera prohibido o porque la gente hubiese esquivado ciertos temas, sino porque nadie tenía más tema para hablar. Era como si una niebla de olvido llegara y sólo existiera una ventana para respirar.
Quienes llegaban de fuera trataban de hablar de otra cosa. Iban a los hospedajes o a los restaurantes o a las plazas y hablaban de habanos, de árboles, de pisos, de departamentos, de pájaros o de sueños, pero si el tema de temporada era el sexo, por ejemplo, todo mundo de ahí, como si fueran grandes albureros, relacionaban las pláticas de los extranjeros con la plática de casa. Los de afuera se aburrían y, después de hacer intentos por introducir nuevos temas, se aburrían y se largaban a sus países de origen, y los nativos quedaban tan tranquilos y seguían con la encuesta de las palabras que son como zonas erógenas. Unos decían que las palabras soeces ponen a la hembra sobre la cama; otros decían que no, que las palabras generosas son el mejor alimento para la pasión; no faltaban los que aseguraban que las palabras tiernas convencen a la más pintada. Entonces hacían la correspondiente apuesta y salían a las calles, a los callejones y a las plazas a hablar con las muchachas bonitas. Como las muchachas también no tenían más tema de conversación que el sexo sabían que todo estaba relacionado con él, así que, a final del día, todo mundo terminaba haciendo travesuras en las camas, en las hamacas y sobre mesas de cocina. Las palabras, todas, eran como los mejores afrodisiacos y tanto servía la palabra “coger”, como la palabra “vínculo” así como la palabra “almohada”.
Era un sentimiento. De pronto, así como había aparecido el tema se iba y al día siguiente aparecía otro. La gente no se daba cuenta del cambio, comenzaba a hablar de la otra cosa, como si nada, pero algo indefinible, un algo como viento cubría a los habitantes. En su corazón algo les advertía que un tema era más cercano que otro. Esto lo advertían los de afuera. Era algo que flotaba en el ambiente. Por esto, ahora puedo decir a ustedes, lectores de El Heraldo de Chiapas, que el tema más caro era el sexo. Todo mundo andaba sonriente, las muchachas tomaban un color de durazno y leían a Sade y a Bataille.
Algunos de afuera pensaban en la posibilidad de intervenir en estos procesos complejos a fin de provocar el tema del sexo de manera más frecuente y descubrir el secreto para trasladarlo a otros países, pero la mayoría juzgaba eso como intervención descarada en un designio divino y lo consideraban un anatema, en el sentido de maldición. Así que los de afuera dejaron tranquilos a los de adentro. Pues luego se dieron cuenta que también ellos tenían ciertos atisbos de ese don, pues, de vez en vez, les llegaba el tema del fútbol y no hablaban de otra cosa. Era una lástima que los de afuera no tuvieran la perfección de los otros, pues un buen porcentaje de extranjeros parecían inoculados y hablaban de otros temas y las mujeres de los monotemáticos comprobaban porqué el sexo era el tema más esperado en el país lejano, mientras sus maridos hablaban de fútbol y nada más que de fútbol.